De nuevo el crucifijo

crucifijohombreB. Metz, uno de los teólogos más prestigiosos del momento, insiste mucho, últimamente, en el olvido del Crucifijo, en el olvido de su significado, en el olvido de su capacidad para dirigir nuestra mirada hacia los nuevos crucificados de hoy día.

En los países de mayor bienestar social, la cruz ha dejado de intranquilizar, de mover las conciencias, de provocar la solidaridad. Está pasando de ser el motor de nuestra interioridad, a ser un objeto casi desapercibido, que se puede retirar fácilmente de la escuela, de la casa, de la vida pública; se puede ignorar, o puede servir para adornar una pared, o para exhibir la belleza estética de su talla, en una procesión de Semana Santa, al ritmo de cornetas y tambores.

Pero Cristo en la cruz no es un mero recuerdo, por hermoso que sea, ni por muchos sentimientos que pueda despertar; El Cristo crucificado sigue siendo actual, sigue ocurriendo en casi toda la geografía mundial, aunque con mayor escarnio en algunos lugares más hostiles.

Ahí están los cristos de la marginación, los cristos de las persecuciones racistas o religiosas, los cristos del hambre y de las muertes por inanición, los cristos de la violencia de género, de las guerras… ¡Tantos cristos clavados en la cruz del odio, del deprecio de los derechos humanos, de la incomprensión y del desprecio!

También hay otros cristos: los del dolor, los de la enfermedad incurable, los de los hijos deficientes…

Y luego está la insensibilidad de los que nos llamamos seguidores de Cristo, situados en nuestro conformismo, en nuestro olvido, en nuestra cómoda indiferencia práctica, aunque de vez en cuando se revuelva nuestro interior, movido por una realidad que golpea la conciencia.

De poco sirve que, de vez en cuando,  tengamos presentes a los cristos rotos, crucificados, que están presentes en todo el mundo. Nos falta coraje, nos falta generosidad, nos falta compromiso auténtico, nos falta eficacia. Mientras que al mismo tiempo, nos sobra cobardía, pereza, comodidad, conformidad, egoísmo…

Hay un Cristo en el cielo, “sentado a la derecha del Padre”, es el Cristo resucitado y glorioso; hay un Cristo en la Eucaristía, oculto bajo el velo del pan y del vino, es el Cristo alimento, el Cristo entregado, el Cristo donación total. Y está el Cristo que se identifica con el hombre que sufre, torturado, marginado, fuera de los caminos de la vida y aherrojado a la periferia de la sociedad (como el Cristo crucificado en el madero, sobre el Gólgota, fuera de la ciudad).

Habría que preguntarle, con el gran pensador Miguel de Unamuno:

“¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío? / Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos, /  oye de nuestros pechos los sollozos; / acoge nuestras quejas, los gemidos de este valle de lágrimas. / Clamamos a Ti, Cristo Jesús, desde la sima / de nuestro abismo de miseria humana”.

                                                                                                 Félix González López

 

 

3 Responses to “De nuevo el crucifijo”

  1. En la misma medida que nuestra felicidad camina despegada del sufrimiento de tanta gente, vamos descolgando los crucifijos por haber descolorido su significado.
    Pero hay algo más grave, la facilidad con que profanamos la cruz cuando solo le reconocemos el valor artístico: o peor aún, si alcanza ser catalogado de ‘joya’; o, avanzando hacia la locura, nos convencemos que ese Dios que exhibimos como de nuestro bando, está conforme con cómo le utilizamos.

  2. Hoy, en este momento, estamos celebrando la fiesta de “Cristo Rey” (último domingo del tiempo ordinario, y final del año litúrgico, ya que el próximo domingo será del tiempo de Adviento). Necesitamos entender bien eso de “Cristo, rey”. Él dirá a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Él quiere reinar en nuestros corazones, y lo hará si se lo permitimos. Su corona no fue de oro y perlas preciosas, sino una corona de espinas. Su cetro, una cruz. El Rey es el Crucificado.

  3. Rey de lo que es, separado sustancialmente de lo que no es.
    Mi reino no es de lo que ‘no es’ en el mundo:
    No es, que el otro sea menos que uno.
    No es, que el hombre pueda ser sin Dios.
    No es, el propio yo, que nos devuelve una y otra vez al centro de nuestra preocupación.
    No es, cuando no somos lo que realmente somos.

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