Corazones en red

Cuando la vida se va acumulando, decimos que envejecemos, pero más que vejez, es exceso de vida. Hay síntomas que nos pueden dar la clave para saber cuándo estamos envejeciendo o hemos envejecido ya. Y estos síntomas no tienen que ver nada con el tiempo, sino con la manera de ver  la vida. Porque para comprender la vida, es necesario mirar hacia atrás; repasarlas circunstancias, los hechos, las reacciones, los comportamientos, las relaciones,…

Pero si queremos seguir dando oportunidad a la vida, debemos mirar hacia adelante. El pasado nos dice lo que hemos vivido, y cómo lo hemos vivido. Pero si queremos seguir viviendo, tenemos que poner la mirada en el futuro, mirar hacia adelante.

La juventud y los muchos años es un binomio que se complementa; es el antes y después de un mismo sujeto; es la primavera que anuncia los frutos, y el otoño que los recoge.

Cuando nos cerramos a las nuevas ideas y a las nuevas formas; cuando nos aferramos al pasado (“cualquiera tiempo pasado fue mejor”) y nos volvemos radicales y huraños.

Si los cambios nos asustan y desequilibran, es ya una lucecita que se enciende para decirnos que es posible que estemos empezando a envejecer. Lo nuevo puede suponer un esfuerzo (y hasta ahí es normal), pero nunca nos debe asustar, ni debemos demonizarlo por el hecho de ser nuevo. La vida progresa a base de novedades. La lucha por adaptarse a lo nuevo es signo de madurez.

Otro signo que indica la posibilidad de haber entrado en la edad de la vejez,  es cuando se piensa mucho en uno mismo, y poco en los demás. Y no se trata  tanto de un egoísmo en sentido moral o ético, sino de una actitud psicológica. Es como retrotraerse a la edad infantil en la que  el niño es egocéntrico o egoísta por instinto de conservación.

Alguien ha dicho, y creo que con razón, que las personas somos como los vinos: “la edad estropea los malos, pero mejora los buenos”. Es decir, la edad te puede dar madurez, aplomo, sensatez y experiencia positiva; o por el contrario, te cierra a lo nuevo y te enroca sin capacidad de adaptación. En el primer caso se sigue siendo joven, a pesar de la edad; en el segundo caso se ha envejecido, y no precisamente por causa de la edad.

Cuando alguien con años, ve todo lo nuevo como malo, se queja de todo, no ve los aspectos positivo de las nuevas generaciones (a pesar de ser distintas) o se cierra en un silencio acusador, podemos decir que ha llegado a la vejez. Por eso es tan importante lo que tantas veces se repite, que “ya que no podemos dar años a la vida, demos vida a los años”.

                                                                                                       Félix González López                                                                                                      

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