Las palabras

A veces me sorprendo a mi mismo enfureciéndome por lo que escucho en la calle, oigo en la televisión o en la radio, leo en los periódicos y sobre todo en esos diálogos de sordos en que se convierten tantas veces las “interacciones” en torno a blogs, webs, noticias en la red. Abundan las palabrotas, muchas, demasiadas. Ya sé que no es “políticamente correcto” escandalizarse por el uso y abuso de este tipo de expresiones. No seré yo quien tire piedras contra los que dicen tacos y expresiones groseras como sal y pimienta del conjunto de su expresión. Es cierto que en mi casa, durante mi infancia nunca sentí que en torno a mi se usaran ese tipo de palabras, sin embargo, pronto en mi adolescencia y juventud, fuera del hogar, las oí y comencé a usarlas como compañeras del tabaco, del alcohol, de los primeros escarceos sexuales que en cierta forma se presentaban como trasgresión de una moral formalista, que fue bandera de la rebelión juvenil de aquellos años sesenta. No, mi queja no va por ahí. Es decir no lamento que se digan palabrotas, lo que lamento es que sólo se digan palabrotas. Sí, si nos fijamos, encontraremos que el vocabulario en uso se va reduciendo cada vez más a ellas y esto es lo terrible.

Tampoco pretendo reivindicar un buen uso de la lengua o de las lenguas de nuestras gentes desde la defensa del idioma. Me parece una tarea digna de elogio y entiendo que haya voces mucho más autorizadas que la mía que lo hagan de forma clara y contundente. Pero mi planteamiento no va por ahí. Mi planteamiento es más bien ético que lingüístico. En estas reflexiones me remito al ensayo de José Antonio Marina titulado La inteligencia fracasada. En él se entrelaza de forma magistral los logros y fracasos de la inteligencia individual y de la inteligencia social. Teniendo en cuenta alguna de sus afirmaciones que, desde mi punto de vista, tienen mucha importancia, podemos afirmar que la lengua no solo sirve para comunicarse, sino para vivir. Sí, si hay algo que caracteriza a la especia humana es la capacidad de decir y decirse. “Con la aparición de la palabra se duplicó el mundo” es decir no solamente nos encontramos con lo que está ahí, sino con todo lo que significa  la forma de contarlo y contárnoslo. El lenguaje no es algo externo, sino interno a todo ser humano. Nos pasamos la vida hablándonos y hablándoles. Y las palabras de ese hablar no son elementos externos a nosotros mismos, todo lo contrario, son parte muy importante de nuestra construcción personal .Esta interioridad del lenguaje es la que me produce una tremenda desazón, cuando siento que las palabras que usamos cada vez más son palabras groseras, vulgares, ofensivas, que reducen la vida a los niveles más instintivos y menos racionales, que tantas veces se mueven entre la explosión ruda y violenta o la instalación en lo emotivo y sentimental más primario y menos elaborado. Y la realidad humana es mucho más rica y compleja que todo eso. No digo que no haya que contar con instintos, emociones, sentimientos de todo tipo y condición, pero cuando nuestra lengua no refleja más que eso, nos estamos estancando en el desarrollo de las personas y como consecuencia en el de la sociedad. La compasión, el respeto y la admiración son tres actitudes básicas para el triunfo de la inteligencia individual y social. Solamente desde la justicia, que en definitiva surge de la compasión, es decir del dejarse afectar por el dolor del otro, es posible una recta convivencia social. Solamente desde el respeto, que es el reconocimiento del valor de lo valioso y del cuidado, protección y ayuda que ese reconocimiento suscita en nosotros se puede fomentar el desarrollo cultural. Solamente desde la admiración, que es el sentimiento capaz de captar la dignidad humana, evitaremos la trivialización y la tiranía de que todo da igual. La democracia no puede ni debe instalarse en un respeto de la igualdad de lo menos, sino que debe aspirar a la igualdad de lo más. No se trata de fomentar una aristocracia, sino una democracia en la que todos seamos mejores. Por otra parte – y esto es aviso para las élites culturales o los que se sienten como tal –  no vale refugiarse en castillos de marfil a lo que es tan propensa la tendencia individualista de nuestra cultura global. Como decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mi circunstancia”, que es la parte de la frase suya más conocida por todo el mundo, pero él seguía “y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”. Mi invitación es por tanto salvar el lenguaje para salvarnos todos.

 

Enrique Losada ss.cc.

54 Responses to “Las palabras”

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