La palabra encadenada
“Estamos en el siglo XXI, en el que la gente no sólo quiere oír palabras, sino tener palabra” (J. Antonio García)
Tomo estas palabras del jesuita y amigo, José Antonio García, para hacer una breve reflexión.
Un pueblo, sin “palabra” es un pueblo mudo; un pueblo sin derecho a expresarse libremente, es un pueblo esclavo. La libertad de expresión es uno de los derechos del hombre más importantes; sin ella, el hombre queda mediatizado, encadenado.
Pero esta frase, que vale para tantas cosas, hoy, vale también para la celebración y participación en la Eucaristía. En ella tenemos la “Palabra” de Dios; tenemos la “palabra” del sacerdote; pero no tenemos la “palabra” de la Asamblea.
Ya sé, ¡cómo no!, que la presidencia de la Eucaristía la ostenta y ejerce el presbítero (vulgarmente: sacerdote); pero eso no obsta para poder constatar que tenemos una Asamblea “muda”.
Alguno dirá que los fieles repiten, contestan, rezan en voz alta. De acuerdo; pero siempre es lo mismo, las mismas respuestas a las mismas invitaciones. Solamente se suele salir de eso en el momento de la oración de los fieles donde (solamente en algunos lugares) se les da la posibilidad de añadir espontáneamente algunas plegarias o peticiones.
Hay otro momento, dentro de la Eucaristía, que me parece muy apropiado para poder dar la palabra a la asamblea, dar la oportunidad de escuchar su voz. No se trata de crear un foro de discusión, no; se trata de que quien se sienta llamado a decir una palabra respecto a la palabra de Dios que acaba de escuchar, pueda hacerlo con libertad de espíritu. Es cuestión de estudiar el modo de hacerlo, pero antes hay que asumir la posibilidad.
Otro momento podría ser el acto penitencial, si se le diese más relevancia, y no sólo como un trámite rápido sin mayor consecuencia. Se podría dar la oportunidad de que algunas personas voluntariamente pudiesen pedir perdón más personalmente.
Incluso, yo diría que alguna parte de la Plegaria Eucarística podría ser dialogada, como ocurre con algunas de las plegarias de la Misa con Niños, que trae el Misal oficial. Eso ayudaría a estar más atento, tener menos distracciones y, sobre todo, más participación.
Todas estas cosas ya se suelen hacer en las Eucaristías de pequeños grupos. Reconozco que en ese contexto resulta más fácil. Pero si en esos casos parece bien, ¿por qué no en las Eucaristías con más fieles? Repito que se trataría de estudiar cómo hacerlo de la mejor manera. Tal vez, no siempre ni en todas partes se podrá llevar a cabo, pero donde parezca oportuno y posible, ¿por qué no?
Félix González
En lugar de la ‘palabra encadenada’, para mí es insalvable, el ‘yo encadenado’.
¿Quiénes son las posibles personas que participarían en una celebración? En primer lugar aquellos que tengan más soltura para hablar en público; los que no tienen costumbre de expresarse, quedan eliminados o sienten que pertenecen a la categoría inferior, de hablar con muletillas, desordenadamente, nerviosos por no decir nada con mayor fundamento, etc.
En una asamblea están los que tienen unos mínimos conocimientos del evangelio y su mensaje, los que no han avanzado porque socialmente no se ha visto la necesidad y las posiciones intermedias. Todo esto queda ‘al aire’ y da irremediablemente lugar a participantes que aportan más, menos o nada.
La emotividad marcha confundida con la sinceridad, la intimidad de la vida interior se descompone en cuanto ve la luz, la competencia de los más comprometidos aflora y la satisfacción de quedar como buenos está auspiciada por el mismísimo diablo.
Para no ser sólo negativa, me parecería una buena forma de empezar a través de pequeños grupos, que por turnos, pudieran preparar algo fresco y con contenido, para después exponerlo a la asamblea…en nombre del grupo.
De esta forma, ni la palabra ni el yo estarían encadenados.
Querida Susana: permíteme que por una vez, y sin que sirva de precedente, no coincida con tu reflexión. No pareces estar de acuerdo con que la asamblea tenga también “palabra”, porque, dices, que sólamente hablarían los que se saben expresar, y los demás callarían. Según eso quitemos la “libertad de expresión” a la sociedd, porque también se expresan solamente quellos que pueden y saben.
El que puedan expresarse personas de menos cultura o capacidad es cuetión del ambiente que se cree, y de la habilidad del que presida. Lo tengo experimentado.
En cuanto a los grupos, no suele haber problema en esto.Yo lo hago desde hace muchísimos años. Pero hay que llegar más lejos. Reconozco que hay que estudiar el modo, y la oportunidad en los distintos lugares. Un abrazo
Verás, Félix, lo que tengo yo son sentimientos contrapuestos.
En el comentario hago una relación de los vicios que conlleva hablar espontáneamente ya que me han disgustado por bastante tiempo; por otra parte, la participación tiene todo el sentido.
Dicho de otra forma, los que saben de forma y contenido ‘quedan bien’ y la mujer que repite: ‘hay que ser buenos’ sin poder hacer más discurso, termina por callar o ser escuchada con comprensión.
Yo creo en “lo que has revelado a los sencillos” pero, muchas veces, constato que el crecimiento humano encuentra obstáculos cuando ha habido menos posibilidades de desarrollo personal.
Es una apreciación, ésta, derivada de mis propias limitaciones y de una suspicacia al afán de notoriedad que me cuesta mucho en estos ámbitos.
Yo también te mando un abrazo y quiero decirte que es muy rica la diferencia de los puntos de vista. Si no, ¿cómo podríamos ver cosas nuevas?
De acuerdo, Susana… y gracias.
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