Noche-Vieja y Año-Nuevo
No, no me he despistado de fechas. Sé perfectamente que estamos a finales de Noviembre. Pero también sé que nuestro año litúrgico, o año eclesiástico, toca ya a su fin; y comienza un nuevo año.
Sabemos que el año litúrgico termina con el último domingo del Tiempo Ordinario, y el nuevo comienza con el primer domingo de Adviento. Este año, concretamente, termina con la fiesta de Cristo Rey (domingo, día 21) y comienza el domingo, día 28 (último domingo de Noviembre). Hay una noche vieja y un año nuevo en los 365 días del año litúrgico. La primera se despide sin pena ni gloria; no hay fiesta. Es la hoja del calendario que cae como caen las hojas de los árboles en otoño. Sin ruido. Dejando paso para que los brotes verdes de la primavera no encuentren obstáculos. Se despide, eso sí, entre amenazas de guerras, de terremotos y de persecuciones. La “Apocalipsis” del final de los tiempos, y del final del año litúrgico.
Sin embargo, el “año nuevo” (primer domingo de Adviento) sí que trae un mensaje nuevo de esperanza, de alegría contenida, de Navidad anticipada… Pero, también, de velar, estar atentos…: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertar del sueño… Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz… Vestíos del Señor Jesucristo”. (Rom.13, 11-14)
Hemos pasado muchos Advientos… y ya es hora de despertar del sueño.
El mensaje central es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada, escandalosa.
Hoy es necesaria una mirada a nuestro mundo, a los hombres. Es como es, lleno de luces y de sombras. Según parece, un aspecto muy típico de nuestra posmodernidad es el desencanto.
Estamos de vuelta de muchas grandes ilusiones y tenemos miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. Pero el mensaje central del adviento es que Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo, para compartir nuestra vida. Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente y frecuentemente inesperada.
La venida salvadora de Dios es el gran mensaje de la Navidad, a la que nos preparamos durante las cuatro semanas del Adviento.
Félix González
“He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” (Apocalipsis 21, 5)
¡Despiertos… para ver lo nuevo que acontece!
¡Con las armas de la luz… para reconocerlo!
¡Vestidos de Jesucristo…, desnudados de error!
Constantemente acontecen cosas nuevas. Vivimos en una contínua creación o re-creación. Dios sigue siendo “creador”. Cristo es la constante novedad. Y el Espíritu renueva constantemente la faz de la tierra. Pero hay que estar despierto para verlo. También cada día es nuevo; cada minuto de nuestra existencia es nuevo, y podemos re-novar cada memoneto el amor. El amor es creador, también. No es algo estático.