LEER, ESCRIBIR, HABLAR. Colaboración especial de Macaón

     epistolas librescas verano  Aburrido de lecturas y con traumático insomnio (la vida es un gran insomnio) me dedico a buscar el sueño, o a malgastarlo, elucubrando. Me pregunto: ¿a qué instante, a qué momento, de mi ya larga existencia desearía regresar, revivir? Respondo: a un paseo cogido de la mano de una amada muchacha. No sé explicar aquellos sentimientos. Ni ganas de intentarlo. Los estremecimientos que nos conmueven son incomunicables, suceden en un ámbito donde no llegan las palabras. La naturaleza última de las cosas trasciende a las posibilidades del lenguaje. El habla no puede  transmitir la prueba sensorial de la flor, la forma del rayo de luz o la llama y su divino ardor.  Hay quienes piensan que todos los conocimientos se encuentran en los libros, y leen y leen y escriben y escriben y hablan y hablan. Las lecturas enriquecen, dicen, pero también, en muchos modos, engatusan y hacen que te olvides de ti mismo. Ilustran vidas e historias ajenas mientras ignoras la propia. Desear saber mucho no instruye la mente. A través de las palabras sólo aprendemos palabras. “¿Es el pergamino una fuente sagrada de la que un sorbo saciará nuestra sed para la eternidad? No, no repararás tu sed si la bebida no brota de ti mismo” nos dice Goethe. La verdad se vive, está en ti, no en conceptos ni en libros. Si lo real no se sostiene ¿por qué tomarnos en serio las teorías? Sólo en el interior del hombre habita la verdad. La lectura, la escritura, la palabra, acaban cuando empieza la vida. Hay que apreciar el pensamiento indefinido que no llega a la palabra. Sólo la música se abre camino por entre el alambre de púas del lenguaje. El acto creativo, el auténtico, nos habla en el momento en que las palabras fracasan. Por muy exactas y honradas en su propósito o sugerentes que sean en su energía metafórica, las palabras son de manera ridícula, desesperada, insuficientes para alcanzar la sustancia resistente, la manera existencial del mundo y nuestras vidas interiores. Qué falso puede ser el más profundo de todos los libros cuando se pretende aplicarlo a la vida. Al oír palabras, el hombre cree que estas ofrecen materia para pensar. Vivimos una época en la que, sobre el mandato de la libertad de expresión, todos se sienten autorizados a sostener en voz alta las propias opiniones, inmaduras o insulsas, en su mayoría, palabras contaminadas por el uso de la tribu, dejando de lado toda reserva. Lo que se toma por inteligencia suele ser vanidad y tontería. El hombre vano debiera saber que la elevada opinión de los demás, objeto de sus esfuerzos, se obtiene mucho más fácilmente con un silencio continuo que con la palabra, aun cuando se tuvieran las más bellas cosas que decir. “Y di mi corazón por conocer la sabiduría y por entender la insensatez y la locura, y percibí que esto es vanidad. Nada hay de nuevo en este mundo ni puede nadie decir: he aquí una cosa nueva, porque ya existió en los siglos anteriores a nosotros” (Eclesiastés). Aquél cuyo motivo primario es el deseo de aplauso carece de una fuerza interior que le impulse a un modo particular de expresión. “Solamente el hombre en la plenitud de su soledad, perdido en el mundo y tembloroso, acosado por la presencia enemiga de las cosas enemigas y adoradas, rechazadas y amadas, sólo así puede nacer la necesidad de apresar las sombras” (M. Zambrano). Deberíamos hartarnos de oírnos, deberíamos hablar cada vez menos. Abreviar. Saber dialogar con el silencio, ese silencio vivo, sonido dulce y armonioso. La mejor parte de humanidad dentro de nosotros guarda silencio. Lo interminable de la palabra frente a la santa ocurrencia del silencio. Cuesta trabajo, pero hay que aprender a renunciar, a asquearte de tener o no tener razón, saber que el lenguaje es oscuro y la sabiduría inculta. 

8 Responses to “LEER, ESCRIBIR, HABLAR. Colaboración especial de Macaón”

  1. Muy bien, Macaón!
    Escribes como un catedrático de Estética.

    ” Deberíamos hartarnos de oírnos, deberíamos hablar cada vez menos. Abreviar. Saber dialogar con el silencio, ese silencio vivo, sonido dulce y armonioso. La mejor parte de humanidad dentro de nosotros guarda silencio. Lo interminable de la palabra frente a la santa ocurrencia del silencio.”

    Un abrazo grande!

  2. Querido JAT, si no publicitas mínimamente las novedades de este blog , no nos enteramos de que las hay. Tal sucede con este estupendo texto de Macaón, sobre el que opinaré más tarde, que ahora tengo obligaciones. Encantada como siempre de leerle, amigo Macaón. Mal equipo de promoción tiene Vd.

  3. Buen intento.

  4. Admirable, y como tal admirado, Macaón, no culparé yo como la sin par Dulcinea Pineda al señor de estos feudos blogueros de falta de publicidad, si no a mí de no tener el olfato para desembocar en su río de prosa. Tiene usted toda la razón, con lo cual aquí podría acabar mi comentario. Pero no, aquí no acaba, aquí comienza, pues que me apresuro a quitarle la razón. Para usted la suya, aquí van las mías: los libros, los buenos libros, no sustituyen a la vida, eso es un tópico que no sostiene el tiempo ni la existencia de los propios libros. Usted, buen lector, como salta a la vista, pues si no no podría escribir estas líneas, no ha perdido un solo minuto de su vivir mientras leía, antes bien, daba profundidad a su vivir. Nadie que esté enamorado deja los besos con su amada para leer a Neruda, pero la vida es larga y a menudo tediosa, de manera que hay espacio para esos besos, si la fortuna o su arrojo le premia con ellos, pero a la vez los versos de Neruda o de Bécquer o de Salinas le aportarán ángulos y emociones que no habría sentido sin leerlos. Para todo hay tiempo: para comer y para expulsar lo comido, y no puede decirse que lo uno resta a lo otro. Los libros no le quitan vida sino que la enriquecen con otras vidas que sin ellos no viviría. La vida de Ana Kanerina o la de don Quijote no va en merma de la suya, sino como una maravillosa posiblidad de enriquecimiento. ¿Dónde hallaría usted la riqueza que le procuran las venturas y desventuras de don Quijote y Sancho si no en el libro de Cervantes? ¿Qué parte de su vida pierde si lee un poema tan extraordinario como Itaca, de Kavafis? Leerlo no, vivirlo y hacerlo grande y hermoso en usted. No, amigo Macaón, leer hace más ancha nuestra vida. A mí su artículo me ha alegrado la mañana.

  5. “La sabiduría es inculta”. Así termina la extraña reprimenda de ese gran amigo de la palabra, pronunciada o escrita, que es Macaón. Pues no sé, no conozco otra forma de vivir más que la que la mía, es decir, la nuestra, y no tengo cómo juzgar esa otra vida ágrafa que Vd. defiende (por cierto ¿cómo sabe vd que hay más sabiduría en la incultura, llamado también silencio, si es Vd. hijo, como todos nosotros, de su contrario (o contraria)? Ya ve, esas palabras de la que Vd. reniega le han permitido hilar un hermoso y complejo alegato contra ellas.

    Estoy con D. Eolo, a quien agradezco el cambio de nombre, pues Pilar me ha resultado siempre demasiado vertical y pesado. En todos los rincones de eso que no es el cuerpo (¿el alma?) pero también en lo que sí lo es (venas, vísceras, músculos…) habitan los grandes tesoros con que he adornado mi vida: la sensualidad de Flaubert, los laberintos sin salida de Faulkner, las travesuras literarias de Dorothy Parker, la interminable e inimitable sagacidad de Ciorán… Qué le voy a contar, si ha leído Vd. muchísimo más que yo… Pero no sólo de libros vive el hombre, y ni siquiera sólo de genio. Las modestas y jugosas conversaciones con amigos, con los padres, con los amados… Nada de eso me ha impedido disfrutar del silencio, cuando lo he necesitado. También a veces llega sin que se le invite, y entonces nos encierra y nos golpea. No se cuál de esos dos tipos de silencio están más cerca de la sabiduría, según Vd., y tampoco se si es sabiduría el silencio monacal, extensivo a todas las religiones. Como mi única religión es vivir y conocer (ya dijo Leonardo que sólo se ama aquello que se conoce), sólo aspiro a vivir y conocer lo más posible, y así moriré convencida de que he amado lo más posible. Y créame, no hay sabiduría comparable a la ambición de amar.

  6. Saussure demostró que el camino que llevaba de la realidad, de la materia, de la vida a las palabras era un camino insustancial, postizo, de cartón-piedra. Argumentó que la vida no vive en las palabras.

  7. Mucha paja, poco grano. Un dale que te pego al verbo que se verboriza en puritita retórica. Palabras que esconden otras palabras, palabras que palabrean. Palabrista ilustrado el señor Macaón. Vivir, dormir, leer, todo es uno y lo mismo. Maneras de perder el tiempo o de ganarlo. De distraerlo, quizás. A tomar por viento, a ventear ocurrencias. Dicho todo, se le entiende todo. Tanto todo para nada. Vayamos quitando hierro al asunto.

  8. Forma y fondo, muy agudo lo suyo señor Almendra.

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