Corazones en red

  Hace unos días llovió intensamente. Yo me desperté a causa del ruido que el agua producía azotando el cristal de mi ventana. Durante un tiempo, estuve desvelado por causa de aquel ruido monocorde y arrítmico. Después de un largo rato, el ruido se convirtió en música, que, aunque monótona, halagaba mis oídos,  y se iba perdiendo pausadamente, mientras mis ojos volvían a cerrarse por el sueño. Ya no oía nada; y, sin embargo, seguía lloviendo.

   Este trivial suceso viene a mi recuerdo a causa de aquello que quiero hoy escribir para mí mismo y para aquellos que lo quieran leer.

   Hay ciertas cosas y situaciones, a las que uno –como la lluvia- acaba acostumbrándose. ¿Quién recuerda (no en la memoria, sino en la conciencia) de aquellos niños y adultos, muertos de hambre y de sed en tantas partes del tercer mundo, cuyas imágenes retransmitidas por TV, helaron alguna vez nuestra sangre? ¿Quién recuerda (no en la memoria, sino en la conciencia) a los miles de seres humanos sin hogar, que dejan tras de sí los desastres naturales: terremotos, inundaciones, etc..? ¿Quién recuerda (no en la memoria, sino en la conciencia, la situación de indefensión y angustias permanente de las gentes de tantos países “eternamente en guerra”, desplazados en campos de refugiados, con lo  mínimo vital para seguir subsistiendo? ¿Quién tiene presente (con un pellizco en el alma) el elevador número de “parados”, en nuestros pueblos y ciudades, o en nuestro propio barrio y vecindario?

 Y es que nuestra sensibilidad acaba por embotarse por no ejercitarla, y nuestra conciencia se adormece, cuando el alma se acostumbra, como me dormía yo aquella noche, acunado por el mismo ruido de la lluvia que me había despertado.

  No sé si es la buena voluntad de los que no tenemos tales problemas, o es el deseo, casi inconsciente de acallar la conciencia, o acaso sea la carga de ternura que aporta la cercana Navidad. Pero lo cierto es que en esas fechas se ha hecho ya tradicional la llamada “campaña de invierno” (o “campaña de Navidad”).

  Y confieso que no soy un entusiasta admirador de las llamadas “campañas”. Me dan miedo los fuegos de artificio, y desconfío del fulgurante fogonazo que no deja rescoldo. Recuerdo a este respecto, aquellos versos de la obra de Marquina: ”La monja tentadora”:

                         “…………………………… y considera

                     que la luz siempre es luz; pero la hoguera,

                     si no la mueve o la revuelve el viento,

                     se convierte en cenizas al momento”.

Me asusta el riesgo de hacer de nuestra obligación cristiana, respuesta de un solo día. Pero, a pesar de todo, me quiero hacer eco de esa “campaña”, para que el viento de nuestra generosidad no permita convertir en cenizas el fuego del amor a los hermanos.

Félix González ss.cc.

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