Domingo XXII del Tiempo Ordinario
(Negarse a sí mismo; cargar con la cruz)
El domingo pasado tratábamos de responder personalmente quién era Jesús para cada uno de nosotros. Jesús se lo había preguntado a los apóstoles. Hoy, vemos, en el evangelio, que Jesús trata de explicarles, no quién es, sino qué va a ser de él; qué camino va a tener que recorrer, y cuál sería su final: Dice el evangelio:”Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho, por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
Se olvidaron de las últimas palabras:”resucitar al tercer día”; y se quedaron solo con que tenía que “sufrir mucho y ser ejecutado”.
Aquello no les convenía, porque era el fracaso del Maestro y, por tanto, el de ellos también. Y tratan de convencerlo de que no debe ser así, y por tanto hay que poner los medios para que no ocurra. Y es Pedro, como siempre, el líder del grupo, el que se encarga de disuadirlo: “No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte”.
Pero el que se había pasado era él, que se atrevía a cambiar las directivas de la vida de Jesús. Y Jesús le corrige fuertemente.
Las palabras de la traducción española no son muy exactas: “Apártate de mi, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como os hombres, no como Dios”.
Es mejor la traducción que hace la Biblia francesa, que dice: “Ponte detrás de mí, Satanás, que me haces caer, porque tus pensamientos son cómo los de Dios”. Es decir, sígueme en mi camino, sigue mis huellas, y pasa por lo que yo tengo que pasar.
Para seguir a Jesús, para ser su discípulo, hay que estar dispuesto a tomar su cruz y seguirle. No hay que buscar cruces, que hartas tiene la vida, Pero hay que saber llevarla con fidelidad, e incluso, hacer de cirineo, ayudando a otros a llevar la suya, tal vez más pesada.
Félix González
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