EL MUNDO QUE CONOCÍAMOS

estado-de-alarma-1Cientos de millones de personas asomados a sus ventanas, los que no están recluidos en sombríos interiores, viendo pasar la vida. Nos habíamos acostumbrado a las series distópicas, y muchos de nosotros aprovechábamos las noches en el sofá para darnos nuestra diaria sesión de apocalipsis. Hablo de los instalados en la zona confortable del mundo, los que teníamos aceptable sueldo, vacaciones transfronterizas en perspectiva y televisión de pago. Por las mañanas, en la oficina, (sin hacernos spoiler, por favor), hacíamos recuento de nuestras ficciones favoritas y unos hablaban con énfasis de Netflix, otros de HBO, otros de Sky, otros de Amazon prime video, y otros, las teníamos todas. El caso es que ahora que no vamos a la oficina y tenemos todo el tiempo del mundo para ver distopías, yo, al menos, he perdido el gusto por el género. Ahora paso las horas con “Fortunata y Jacinta” de Galdós, con comedias clásicas como “Con faldas y a lo loco” y con viejos estudios 1, de la videoteca de RTVE, amén del wasap en sesión continua. La distopía la tengo gratis y en abierto con solo mirar por la ventana. Cuando me canso, me voy al sofá y me asomo a la otra ventana, la del Telediario, donde le ponen cifras e imágenes a una tragedia a la que no conseguimos acostumbrarnos y que es la nuestra: no la vivimos por delegación sino en rigurosa carne propia, en primera persona, que dicen los cursis.

El mundo se ha vuelto extraño e inhóspito, un poco extraterrestre, y cuesta hacernos a la idea de qué es lo que pasa, dada la magnitud y la profundidad de la catástrofe. Estamos ante la mayor calamidad colectiva desde la Segunda Guerra Mundial, volvieron las pandemias, que asociábamos a la Edad Media. ¿Cómo imaginarlas en estos tiempos de tecnologías futuristas? Pero, aunque la peste, que tuvo diversas ediciones, mató a medio mundo en la Edad Media, hemos tenido pandemias mucho más recientes, la última la llamada “gripe española”, que se llevó por delante a más de cincuenta millones de personas. No creíamos que fueran posibles este tipo de enfermedades pegajosas, y han hecho mucho daño alertas como las de las vacas locas, el SARS o la gripe A, anunciadas en su momento con trompetería apocalíptica por los medios, y que quedaron en agua de borrajas. Esta vez, cuando quisimos caer en la cuenta, el lobo ya estaba aquí. Y cada mañana, Coronavirus-Enfermedades_infecciosas-Infecciones-Reportajes-Espana_475215027_148458640_1024x576cuando despertamos, todavía sigue ahí, porque ahora las pesadillas las vivimos en sesión diurna.

Imposible saber cómo va a acabar esta película, y cuándo, pero acabará, y difícil también entrever qué nos vamos a encontrar una vez derrotado el coronavirus. Hay quienes dicen que no aprendemos nada y que a los dos días todo seguirá igual. Me parece que se equivocan. Nunca la realidad que emerge de una guerra mundial es la misma que la que fue. Caen imperios, surgen instituciones, mueren certezas y aparecen nuevos fantasmas. Ciertamente, esto no es una guerra mundial, pero quizá sea lo que más se le parece. Estoy convencido de que el mundo que conocimos hasta hace unas semanas ya no existe.

 

 

 

 

 

 

CHOLO MÍO. COLABORACIÓN ESPECIAL DE PILAR PINEDA

CHOLEANDO 1¿Alguien se imagina a El Cholo entrenando al Real Madrid? Dan como calambres sólo de pensarlo. Y sin embargo, en 1994 se confesaba desesperado por jugar, en realidad por no jugar, en el equipo blanco. Dicen que su amigo y compatriota Fernando Redondo, que sí pertenecía a la plantilla del Madrid por entonces, le consolaba con teorías mágicas: Confíá en el destino ¿Y si te espera algo mucho mejor?

 

 

Es verdad, cada vez hay más mujeres que entienden el fútbol y de fútbol, pero servidora siempre se ha distinguido por entender más de hombres que de cualquier deporte. El fútbol, que no es cualquier deporte sino el FÚTBOL, es una inagotable, desbordante y sabrosísima exhibición de hombres en acción, en tensión, en estado de máxima alerta. Y ahí es donde brillan al máximo, con esplendor enorme, los mejores. Y no me refiero a los mejores futbolistas, ni a los mejores entrenadores, sino a esos hombres perfectos, hombres diez, y hasta veinte, que sólo de vez en cuando emergen sobre la vulgaridad, el endiosamiento, la torpeza, la doblez y no se cuántos vicios y deficiencias más . Él es uno de ellos.

 

 

Argentina, Sevilla, Italia, otra vez Argentina, otra vez Italia, creo (el orden, la verdad es que no me lo sé) pero el asunto es que el muchacho que soñaba con el Madrid acabó en el Atleti de Aragonés (según escribo esto, me pongo de pie y me quito el sombrero. Ya saben mis lectores qué otra prenda me quito, en sustitución del sombrero que no llevo, en circunstancias así). Aragonés, ¡casi nada! Yo podía haberme enamorado doscientas veces de D. Luis, si viviera, antes que de Mourinho (de quien, por cierto, no entiendo que pueda enamorarse nadie) o de Ronaldo (aquí ya sin comentarios, que hacer sangre está feo). Si viviera D. Luis…

 

 

El Cholo empezó a serlo muy pronto, a los catorce o quince años, así que ni siquiera en su casa creo que le llamen Diego, y menos Diego Pablo. Todavía jovencito empezó a cosechar fama (mala) decholo y torres intenso, que es como los periodistas afines llaman a sus protegidos. Los otros no se cortan y tiran de diccionario: duro, macarra, marrullero, provocador, sucio, violento, tramposo… (algunos blogueros del Madrid van más allá e ilustran el rapapolvo con la famosa patada-pisotón a Beckham, en el mundial del 98. Después de esto y de lo otro con el árbitro, Beckham se llevó una roja y el Cholo siguió en el campo tan a gustito. Eso no es ser sucio ni provocador, eso es ser un hijoputa muy listo).

 

Así pues, intenso, listo, levemente hijoputa y magnético como un ídolo del rock encima del escenario. Eso es lo que hubiera seguido siendo el resto de su vida deportiva, tanto de futbolista como de entrenador, de haber seguido trotando por clubes millonarios sin alma o por equipos de fantasía, con más alma que dinero. Pero le esperaba su destino, su antiguo equipo de Madrid, ¡ay!, el segundo equipo de siempre. El que había probado y saboreado sus esencias -y qué esencias, cuando ese gol al Albacete nos volvió literalmente locos- y ahora no quería ser el primero ni el ultimo, sino el único. Un equipo diferente. El Cholo dijo sí.

 

Y el Atleti fue suyo, y sobre todo nuestro, cuando por fin los años le sacaron del campo  -¡Chulooo, fantasmaaa, argentinoooo!- y le limaron esas zurraspas de peleón callejero.

 

 

Ser el líder del cole, del barrio, del equipo, eso vale a medias. Eres un verdadero líder cuando te pagan por eso, sólo por eso. La tensión de querer, inevitablemente, ser un líder, cuando aún es demasiado pronto, se acabó. “Vos sos ahora el líder absoluto, Diego. Hasé lo que haga falta”, le dijo alguien de entre los suyos. Más acá, y sin acento, le dijeron lo mismo los Cerezo, Gil y Cía. “Ahí la tienes, báilala”.

 

 

Bailó con tal entrega, que sólo el innombrable de Camas ha manchado, cosas del fútbol, su apabullante historial (innombrable y jugador cojonudo, dicho sea de paso).  Da igual. Simeone es el mismo jefe, noble, entregado, apasionado, frontal, decidido, responsable, carismático, apetente, jugoso, firme, lumínico, deseable, querible y solvente que el destino andaba buscando para el Atlético de Madrid, nuestro Atleti. Porque en nuestro Atleti hay mucha gente que no cabe, a pesar de la perfección, de la ambición o del pedigrí… Sólo caben los seres humanos exactos, héroes del liderazgo generoso y de la autocrítica justa, sin una gota de maquillaje que derrita a los aficionados y a la prensa. Sin más dolor ni más gloria que la que se necesita. Sin artilugios de venta. Sin censura. A veces sin perdón, pero muy pocas.

 

 

Las vueltas que has tenido que dar, Cholo querido, lo alto que has tenido que llegar, para ser lo más grande que le ha pasado al Atleti, ¿a que sí, Luis?

 

 

AFORISMOS DE LUNA Y FUEGO (A LA ATENCIÓN DEL LOCO DE LA COLINA). COLABORACIÓN ESPECIAL DE MACAÓN

eL LOCOAh compañero forjador de prosaicas fantasías, creador de imaginaciones que no sirven, sé que dejaste de buscar lo que no encontraste y eso está bien, hay que existir con lo mínimo.

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Se debe huir de aquellos que se curan el vacío sin apenas esperar la risa del incrédulo. Es mejor pertenecer al gremio de los poetas mudos.

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Sucedió el agua de olor y habitó entre nosotros la incertidumbre y agitación, la congoja y el perplejo, hasta llegar a la audacia de vivir sin armazón… y nunca debimos abandonar los lodos de la mar.

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Ah compañero, eres un melancólico de secano y deberías taponarte los oídos para no perder el norte de lo que sucede.

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Esta vida es sujetada y encima aprieta. Sé que duele el letargo empapado en el pañuelo y pierdes el aire quejándote de la panza, que todo es como raspar un fósforo amortiguado.

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La miseria de un niño le interesa a una madre, la miseria de un hombre le interesa a una mujer, la miseria de un solitario viejo no le interesa a nadie.

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El azar, que es sordo y mudo, suele poner su talego de oro en la casa del zorro. La casualidad no tiene leyes y si las hay los necesitados la desconocen.

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Me resumo como puedo, me doblo por la mitad y recojo porciones de realidad que gimen por los rincones.

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Por la noche la gaviota se convierte en araña, el suspiro en tramontana y a la mujer le da por comer algarrobas. También ocurre la dentellada del gusano.

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¿Cómo está usted señor despachador de comprensiones ajenas, colocador de sentimientos, bateador de humores varios, reñidor de sueños, chupador de lenguas sordas? Yo bien, y usted. Bien, el dolor no falta, tan estrujado que echo babas de colores.

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Es que cuando yo nací mi madre no estaba, decía una pequeña huérfana cuando le preguntaban por su madre.

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Conozco el abandono, la estulticia y la indolencia en todas sus maneras, casi vivo de ello, conozco bien sus logros, altos y bajos, su forma de interrogar, sus caricias y desdenes, pero intento no darme cuenta.

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Ante los jodidos instintos, la palabra, la razón y la experiencia son cosas huecas.

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El reloj ha perdido las horas aplastadas por el peso de los segundos.

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Para no sentir el tiempo hay que embriagarse, ya sea de alcohol, de pasión, de quimeras. ¡Oh, ese grito del loco que desconcierta al tiempo!

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Los pobres siempre acaban pagando sus pecados, y muchas veces sin haberlos cometidos.

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La felicidad es algo inasible que igual sucedió en el vientre de la madre y ahora la buscamos entre las cucarachas.

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Bienaventurados aquellos que nadan en ríos de vino y ven lo que no se ve y oyen lo que no se oye.

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Un niño judío en un campo de exterminio nazi le decía a su madre: “Mamá, cuando sea mayor quiero ser alemán”. ¿Puede una oveja envidiar al lobo?

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Para algunos la muerte es el final, para otros es el principio. La realidad es una cama que cambia de inquilino.

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Fumo, toso, escupo. Me miro al espejo. Aparece un espantajo asmático. ¿Cómo se hace para transitar con una fea costumbre?

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Me han diagnosticado el mal de Alzheimer, pero yo me acuerdo de todo, y mejor me lo callo.

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Pienso que no basta moverse para llegar, e incluso que todos los movimientos son inútiles, vanos. Claro que es posible que el movimiento sea aspiración, o incluso ilusión, de inmovilidad: moverse para permanecer inmóvil.

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No sé si el dolor de alma embrutece o tonifica.

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Quien dice luz no dice forzosamente alegría. En la luz se sufre, el exceso quema.

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Se puede decir de todo, nada nos ahoga, a pesar que sea de espanto lo que se diga. Chorretadas de paganas palabras (como un rollo de pianola sin fin) que distorsionan, despistan, traicionan, pero todo se engulle. Mientras tanto la vida no habla, la vida escucha y espera.

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Pensar sin pensar es la mejor forma de pensarlo todo, aunque algo te oprima por dentro.

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Las entrañas, el alma, el pensamiento, poco importa que sean perversos, eso no se ve, ni huele, ni hace ruido, pero nadie desea párpados cuarteados, ni manos escamosas, ni labios raleados.

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¡Hola eternidad, todo va bien mal!

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Pocas cosas tan excitantes como la furtiva mirada de la bella mujer de otro. Sé de miradas que hacen el amor cada día.

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El que busca la verdad es el que con más facilidad cae en el error.

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Resulta insoportable aguantar más de media hora la desesperación de otro.

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El mar y el desierto se asemejan: cada día son distintos, pero siempre son lo mismo: agua y arena. Y a pesar del empeño humano no existe mar o desierto que se deje acariciar.

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Debería entrar por el ojo de la cebolla a ver si puedo llegar a las venas de la mosca.

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La música del sordomudo, el aplauso del paralítico, el baile del beodo, la huella en el desierto de una serpiente que tiene frío. ¿Quién teme al amuleto de la mala suerte?

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De vez en cuando interrogo al infinito: ¿Quién vigila ahí? Creo que la nada. Mejor la nada que alguien que trate de venderte algún arreglo.

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Si agito lo razonable siempre quedan huellas de falsedad.

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¿Hay que beber el líquido de la mujer para no morir deshidratado?

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De la indolencia surge la virtud, de la febril actividad los desajustes. El tiempo vacío es en realidad el único tiempo lleno. Qué sentido tiene manejarse en un mundo de jugadores de ajedrez.

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Carezco de dioses y héroes, pero aun así los míos están suicidándose.

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¡Cariño, lávame las bragas!

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Como los que invocan a los muertos yo me invoco a mí mismo, pero no aparece nadie.

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Lo que hacemos no es tan importante como creemos. Nuestros éxitos, a fin de cuentas, no importan gran cosa, aún menos a un amigo. Posiblemente la meta puede ser no tener meta.

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La igualdad no existe ni siquiera en los muertos, no hay más que dar un paseo por un cementerio.

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Quien se aferra a las remotas mazmorras del pasado, arrastra las cadenas del condenado. De los viajes atrás no se vuelve con nada, a lo más con una pánfila nostalgia. Ningún éxtasis puede resucitarlo.

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Nunca hay que despreciar al solitario. En soledad se aprende a dialogar con las nubes, el mar, el viento, los pájaros, y sobre todo con el silencio.

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Me encantaría encontrar un espacio, un lugar de encuentro, de ausentes y sumergidos, desviados y arrecidos, tullidos y tarados, delirantes y aborrecidos, licenciosos y sudados, a todas las larvas que van errantes por la oscuridad y todos aquellos que aguardan al verdugo. Crearíamos un nuevo Nuevo Mundo.

 

Nostalgia de Quintero

QuinteroDe aquel tiempo solo va quedando el recuerdo extrañado de quienes lo vivimos. Los ochenta son ya una dictadura del calendario (cuarenta años). En la memoria hace frío, aunque también hay muchas luces, y quimeras y cubatas, y en las radios, cuando rompía la medianoche, se asomaba desde el lorquiano Guadalquivir de las estrellas un locutor de voz caliente y perfume antiguo llamado Jesús Quintero. Parece que se nota en el entorno de estos años veinte todavía sin adjetivos (felices y locos se antojan inapropiados) una cierta nostalgia del Loco de la colina, porque lo sacan por unos lados y por otros, por pantallas y papeles, como arrojándolo de los silencios en los que hacía años que se había quedado a vivir y trayéndole a esta provincia de bullicio y mala leche, de tertulianos y tuiteros, en que mal que bien, qué remedio, vamos echando el rato. Quintero, con su apellido de cancionero, es la cumbre de la radio romántica española, de manera que bienvenida sea la añoranza de aquellas noches profundas y lejanas en que un caballero más loco que cuerdo se asomaba a los acantilados de la soledad, a los manicomios del desamor con palabras donde lo hermoso no sentía reparo en compartir cama con lo cursi. Lo que no mata, engorda, lo que no acaricia puede hacer cosquillas.

            A los años les han ido creciendo piernas y la vida corre con cierto aire de desespero, pero algunos jóvenes que nunca lo escucharon rescatan aquella garganta profunda que musitaba versos con música de Pink Floyd, los Beatles y el Lebrijano y hacía preguntas que descolocaban a sus invitados y les llevaban decir lo que nunca habían dicho. Una noche Dolores Ibarruri Pasionaria rezó el Padrenuestro en latín. Quintero ponía voz a las palabras que le escribían inspirados guionistas como Javier Salvago o Raúl del Pozo, pero la resonancia de su voz era tan honda que hubiera sabido emocionarnos leyendo la guía telefónica. Mi compañero Santos López trabajó con él en Radio Sevilla de la SER cuando era un muchacho en flor y Quintero era ya un mito viviente, que se paseaba por Sevilla con un deportivo descapotable y seducía a mujeres de bandera. El Loco le ha dado a todos los palos y los géneros, ha sido y parece que sigue siendo seductor universal. Yo lo recuerdo cuando aún no se había encaramado a la colina y viajaba en Radio Nacional con una roulotte, pero fue desde las noches  de la Sevilla que fue cuna de facinerosos y truhanes, de ingenios y bribones donde le sacó las mejores notas a su guitarra. Luego en la tele se convirtió en señor de atmósferas, de claroscuros, de humo e invierno y puso en marcha programas inolvidables. Recordar a Quintero es evocar una radio y una televisión en la que había espacio para tipos como él, ajenos a politiquerías, cambalaches y cotilleos de garrafón. Divina locura la suya.

 

 

 

Sábados Literarios. Fernando Savater siempre está en el mejor lado

savater-sara-torres-arielEl último libro de Fernando Savater –esperemos que solo sea el último de momento- se titula “La peor parte” y lleva el subtítulo de “Memorias de amor”. A Savater hace cuatro años la vida le dio un golpe en su línea de flotación. El duelo del filósofo extraña, por largo, porque la vida no para de mostrar páginas y abrir ventanas y puertas, pero el caso es que nuestro hombre no levanta cabeza y eso nos extraña a quienes lo tenemos por uno de los tipos más divertidos y amables de esa jungla que llamaremos industria cultural. Savater dice que está triste y, naturalmente, le creemos, pero no hay manera de entristecerse leyendo su libro, porque él ha hecho de la amenidad y el ingenio literario sus grandes armas, y aunque cuente tristezas y desgarros, uno lo lee con fruición y aprovechamiento y con envidia también hacia quien ha sabido jugar el juego de la vida con pasión y apetito de sabio. Así que aunque la que cuente sea la peor parte, hay que constatar que él suele estar en el mejor lado y que a su lado se está bien, siquiera a su lado lector.

Como no soy crítico literario, ni malditas las ganas, no me veo obligado a buscar aspectos fallidos en la obra. A mí me gusta tal como está escrita, creo que lo ha hecho con sinceridad yportada_la-peor-parte_fernando-savater_201906121058 verdadero amor por Sara Torres, Pelo Cohete en el lenguaje íntimo de la pareja. Con ella compartió 35 años “toda una vida de felicidad”. Es verdad que no nos adentra en la espesura que es una existencia, con la profundidad y el drama que esta siempre conlleva. Ese drama solo aparece como el resultado de la muerte de Pelo Cohete, pero todas las peripecias que evoca Savater de su vida compartida son un fantástico catálogo de buenos momentos, de aventuras y dichas. La propia Sara le reprocha alguna vez su superficialidad, el hecho de que se lo toma todo como un juego, la ausencia de compromiso real con las cosas a ras de suelo. Eso es cierto, porque está en el ADN del escritor, para el que vivir ha sido una permanente búsqueda de deleites. Él mismo confiesa que hasta algo tan serio como la lucha contra ETA –ejemplar tanto en el caso de Fernando como de Sara, quien había pertenecido al grupo terrorista en los primeros setenta o al menos había coqueteado peligrosamente con él- le había divertido mucho. Bueno, cada uno está cosido de un modo singular y así como hay personas para quienes cualquier trance tiene un aire grave y funeral, hay espíritus festivos como el de Savater que saben encontrar el lado juguetón a todo, salvo cuando la muerte, claro, llega con su certificado de realidad inexorable y se lleva el juguete más amado. Pero no censuremos al elefante por ser elefante, a la rana por ser rana o a la mariposa por ser mariposa. Baste ser el mejor elefante posible, la mejor rana posible o la mejor mariposa posible. Savater no es, desde luego, elefante, pero en lo suyo nos ha ofrecido una versión exquisita, a lo que hay que añadir un sentido admirable de la educación y una sonrisa afectuosa e irónica que no ha perdido ni en los peores días, al menos en sus comparecencias públicas.

A su manera ha vivido y ha escrito Savater, una manera que le ha hecho ganarse muchas enemistades en las élites intelectuales, que durante años lo veneraron, pero ya se sabe que esas élites, con frecuencia, son alérgicas a los cambios de opiniones y posiciones y que hay una izquierda cargada de prejuicios y etiquetas que moriría antes de renunciar a sus catecismos. En fin, allá cada cual con su doctrina, y larga vida al donostiarra que ha escrito grandes páginas literarias en el último medio siglo, aunque con frecuencia las mejores no hayan sido las más graves. No está en su naturaleza.

Los mares de Agosto

fotolafotolafotoAgosto, ¡salve, viejo Augusto!, que se devora a sí mismo, corazón mareado, baúl sin corbatas, demasiado ruidoso para ignorarlo, hecho de demasía y cháchara. Hubo una época en que Agosto era para mí un río que rara vez conseguía cruzar a nado, un torbellino de angustia en el que quedaba varado, como una ballena triste, a la espera de que me rescatara algún amigo, alguna mujer, algún espejismo, algo de alguien. De entonces me ha quedado un cierto recelo hacia Agosto, aunque le tengo ley, por ser territorio sin mañanas obligatorias y dispensador de horas gratis. Por supuesto que amo a Agosto, cada vez más, más cuanto la adolescencia es una isla remota y en la península de mi biografía casi sesentada el sol suena con alegría de alondra de luz por la mañana y la felicidad es ancha como un mar de arena, aunque le falta, claro, la profundidad de la tristeza sin fondo, que finalmente es la vida. Agosto era para mí un fantasma, lo fue alguna vez, y ahora es una hermosa aventura, una road movie modesta y en familia por las autovías de la patria mía. Luego todo se acaba, como el porvenir que está por llegar, y estamos otra vez en la desembocadura de septiembre. Pero agosto es valioso en tanto que fugaz y fugitivo, como en la vida todo, y, confieso, además, que nunca sentí desdén por el otoño, mi estación favorita. El otoño que viene del verano, eso sí, pues que el otoño que va a dar al invierno es ya otra película.

En mi agosteo de este verano he tenido dos paisajes a los que soy adicto: Asturias y Málaga (colóquese por favor Cártama estación en el mapa) y luego un descubrimiento, que es también un deslumbramiento: Cádiz. Pero es tan grande Cádiz, tan bonito, tan superficial, tan encantador que lo dejaré para otro folio. Me quedo ahora con Málaga. Va para años que me inventé una manera de ver a los amigos que viven allí sin apenas ir a la capital, porque en mi singularidad y mi rareza me gusta pasar las vacaciones malagueñas en Cártama, con la familia, caminando, leyendo y pensando cuando se piensa. De manera que como también me gusta estar con los amigos me pareció que lo mejor era quedar con todos el mismo día, noche, quiero decir. Esa es la prehistoria de una tertulia, que en su versión actual y poderosa ha cumplido dos ediciones. Este año, María Viedma nos ha buscado un rincón inmejorable (la fotografía no hace justicia al esplendor nocturno del sitio) en el restaurante el Balneario de los baños del Carmen, en el corazón de Pedregalejo. Lo primero que piensa uno al llegar allí, a la mejor mesa de una terraza fantástica es: ¿qué he hecho yo para merecer tamaño regalo? Y un regalo fue, un obsequio que nos hicimos a nosotros mismos, un retablo ilusionista y antiguo como una inscripción decimonónica, una tertulia de verdad en la atosigante era en que las tertulias son fárrago y revoltijo de periolíticos y polidistas del montón.

Y como los otoños vuelan y las estaciones son un espejismo, entre campeonato de Liga y campeonato de Liga,  Agosto está otra vez llamando

secretamente a nuestra puerta y allí estaremos para abrirla de par en par, en la misma terraza, en el mismo tiempo sin tiempo, en otra noche que sea la misma repetida noche. Aquí estamos, retratados para el porvenir, que fue ayer, en el centro María Viedma, y siguiendo el orden del reloj (siempre el tiempo, nuestro amigo enemigo) Juan Ramón, Luis Santiago, Juan Jesús, Gracia, Antonio Sayago, yo mismo y José Manuel. En otra instantánea estoy con  María y mi querido primo, el muy filosófico Juan Ramón. Y en una postrer foto, María posa con Juan Jesús, otro primo y fibonacci genial. En fin,  la vida sigue como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Mendoza y Jardiel. Una colaboración especial de Carmen Bayón

eloisaPRÓLOGO:“Los amo a ambos”. Así terminas, querido Tirado, tu artículo sobre Jardiel y Cioran. Yo, señores, también los amo a ambos. No a Jardiel y a Cioran, sino a Don Enrique y a mi gran amigo Juan Antonio. Y como el malagueño me ha pedido que le coja el relevo e interprete otro dueto, pues me aplico aquello de “contra la pereza diligencia”, me subo a esa virtud con nombre de autobús del lejano Oeste y a teclear se ha dicho.

CAPÍTULOS 1,2 y 3… responda otra vez (Homenaje a Chicho)

Las mujeres solemos decir que lo que más nos gusta de un hombre es que nos haga reír y curiosamente elegimos casi siempre desalmados que nos hacen llorar hasta la deshidratación.

La verdad es que reír, lo que se dice reír, delante de desconocidos sin pudor y sin vergüenza sólo lo han hecho tres caballeros Enrique Jardiel Poncela, Eduardo Mendoza y Tom Sharpe. Podría citar alguno más como Juanjo Millás, pero esa es una risa pa’dentro, como de reflexión. Al Británico le aplicaré un brexit casero porque no necesitaremos un Wilt si ya tenemos un Gulp.

Es curioso que en un momento en el que existe un canal de televisión dedicado en exclusiva a la comedia y en el que tiene más audiencia un informativo satírico que el telediario, a mí sólo me hagan reír, con sentimiento y con consentimiento, un tipo raro y otro que escribe sobre un tipo tan raro que no tiene ni nombre.

Creo que es porque su humor es apolíticamente incorrecto y sobre todo inteligente. Ni Jardiel, al que golpearon de izquierda a derecha y viceversa, ni Mendoza basan su humor en el político de turno –que muchas veces es un chiste en sí mismo- y mucho menos para adoctrinar a las masas. Como todo humor inteligente tiene más de autocrítica que de burla. Sus situaciones absurdas, sus juegos de palabras , su complicada sencillez me encantan.

Lo de “incorrecto” sobra explicarlo pero por si acaso ahí va un ejemplo: La comparación de la mujer con un automóvil en 10 puntos, entre ellos “Tienen ojos y no ven “o “para ir bien tienen que

Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza

ir recién pintados”. Para compensar, Jardiel hace lo mismo con los Don Juanes demostrando su imbecilidad extrema. Ambos casos son exageraciones y ambos tienen un retrogusto a verdad que nos debería hacer reflexionar para enmendarnos. El detective amateur de Mendoza está entre el retraso y el desequilibrio mental . Asunto que también despierta muchas sensibilidades y genera miles de eufemismos, quizá para no enfrentarnos a la realidad, reírnos de ella y de nosotros, y afrontar los problemas de cara sin paños calientes ni algodones.

Jardiel y Mendoza rezuman ironía que como dijo Kierkegaard es algo para iniciados porque lo fácil es reírse del que se pegó un trompazo con el monopatín, de los tópicos regionales y de las frases que elige el político o del político elegido por la frase.

Jardiel y Mendoza son delicatesen en un hipermercado del chiste donde el humor transita cada día por pasillos más estrechos repletos de estanterías rebosantes de manuales sobre lo políticamente correcto.

Me da miedo pensar que en unos años tenga que decirles a los niños aquello de “he visto cosas que vosotros no creeríais”. Gente riéndose de sí misma, personas practicando la ironía sin limitaciones y humor del bueno, del que se escribe con H de héroes, como Hardiel y Hendoza.

 

 

 

 

Jardiel y Cioran

Emile-CioránEntonces yo era muy joven, no había cumplido ni los veinte, y con una cierta regularidad me sentía abatido. Para esos días procuraba hacerme con un libro de Jardiel Poncela, que me devolvía la alegría de vivir con una eficacia clínica supongo que similar a la que hoy pueda tener el Prozac. No era un placebo, era un reconstituyente psicológico de efectos probados. En fechas tan lejanas no conocía a Cioran, y es posible que si me hubiera empastillado con su lectura hubiera acabado en el psiquiátrico. Pero, también podría haber ocurrido lo contrario, que se hubiera cimentado mi alegría de vivir de forma poderosa, que hubiera desarrollado la musculatura del alma. Cioran, el escritor rumano que vivió más de medio siglo exiliado en París nació, contra su voluntad, hace un siglo y pico. “Del inconveniente de haber nacido” es uno de los libros de este escritor, filósofo y moralista. Sus títulos son expresivos: “En las cimas de la desesperación”, “Silogismos de la amargura”, “Ese maldito yo”, “Breviario de los vencidos”…

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“No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado”, “Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo”, “No deberíamos molestar a nuestros amigos más que para nuestro entierro. Y aun así…”, “Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo”. Así hablaba Cioran.

Hace años fui con mis amigos Teófilo y Benito a la proyección de un documental inédito sobre Cioran, filmado a partir de la única entrevista audiovisual que concedió en su vida. La recomiendo con fervor: está hecha para espíritus delicados. En el acto previo disertaron varios conocedores del hombre y su obra, pero ninguno con el talento y el ingenio de Fernando Savater. Cada uno es como es y a él le ha tocado ser brillante. Él fue quien tradujo la primera obra al español de Cioran y, lo que es más importante, el que dio a conocer aquí su figura: hubo más de uno que pensó que se trataba de una invención del travieso Savater. Fueron amigos durante veinte años, frecuentó su modesto apartamento en la calle del Odeón, del barrio Latino, donde vivía con su mujer y era, según Savater, cortés, muy curioso y apasionado por las cosas de España, conversador y dado a la sonrisa y la risa. Sus carcajadas, cuentan él y otros, resonaban joviales y festivas.

Algo hay a la fuerza de impostado en quien se pasó la vida defendiendo el suicidio y llegó cómodamente a los 84, pero también hay mucho de auténtico. Cuando alguien, normalmente joven, le llamaba para comunicarle que iba a suicidarse, Cioran se empeñaba en demostrarle lo equivocado de su pretensión. Puesto que el suicidio es la carta que el hombre siempre tiene a su alcance, la que le da sensación de poder y libertad, no es conveniente jugarla demasiado pronto. Poder suicidarse, no el acto de hacerlo, es lo que importa. El pesimismo radical del escritor rumano era deudor del insomnio. “Hay noches en blanco que ni el más capaz de los verdugos habría podido inventar”. Cioran fue consecuente con muchos de sus planteamientos radicales. Así, odiaba el tráfico de vanidades que reinaba en el mundillo literario francés y se negó a recibir importantes galardones, el más relevante, el Nobel. Contó Savater que había llegado a París una joven y guapa sueca interesada por su obra y parece que Cioran estaba fascinado con la muchacha, hasta que se enteró de que había ido a sondearlo sobre la posibilidad de ser candidato al Nobel. Dijo Savater que el filósofo despidió airado a la sueca y quedó decepcionado: se había ilusionado con ella, él que deploró tan a menudo en sus libros cualquier grado de ilusión. Lo del Nobel le pareció una traición.

Cioran es un moralista y un trágico, pero en última instancia también un gran humorista. En sus aforismos encontramos frecuentes amenidades: “Antes que acostarme con X preferiría pasar 10 horas en el dentista”, “Deberíamos tener la capacidad de aullar un cuarto de hora al día, cuando menos, y habría que crear con ese fin, “aulladeros”, “¡Si supieran los hijos que no he querido tener la felicidad que me deben!…

Cioran es una de mis debilidades y su lectura no me ha deprimido nunca, al contrario es para mí un complemento vitamínico. El rumano/parisino escribía como Dios, ese Dios al que tanto injurió. Jardiel no era menos trágico, pero lo disimulaba con cataratas de humor. Los amo a ambos.

 

 

 

 

Teófilo, maestro generoso. Por Alfonso García

Un verano extremeño: Teo con Celia y Begoña

Un verano extremeño: Teo con Celia y Begoña. Alfonso tomó la instantánea. 

Desde la muerte de Teófilo me he enfrentado, primero a diario y después más de tarde en tarde, a un folio en blanco para tratar de escribir unas líneas de homenaje al amigo. El resultado siempre ha sido el mismo: han pasado los meses y sigo sin ser capaz de escribir un renglón que pudiera merecer su atención y, mucho menos, su aprobación.

Al cabo he llegado a la conclusión de que mi absentismo era simplemente –y no es poco-  un problema de conciencia. Me resulta muy difícil escribir sobre Teófilo sin no hacer antes una íntima reflexión que, aunque se lo confesé y reconocí en vida, hoy me sigue reconcomiendo.

Quien escribe le falló a Teófilo.

Sin canto de gallo ni tres negaciones, solo una fue suficiente para que mi deuda con él me mantenga con la pluma inmóvil sobre el escritorio. Me lo dio todo y jamás me pidió nada cuando yo pude ofrecérselo. Me atormentan por ello mis faltas de tacto, sensibilidad y amistad con las que le devolví su camaradería, lealtad y tutela que me obsequió durante años.

Además de los reiterados golpes de pecho, que por encostrados no dejan de dolerme, sigo teniendo a Teo presente cada día. Tanto que me niego a pensar que ha muerto. Quizás, y también por eso, me cuesta escribir en su memoria, porque en la mía sigue vivo.

Tan presente como el primer día que, como novicio, llegué a Telemadrid en junio de 1991.

En aquel momento me pregunté – y aun hoy lo hago- si me recibió mal, bien o regular. Entonces me pareció inescrutable al menos para mis ojos. Frío como manchego que lo era, quizás. Solo vi a un señor bajito, con gafas de culo de vaso, bigote poblado y al que le acompañaba una voz grave que encajaba a la perfección con su semblante inexpresivo. De un día para otro y de la tarde a la noche se convirtió en mi jefe inmediato. De poco me sirvió en esos días que mi director de informativos me asegurara que estar bajo la tutoría de Teo era lo mejor.

Tras varios días de aprendizaje en una redacción de televisión ajena para mí –yo procedía de la radio-, encontramos, para su regocijo y a mi pesar, el primer punto de comunión. Un 6 de junio de ese 1991 llegó tarde a la redacción de la que él era editor en la tercera edición de Telenoticias a la que yo estaba adscrito.

Tenía motivos más que justificados para aparecer con retraso, incluso para no comparecer. Fue uno de los 23.000 testigos privilegiados que contemplaron y se extasiaron en una de las tardes memorables de esas que llaman históricas en la plaza de toros de Las Ventas: el mano a mano entre César Rincón y Ortega Cano en el encierro con los de Samuel Flores en la corrida de la Beneficencia. Mi pesar, y continúo con el lamento, fue no ser uno de esos afortunados de aquella antología de tauromaquia.

Esa afición por lo taurino, hoy mal vista por muchos, fue la partida de una amistad que navegó por las aguas entre lo fraternal y parental  y que, sostenidamente, fue en ascenso hasta sus últimos días con el único altibajo que yo provoqué años más tarde.

Aquel Telenoticias que se emitía entre las dos y las tres de la madrugada por mor de un programa previo, plomizo e interminable que ponía en escena el Gran Wyoming en Telemadrid nos sirvió, amén del intercambio de pareceres sobre las comunes aficiones taurina y al flamenco, para fraguar una amistad rocosa que logró penetrar en las esferas de nuestras respectivas parejas. Es en ese tiempo, cuando Teo vivía en Aluche, y al acabar el informativo lo acompañaba hasta su casa –él no conducía-. Fueron noches de plática en las que no dejábamos de dar buena cuenta en el entorno de unas prietas pintas de cerveza negra que jamás he vuelto a probar.

Poco después de esa época –frisaba ya la segunda mitad de los 90-, es cuando a la casa de alquiler en la que vivía en la calle de Ocaña dimos en llamarla “Eros Center” y más tarde idear una entelequia que jamás llevamos a la práctica, no por falta de vocación, sino por su propia naturaleza de entelequia. Hoy, sin Teófilo, emprender una empresa destinada a ser una UVI móvil sexual de urgencias, con un servidor de conductor y él como facultativo cualificado, se antoja fantasía. Contarlo ahora, alejado el momento y sin las envolturas de los chascarrillos, resulta extraño y atrevido pero, muchas y buenas noches regadas con buen y generoso cava dieron para abundar en esa quimera que nos condujo, incluso, a proyectar una mancebía en el Alcázar de Toledo con la proyección futura de ampliar la compañía  al mismísimo Palacio de Oriente. No íbamos descaminados a resultas de los acontecimientos que la historia reciente nos ha desvelado. Eso sí, en esa ficción, siempre con nuestras consortes como administradoras de las casas de lenocinio.

En el entretanto de esas ensoñaciones imposibles que nos servían para descongestionar y ahogar –con la inestimable ayuda del cava- las perturbaciones que nos generaba la cotidianidad del oficio, creció una comunión que el tiempo, con sus vaivenes, fue incapaz de descoyuntar.

Un viaje a Extremadura con Celia –su compañera infatigable- y Begoña -mi mujer-, todavía hoy me resulta inolvidable. Han trascurrido ya más de dos décadas y sigue siendo un pasaje del que las evocaciones se mantienen vivas e indestructibles.

Me resulta imposible y complejo discernir entre el Teo profesional y el Teo amigo. Las dos orillas, lejos de ser paralelas, sí confluían en su caso en un mismo punto: la honradez.  Recuerdo una noche de cavilaciones sobre periodismo en la que me obsequió con una de sus frases sobrias y lapidarias sobre las que el debate posterior resultó yermo. Solo cabía avenirse a su máxima: “Olvídate de ser objetivo e independiente. Se honesto”.

En mi humildad he insistido siempre en cumplir su enseñanza para ejercer el oficio. En otros asuntos me atreví incluso a posicionarme en su contra o rebatir sus argumentos. Siempre me pareció, y así se lo hacía saber, una incongruencia que aceptara y defendiera con cierto apasionamiento la existencia de fenómenos paranormales –incluso mantenía haber sido testigo de alguno de ellos-, y no creer en Dios sin embargo.  A estas alturas, y tras muchas conversaciones sobre ello, ya no estoy tan seguro de su ateísmo confeso –lo que con su nombre no dejaba de ser una paradoja -, sino que desde hacía años estaba enfadado con Él. Y motivos no le faltaban.

Fuera un ente superior el que le otorgó la cualidad o su propia forja, Teófilo estaba dotado de esa fuerza imantada que tienen los líderes para atraer hacia él la atención sin pretenderlo. Esa jerarquía que ejercía involuntariamente le convertía en confesor, consejero y confidente. En camarada. Poseía, por añadidura, el don de la credibilidad, talento negado a buena parte. Por trivializar, era tal su autoridad que hasta las fabadas que algunas veces perpetraba, servidas por él parecían surgir de un fogón de su querida Asturias.

Del mismo modo ocurría cuando pronunciaba las palabras maestro y torero. Salidas de su boca equivalían a una confirmación de alternativa del mismísimo Curro Romero en la Maestranza.  Igual sucedía si a alguien –generalmente político, recuerdo-, le propinaba con uno de sus calificativos preferidos: cretino. Si Teo lo decía es que el referido era un cretino incuestionable. Si hubiera sido gitano habría sido el patriarca del clan. Sin duda.

Me admiraba su capacidad de discernimiento. Ni sus fobias ni filias las llevaba a un lugar sin retorno. De unas siempre era capaz de pellizcar aspectos positivos, de otras, lejos de aliviarse, las analizaba. Nunca le faltó el espíritu crítico. Tampoco el de comprensión.

Por todo ello, y por más, Teófilo era querido.

Y él, tan amador de las mujeres y tan amador de todas sus mujeres, bien podría haber firmado la estrofa de una canción de Alberto Cortez que, según recuerdo, reza: “Me gustan las muchachas en abril, me gusta el vino tanto como las flores y los amantes, pero no los señores”.   Y es que no, a Teófilo no le gustaban los señores – no es malo ni bueno, pero no le gustaban-, y su querencia a las mujeres con su corazón apasionado fue su prolongación de vida. Esa vida que traiciona a sus amantes como siempre hace la vida. Porque Teófilo amaba tanto la vida que nunca se quejó de ella ni le pidió explicaciones. Afortunado por la vida vivida, herido por la misma vida que le expulsaba y  por la muerte que le acechaba, nunca renegó de su destino. A veces se reconfortaba en el consuelo de que podía estar peor. Su pena, que la tenía, fue suya. Y su dolor, aunque compartido, no lo trasladó. Su partida, hacia dónde haya dispuesto su destino, no la saludaron las campanas porque así lo quiso, pero a sus hermanos nos siguen tañendo en lo más hondo.

Por ello su ausencia, fuera de quien fuese la decisión, no la apruebo.

Maestro, con Dios.

Otra copa en el VAR

penalti-655x368Quizá nos falte perspectiva. Raramente se alcanza a ver la importancia de un fenómeno en el momento mismo de su aparición. El rey Luis XVI anotó en su diario personal el 14 de julio de 1789: “Aujourd´hui, rien” (Hoy, nada). Ese día, los revolucionarios parisinos habían tomado la Bastilla. Ahora lo sabemos: la cabeza del monarca estaba seriamente amenazada, pero él no encontró motivo de mayor alcance para darle algún relieve a lo que había ocurrido durante esas 24 horas. En fin, tendrán que perdonarme la analogía histórica, tan hiperbólica como surreal. Aquí hablamos de asuntos de mucho menos fuste. Esto es solo fútbol, que dicen los peloteros, esos viciosos del círculo y la frase redonda y hueca, que va del fútbol es fútbol, al balón no ha querido entrar o los penaltis son una lotería. Por supuesto que los penaltis no son una lotería, probablemente ni la lotería sea una lotería, pero ese es mimbre de otro cesto.

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Lo que ya nunca será igual es el fútbol después de la llegada del VAR. Llegó para quedarse, sería impensable ahora un balompié sin video arbitraje, y hasta la UEFA reza para que no haya un fallo arbitral escandaloso esta temporada, porque la siguiente también la Champions estará bajo el paraguas del ojo electrónico. Unos meses antes de estrenarse el invento hice un reportaje para Informe Semanal sobre el asunto. Hubo opiniones varias, aunque a esas alturas de la pequeña historia no tenía mucho sentido oponerse a lo que iba a caer como fruto de la ley de la gravedad deportiva. Quien más celebraba el advenimiento era José Antonio Martín Petón, un tipo torrencial, simpático, optimista y definitivamente atlético. Del Atlético de Madrid, quiero decir. En su opinión, en España los dos grandes equipos iban a ser perjudicados por el video-fenómeno. Naturalmente el VAR es una herramienta del presente, de manera inevitable volcada al futuro, que lo tiene todo, pero no es raro dejarse llevar por esa disciplina llamada historia contrafactual y preguntarse cuál sería el palmarés de la Liga y la Copa de Europa en la suposición de que siempre hubiese existido video arbitraje.

Los grandes opositores al VAR son los defensores a ultranza de un casticismo que entiende que si se suprimen los errores arbitrales se habrá acabado con la más rica salsa del fútbol, la de la polémica de los lunes en el BAR. Uno de estos abanderados es el director de AS, Alfredo Relaño, quien se ha tirado media docena de años criticando lo que entendía como favoritismo de los árbitros hacia el Barcelona, aun así era reacio a que pudiera existir una cámara que pasara a limpio y corrigiera tales abusos. Le valía más vender periódicos a cuenta de un fenómeno que bautizó con cierto ingenio como “villarato”. En realidad, tanto a Relaño que es tan del Madrid como Florentino, como a los azulgrana les viene mal la invención.

En este último partido Barcelona Real Madrid, el de la manita en la cara de Lopetegui, el VAR dio un penalti a los locales que el colegiado no había visto. Pero si se quiere entender el alcance revolucionario del neo-arbitraje no encuentro un ejemplo más acabado que el del Real Madrid 1 Levante 2. Ese día el video señaló un penalti a favor de los valencianos y anuló un gol a los madridistas. De no haber sido por el ojo del árbitro electrónico, mal que bien, y como tantas otras tardes tontas, el Madrid habría ganado el partido y la cabeza de Lopetegui no se habría puesto tan pronto en almoneda. Claro que a la cabeza de Lopetegui le ocurría lo que a la de Luis XVI, que no había forma de salvarla de caer en el cesto.