Corazones en red

Me viene a la memoria la tarde en la que un grupo de alumnos de bachillerato, su profesora y el que escribe con cámara digital en mano, fuimos a entrevistar al Cardenal Amigo Vallejo. Cuando llegamos a la Plaza Virgen de los Reyes, delante de la portada barroca del Palacio Arzobispal, junto a la Giralda, comenzaron los nervios de los chavales, que se acentuaron cuando subimos la escalera central de mármol. Menos mal que la amabilidad del Hermano Pablo, secretario particular del Cardenal, tranquilizó bastante los ánimos de la comitiva, conduciéndonos a un amplio salón, donde tuvo lugar la entrevista.

            El arzobispo hispalense estuvo de lo más cercano. De entre todas las declaraciones que fue realizando el purpurado, hubo un tema que me llamó especialmente la atención: la buena convivencia con los musulmanes cuando él fue arzobispo de Tánger. Tras el ayuno en los días de Ramadán, lo primero que toman los seguidores del Corán es una especie de sopa muy densa llamada jarira.  Don Carlos nos explica que “es costumbre intercambiar jarira con los vecinos, como si nosotros compartiéramos el ‘gazpachito’ de cada uno como gesto de amistad”. A los cristianos también les ofrecen jarira. En Navidad, los cristianos regalan a sus vecinos musulmanes turrón y dulces.

Esta anécdota me evocó también lo que le he oído a nuestro hermano, el P. Felipe, que ha sido varios años misionero en Calculta. La comunidad de los Sagrados Corazones donde él vivió, “Damien House”, está ubicada en un barrio musulmán. Los religiosos fueron invitados a la boda de una vecina; varias familias cada año les traen parte de la carne sacrificada en la fiesta de Id uz-Zuha; les regalan platos con dulces en los días de las grandes fiestas… La Comunidad ss.cc. procura corresponder por Navidades y Pascua. Y también han rezado juntos. El P. Felipe tiene grabado el día en que falleció el abuelo de la familia que vivía justo debajo de su ventana: “lo primero que hicieron fue avisarme para que rezara por él. Saben que somos hombres de Dios, con todas nuestras imperfecciones, y que somos buenos vecinos. Allí estuvimos un rato, rezando, cada uno como mejor podía, por nuestro abuelo”.

            Es verdad. Las cosas son mucho más complicadas y no se resuelven con un plato culinario pero, con la buena vecindad, la relación va creando lazos y armonía entre los que son distintos. Para el Cardenal Amigo, sus años de Tánger supusieron “un enriquecimiento por conocer a personas que pensando desde el punto de vista religioso de una forma distinta, podíamos convivir como hermanos y amigos”.

            Desde hace unos meses me acompaña de una manera especial el testimonio de aquellos que han dado la vida por su fe en Jesucristo. En un profundo y escalofriante reportaje de investigación, que lleva por título “Los nuevos perseguidos”, el periodista Antonio Socci afirma que “250 millones de cristianos arriesgan su vida cada año en todo el mundo. El balance es trágico: 160.000 víctimas al año en América Latina, el norte de África, los países árabes y Asia; 604 misioneros asesinados en la década de 1990 en México, Colombia, Argelia, Arabia Saudí, Pakistán, India, China y Birmania”. Ojalá tanta intolerancia y fanatismo cayeran en desuso en nuestro mundo y, realmente, pudiéramos convivir como buenos hermanos los que pensamos y creemos de una manera diferente.

Fernando Cordero, ss.cc. 

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