Nausicaa o la bondad irrenunciable
Alcinoo, rey de Feacia, acoge en la playa al náufrago Ulises desnudo. Mucho más tarde, Gotfried Benn escribió estos versos, que cita Gustavo Martín Garzo en su libro El hilo azul: “He encontrado a personas que, con los padres y cuatro hermanos en una sola habitación, crecieron, y de noche, con los dedos en los oídos, aprendieron en el fogón, se elevaron, exteriormente bellas, y señoriales como condesas, e interiormente suaves y diligentes como Nausicaa, y tenían la frente pura de los ángeles. Me he preguntado muchas veces, sin encontrar respuesta, de dónde viene lo suave y lo bueno, tampoco hoy lo sé y ya me tengo que marchar”. La cultura occidental maneja con soltura a los personajes mitológicos como arquetipos, es decir patrones ejemplares de los cuales se derivan otros objetos, ideas o conceptos. Platón diría que son las formas sustanciales de las cosas que existen eternamente en el pensamiento divino. ¿Sería posible hablar de Nausicaa como arquetipo de la bondad? Puede parecer desproporcionada mi pretensión. ¿No hay acaso un personaje, una idea, un acontecimiento de mayor vigor expresivo, de más universal repercusión, de más importancia trascendental? Probablemente habría que responder de manera afirmativa a estas dudas. Sí, hay otros arquetipos y otros referentes más profundos y universales. Sin embargo, la bondad que a mi me importa no es una doctrina, una ideología; no, es la bondad de todos los días, aquella que te encuentras por la calle o en el cuarto de estar de tu casa, la que tantas veces echamos en falta… La bondad no parce que sea un valor de los que están en alza en nuestros mercados. Ni siquiera en los ámbitos más conspicuos. La bondad como meta tanto desde el punto de vista ético como, incluso, religioso no resulta suficiente. La justicia y la santidad son los dignos reclamos que se nos proponen desde esas esferas. El “sed buenos si podéis” de San Felipe de Neri nos parece solamente adecuado como consejo para “andar por casa”. Es más bien objeto de sonrisas, sino cínicas o displicentes, que también se dan, al menos como aquellas que, desde la superioridad miran con condescendencia a lo que está por debajo. En una sociedad democrática que busca por todos los medios evitar que nada ni nadie conculquen los derechos de la persona, hablar de bondad parece superfluo. Se trata de asegurar mecanismos para evitar el mal, entendido éste, ante todo y sobre todo, como lo que va contra la dignidad de la persona. Sin embargo, un hombre que luchó por la consecución de esos objetivos, como fue Miguel de Unamuno, en su Diario Íntimo, dice: “Tal vez, cuando más difícil es hacer el mal, más importante es ser bueno”. Por tanto, por ahí ya vemos que la justicia, como expresión fundamental de la ética, no nos basta para nutrir hasta el fondo nuestra condición humana. D. Miguel, un hombre hondamente preocupado y ocupado con el quehacer ético, así lo sentía. Otro hombre, Joseph Ratzinger, al que no se le puede negar su profunda reflexión sobre el ser humano y sobre el fenómeno religioso, afirma en uno de sus libros más recientes: “Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la valentía de la bondad; sólo lo conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos ‘buenos’ interiormente, si somos ‘prójimos’ desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia, y cómo puedo prestarlo yo”. ¿Acaso no estamos conectando aquí con el ideal que nos ofrecía Machado de bondad: “bueno, en el buen sentido de la palabra bueno”? Dentro de su aparente modestia, creo que es éste un ideal de altísimo vuelo en el camino humano. Ahora bien, como dice Fidel Aizpurúa, no hemos de buscar tanto reconocer la bondad originaria cuanto mirar hacia delante porque, en el fondo, la bondad está al final. Se trata de caminar en la dirección que el ideal de bondad, sembrado en el núcleo de la historia, va marcando a la persona. Hay que dar con ello. A veces, como Benn, nos podemos preguntar por qué existen personas que, independientemente de sus circunstancias, logran vivir una vida buena. Su carácter permanece suave y sin aristas. Ni la maldad ni la miseria logran abatirlos. A primera vista parece difícil encontrarlos, porque la bondad, como dice Facundo Cabral, no hace ruido, no es noticia; una bomba sí lo es, pero mientras la bomba mata, la bondad construye la vida. Es suficiente con estar atentos, seguramente al doblar la esquina una mujer buena o un hombre bueno van a aparecer; ellos son sabios precisamente porque son buenos, porque aprecian la belleza del mundo y se conducen en él con suavidad. No, la bondad no radica en las grandes ideologías, sino en los pliegues del alma, como en Nausicaa.
Enrique Losada ss.cc.
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