El hormiguero… humano
¿Quién no ha visto alguna vez la intensa actividad de las hormigas, yendo y viniendo, como un reguero negro, camino del hormiguero? Más de una vez, sobre todo en verano, cuando ya se ha recogido el trigo o la cebada en los campos, he podido contemplar, cruzando el camino o la vereda de tierra que separa las lindes de las fincas, esa hilera negra, arrastrando penosamente el grano ue abulta y pesa más que la portadora de tan rico botín. Se cruzan las que van y las que vuelven, y nunca se estorban, porque cada una sabe bien adónde va o de donde viene. Nada se deja a la improvisación o al capricho. Todo está inscrito en el código de la naturaleza que el instinto pone en marcha, y que todas ponen al servicio del conjunto, sin quejas ni celos ni envidias.
Había llegado yo a la estación de Sants, en Barcelona. Una ingente masa humana iba y venía, con prisas. Primero a información, luego a las ventanillas para sacer los correspondientes billetes para el viaje; grandes colas de espera que acababan con la paciencia, y provocaban la resignación de otros. Incluso para adquirir un bocadillo o comprar el periódico había que hacer colas interminables. Los múltiples vomitorios de los que abandonaban el tren o de los que trataban de cogerlo, arrojaba inmensos e interminables grupos, cargados con sus correspondientes bultos. Los mayores arrastrando sus enormes maletas; los más jóvenes con sus inmensas mochilas a la espalda. ¡Era todo un espectáculo contemplar aquel desplazamiento de seres humanos, movidos por otro instinto, pero esta vez bien calculado y programado!
Durante todo el año, la gente se desplaza por necesidad o por turismo. Pero el verano dispara todas las señales de alarma con motivo de las vacaciones. Al contemplar el espectáculo dan gas de definir al hombre, más que como “un ser pensante”, como “un ser en movimiento”. Un movimiento uniformemente acelerado, que puede llegar a enervar y desquiciar al viajero.
Este fenómeno de traslado masivo de un lugar a otro, de una región a otra, de un país a otro de la geografía, me trae a la memoria la idea, hoy tan aceptada, de considerar el mundo como una aldea global, como una casa amplia donde todos cabemos, donde todos tenemos derecho a ir como nuestra casa. ¡Somos ciudadanos del mundo!
Pero hay, también, quienes carecen de ese privilegio. Son los que no pueden viajar; aquellos a los que nadie espera, aquellos que carecen de vacaciones, aquellos para los que el mundo no es su casa, ni esa “aldea global” tan cantada hoy.
Yo, que soy de los que gozan del privilegio, me siento contento y agradecido, pero, al mismo tiempo, un tanto avergonzado, por tener los que otros muchos nunca pueden tener; por gozar de lo que muchos nunca gozarán. Y mi único deseo es que todos tengamos, no sólo sobre el papel escrito, los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Félix González
Me gusta que hayas tenido un pensamiento para los que no pueden sentir que tienen vacaciones. ¡Son tantos los motivos!
Mi padre nunca pudo cogerlas y…todavía me duele verle sonriendo. Posiblemente me ayudó a ser un poco más consciente.
Saludosdesde la diáspora. Sé feliz y ayuda a otros a serlo. Todo lo que escribes me gusta. Tienes una sensibilidad exquisita. Que elSeñor te la conseve. Un abrazo