El pelirrojo genial

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A Luis Eduardo Siles

A mí de Fernán-Gómez me gustaba casi todo, hasta su poesía, que era bastante mala. Hubiera querido asistir a alguna de sus célebres fiestas de Nochevieja, donde el genio se explayaba en todo su barroquismo de caballero romántico y antiguo y daba rienda libre a su extravagancia sabiamente teatral, pero no sólo no me colé en ninguna de sus fiestas, sino que no pude hacerle siquiera una entrevista y eso que lo busqué con ahínco y énfasis de admirador cuando lo hicieron académico de la RAE, pero no hubo modo de que aquel hombre ya gastado por el tiempo y sus desventuras me diera el gusto. De Fernando se podría decir lo que Manuel Alcántara escribió de González Ruano: no tenía manías de grandeza sino grandeza de manías, y es que, en lo que hace a maniático, Fernán-Gómez fue un virtuoso.

La muerte del cómico pelirrojo supuso una catástrofe en el ecosistema de los cómicos. Antes ya habían hecho mutis Rodero, Rabal, Marsillach o Fernando Rey, y los que siguieron, pero la deserción de Fernán-Gómez del mundo de los vivos nos plantó en el fin de una época, en la devastación de un paisaje sentimental y costumbrista en el que nos reconocíamos todos. No quedaba otra que admitirlo, aunque fuese con melancolía: iba quedando atrás la era de los titanes para dar paso a la de los hombres.

Fernando era un iconoclasta que llevaba de fábrica su carácter de librepensador. Tenía un punto delicado de fina ingenuidad y la agudeza de ingenio que caracteriza a los feos inteligentes. Si no podía conquistar a las mujeres por su cuerpo lo hacía por su cabeza, eso lo tuvo siempre claro; por lo demás, su confesado gusto, incluso obsesivo, por las faldas entraba dentro de los límites del más estricto sentido común.

Se mira uno en el espejo de los años vividos y se sorprende de haber sido coetáneo de tipos como Fernando. Los genes del genio, como los del tonto, son caprichosos y cada uno va naciendoFFG leña donde la suerte o la casualidad/causalidad quieren y así tiene uno la dicha o la desdicha de coincidir en el tiempo, y en cierto modo en el espacio, con colosos, ogros y enanos. Recuerdo que recién llegado a Madrid, con mi álbum de mitologías intacto y mis 18 años recién estrenados, me fascinaba hablar con personas como Buero Vallejo o Conrado Blanco, que habían conocido a Miguel Hernández o a Antonio Machado. Me maravillaba que alguien hubiera compartido café con figuras de estatura tan formidable. Y ahora que me doy cuenta me siento afortunado de haber sido vecino una buena temporada en este planeta de tipos como Fernán Gómez, Adolfo Marsillach o Francisco Umbral, gente indiscutiblemente de otra glaciación.

Fernán Gómez se ganó merecida fama de cascarrabias, pero de manera más callada y discreta fue, también, eso que tan torpemente llamamos buena gente. Ganó mucho dinero y lo gastó con liberalidad. Ya en los años cincuenta, gracias a un cine de sotana y uniforme, nada de arte y ensayo, había acumulado sus buenos duros, lo que le llevó a crear y pagar de su bolsillo un premio de novela, el Café Gijón, que aún sigue vivo. La primera edición la convocó para ayudar a Eusebio García Luengo, un escritor de la época, tan talentoso como indolente, habitante diario del Gijón, a quien tuvieron que forzar a que escribiese un libro y se presentase al premio, que, naturalmente, ganó, en una jugada de arte de birlibirloque, a la que era ajeno el propio galardonado. Me han contado de Fernando otra historia que no he podido contrastar pero que concuerda con la filantropía natural del personaje. El pelirrojo había estrenado en 1939 Los ladrones somos gente honrada de Jardiel, y tenía al humorista en su santoral particular. El caso es que por las cosas de la vida o por la mala cabeza de Jardiel, este fue dando tumbos, de mal en peor, hasta acabar sus últimos años en la ruina total. Me contaron que durante varios años Jardiel recibió en su portería un sobre anónimo diario, con cien pesetas (¡un dinero para la época!) que le valió para hacer menos ingratos sus últimos días. El alma generosa era Fernán Gómez.

Fernán Gómez era tan irrenunciablemente holgazán que no paró nunca de trabajar y tan pulcramente educado que perdía los modales ante cualquier zascandil impertinente. En sus deliciosas memorias, tituladas El tiempo amarillo escribió: “Recuerdo haber leído que no se debe escribir sobre la infancia, porque la infancia de todos los hombres es la misma. Efectivamente, yo nací, como todo el mundo, en Lima”. Genio y figura.

 

 

 

 

11 Responses to “El pelirrojo genial”

  1. A los personajes a los que interpretó les dio un estilo único. Fernando nunca pasó desapercibido.

  2. Eusebio García Luengo explicaba su agrafía de modo suscinto:

    “No escribo porque odiar a Camilo José Cela sin descanso me lleva las 24 horas del día”.

  3. Un texto extraordinario el suyo, bamboleado y verboso, para honrar la memoria del pelirrojo genial. Yo lo conocí (casi) personalmente porque mi abuelo Abundio Nervo y él coincidieron en Madrid en la compañía de Laura Pinillos y se hicieron muy amigos. Corrieron incontables juergas juntos y también alguna que otra pelea, pues el pelirrojo genial a punto estuvo de conquistarse a mi abuela Martina con su labia florida y su voz irresistible de caballero español. Luego él se casó con Maria Dolores Pradera, y un mes más tarde, mi abuelo se casó con Martina. Abundio y Martina Se trasladaron a Buenos Aires y regentaron en el corazón del tango un café-teatro muy exitoso y bohemio. Durante más de dos décadas, Fernán Gómez los visitó cada año una o dos veces, de modo que la de ellos fue una amistad intensa, prolongada en el tiempo y en el espacio. Conservo de mi bautizo una fotografía entrañable en la que que Fernán Gómez me sostiene en brazos mientras besa mi calva infantil. Meses después, el abuelo se enfadó con la abuela Martina y esta se mudó a vivir a casa de mis papás…y todo por la pelusa cobriza que, sin explicación, había empezado a brotarme en la cabeza.

  4. Como no puedo aproximarme a su nivel, mesié Tirado, mejor no digo nada.

  5. Qué delicia de texto, D. Walt Nervo. No viene Vd. mucho por aquí (por no decir que no viene nunca), y es una verdadera pena, porque ese final de relato bordado, nos hace confiar en muchos más relatos sabrosos ¿Siguió rojizo su pelo o volvieron las cosas a su ser? Esa es la pregunta del millón, y no por considerarla un imperdonable entrometimiento en su privacidad me interesa menos la respuesta. Un saludo lleno de admiración.

  6. Papelón el del conde de Albrith. Un monstruo.

  7. Estupenda semblanza de este maravilloso actor.

  8. Ahora mi cabeza es rala y canosa, pero en la juventud fui dueño de una abundante melena corinta que se robaba el corazón de las muchachas. Mentiría si dijera que fue el color de mi pelo el causante verdadero del cisma de mi familia. Supuso, desde luego, un gran disgusto que alejó a mis abuelos Abundio y Martina durante un tiempo, pero al cabo de unos meses, las relaciones entre ellos se normalizaron y volvieron a lo que a mí siempre me pareció una convivencia feliz. Yo he disfrutado en mi infancia de cumpleaños y nochebuenas rodeado de la familia extensa y de amigos. En todas las fotos de esa época aparezco con el pelo cortado al rape, lo cual me desfavorecía mucho porque tenía orejas de soplillo y fue causa de que en colegio sufriera lo que ahora llaman bullying. Pero a lo que iba…la ruptura definitiva tuvo lugar años después, cuando arribado a la pubertad, se operó en mi garganta un cambio prodigioso de voz que trajo de vuelta a la abuela Martina a casa de mis padres. Y aunque a partir de entonces me dejaron tener el pelo más largo, me quedé sin habitación para mí solo.

  9. Fue Fernando Fernán Gómez un cómico inigualable y un extraordinario dramaturgo. En su faceta de autor, escribió, entre otras, la novela ‘El ascensor de los borrachos’, que tenía fuertes caídas en su pulso narrativo, dentro del interés general del texto. Pero escribió una obra sublime y trascendental de teatro: ‘Las bicicletas son para el verano’. Una de las grandes y decisivas piezas del siglo XX. Con esa frase tremenda con la que se cierra la obra: “No ha llegado la paz, ha llegado la victoria”. Se estrenó en 1982 y Haro Tecglen publicó la crítica a toda página en El País. Con este título: “Obra maestra”. Luego, Haro hizo el prólogo de ‘Las bicicletas…’ cuando la publicó Austral, y el libro ahí sigue, en las estanterías de las librerías, tantos años después, perfectamente vigentes tanto la obra como el prólogo. FFG logró con ‘Las bicicletas…’ una obra sensacional y cuidada: dejaba un amplio margen de comprensión para los vencedores. He asistido tres veces a la representación de ‘Las biccletas…’. La primera, la noche siguiente al estreno en El Español. Luego, meses después, en el Centro Cultural de la Villa, donde se siguió representando, entre otras cosas por la presión que Haro ejerció con sus artículos para que no desapareciera de cartel. Y en 2016, creo recordar, con dirección de César Oliva, en el Centro Cultural Villa de Madrid, ahora Teatro Fernán Gómez. En 1979 vi en el Maravillas ‘Los domingos bacanal’, otra pieza muy a subrayar de FFG. Esta es la síntesis que formulo de una persona colosal, como viene a decir Macaón en su comentario. Inmenso FFG. También admiré de él su éxito con las mujeres. Sobre todo con Enma Cohen, su compañera durante tantos años, que me deslumbró como escritora con la novela que Destino le publicó en 1984. Y antes, a finales de los 70, en las películas que hizo, mostrándose como gran actriz, intuitiva, inteligente y tetonísima.

  10. Y subrayo esta frase del extraordinario post de Tirado: “FG era tan irrenunciablemente holgazán que no paró nunca de trabajar y tan pulcramente educado que perdía los modales ante cualquier zascandil impertinente”. Pero no siempre era así. No he leído ‘El tiempo amarillo’, las monumentales memorias de FGG, también permanentemente reeditadas. Pero Tirado me contó hace años que Fernán Gómez se quejaba en ese libro de que el Festival de Cine de Huelva le ofreció un homenaje y allí no pararon de hablar mal de él. Y se preguntaba FGG: “¿Y para esto me dan un homenaje?”. Cuando yo tenía unos 7 años lo vi en una película en blanco y negro, en el televisor de la casa de mi abuela, interpretaba a un sereno y no paraba de decir inocentemente: “Yo soy una autoridad”. Y me quedé ya entonces en la memoria con la cara bonachona y perpleja de aquel tipo hasta que supe quién era. Le gustaba mucho trabajar en cine, y menos en el teatro.

  11. A propósito de lo que dice Luis Eduardo Siles, Fernán Gómez contaba con su típico humor que “No me gusta actuar en teatro, porque me molesta que me miren mientras trabajo”. Y abundando en el comentario de Siles, contaba Haro Tecglen que Fernán Gómez aseguraba que nunca leía las críticas. “¿Por qué?”- le preguntó Haro- si siempre te tratamos muy bien”. Y Fernán Gómez replicó: “Es que a mí todos los elogios me parecen pocos”.

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