“Pies de barro”

2733200806efeeducacion-3.jpg  Nueva ley, competencias, formación, más alumnos con necesidades educativas especiales, convivencia escolar… La eucaristía final de curso es un buen momento para ofrecer todo al Señor, la cena con los compañeros lo es para la charla, el debate, la discusión y caer en “típicos tópicos” necesarios. Necesarios para el análisis informal y cotidiano, necesarios por la importancia y relevancia de la educación. Comparamos dotaciones, apoyos y facilidades entre comunidades autónomas. Pasamos de grandes hechos a casos particulares sin orden de continuidad… “¿Cómo está María Elena? No parece que vaya a levantar cabeza”; “la educación de un país, una sociedad, se juega en la buena educación de cada niño y adolescente en concreto”; “si su familia nos apoyara y confiara en nosotros…”. Un gran gigante con pies de barro. Pasamos del barro de los gobernantes que desean adocenar o cultivar según sus ideas, hasta el barro de las manos de los maestros, sin dejar atrás el barro de los padres y, también, de cada alumno concreto. “Luis parece que sigue adelante a pesar de la recaída”,”los padres de Julia están alerta ante su extrema delgadez”, “lo de Carmen este curso ha sido maravilloso, vaya progresión milagrosa”.             El barro de esos gigantescos pies, que nos remite a la finitud y a la fragilidad del hombre y de la tarea educadora, a nosotros, los cristianos, nos recuerda la arcilla de la que fuimos creados. Nos evoca la vida, la esperanza y la posibilidad de “re-creación”  a imagen y semejanza de Dios, que nos ama sin límites. Recordar el barro de nuestra naturaleza nos debe remitir a la fe. Saber de nuestras limitaciones pero confiar en nuestras posibilidades porque Él nos confía a cada uno de nosotros la tarea educativa, nos confía a cada compañero, a cada alumno y familia que pone en nuestras manos. Puede que el tamaño del gigante y el material de sus pies nos hagan parecer utópico que la carga sea llevadera. El barro roto visto en vidas cercanas, o en la propia, hace mella en el corazón entregado del maestro. Sentirse vocacionado, puesto por Dios en ese colegio y esa aula, le salva. Renueva su ilusión cada mañana, cada curso. Sólo la fe puede recordarnos de qué pasta estamos hechos y por qué apostar por el hombre, por los adolescentes, niños y familias concretas con confianza y esperanza. Mi amigo Fernando ya tiene una buena imagen con la que empezar el curso desde la pastoral el curso que viene: el barro. Fernando Cordero, ss.cc.

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