¿Una Iglesia bienaventurada?

Iglesia_de_las_BienaventuranzasDice el evangelio, que una gran muchedumbre seguía a Jesús. Seguramente no coincidían todas las motivaciones en ese seguimiento. Es de suponer que habría una parte que seguía (y perseguía) a Jesús porque algo habían descubierto en sus palabras y en su persona. Pero no hemos de engañarnos, y podemos pensar lícitamente que serían no pocos los que buscaban espectáculo, porque habían oído noticias de milagros y portentos acaecidos por la intervención  de aquel maestro, medio improvisado y poco conocido en sus orígenes. Era el taumaturgo que produce sensaciones en las personas y en las masas. Jesús sabe de todas esas posibilidades, pero no desecha la oportunidad de satisfacer los deseos de unos y deshacer los intereses de otros.

Dice el evangelista, que subió a un montículo para ser visto y oído por la mayoría, y no ser aplastado o manoseado por la muchedumbre. Va a proclamar las “bienaventuranzas”, que son, de alguna manera, uno de los puntos esenciales de su programa.

Estamos, casi, en precampaña electoral para los políticos de nuestro país, y todos los partidos, especialmente los grandes, ya nos están bombardeando con sus soflamas, propuestas…y medias mentiras. Los líderes toman la palabra, y anuncian: vamos a hacer tales y cuales cosas; si ganamos, prometemos (“puedo prometer y prometo”) que haremos tales o cuales reformas, conseguiremos que…

Jesús no habla así; no dice “voy a hacer”, sino “tenéis que hacer”. Jesús no engaña. Y les propones algo que de primeras parece poco creíble, pero que vale la pena experimentarlo. Algo que nos conduciría a la felicidad. Por eso a los que lo pongan en práctica les llama bienaventurados, dichosos, felices. Y a continuación va exponiendo su programa, para alegría y satisfacción de unos y decepción de otros. Muchos no han ido para escuchar palabras que suponen esfuerzo y voluntad, sino para ver lo nunca visto y escuchar lo nunca oído, a modo de pasatiempo.

  • Dichos los pobres de espíritu, los que saben vivir con poco, con lo necesario, y ponen su mayor confianza en Dios, que alimenta a los pájaros y viste a los lirios del campo. Los que son capaces de compartir, a riesgo de tener menos. Porque de ellos es el Reino de Dios. Ese es su premio que les dará la felicidad.
  • Dichosos los sufridos, los que vacían su corazón de resentimiento y de agresividad. Los que no son violentos ni revanchistas. Serán un regalo para este mundo, lleno de violencia. Y heredarán la tierra.
  • Dichosos los que lloran, por sus pecados y por el dolor de los demás. Estos han comenzado ya su conversión, y serán consolados.
  • Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, los que no han perdido las ganas de ser más justos, ni el afán de hacer un mundo más digno, más habitable. Un día su deseo será cumplido.
  • Dichosos los misericordiosos. Son los que en la tierra más se parecen al Padre del cielo. Ellos también alcanzarán misericordia, porque Dios no se deja ganar en generosidad.
  • Dichosos los que trabajan por la paz, con paciencia, con constancia, porque el mundo la necesita, y actúan en nombre y con la fuerza del “Príncipe de la Paz”. A ellos se les llamará hijos de Dios.
  • Dichosos los que perseguidos a causa de la justicia (más bien de la injusticia), responden con mansedumbre, lo mismo que hizo Jesús, que pidió perdón para sus verdugos. De ellos es, también, el reino de Dios.

Este es el programa de Jesús, su carta magna. Y él fue el primero en vivirla. Y si queremos alcanzar la felicidad, la verdadera, debemos darle un voto de confianza. Jesús no engaña. Tampoco nos dice que sea fácil, pero sí que es posible.

Y como también dijo Jesús en alguna ocasión:”el que pueda entender, que entienda”

                                                                                                   Félix González

2 Responses to “¿Una Iglesia bienaventurada?”

  1. El artículo hace referencia a lo Bienaventurada que resulta la Iglesia.
    La cantinela siempre es: señalar lo poquito que es y el magro ejemplo que dan sus dirigentes. Yo prefiero pensar en otros términos no culpabilizadores ni paralizantes.
    Las bienaventuranzas aluden a la dificultad inherente al seguimiento. OK.
    .
    Los pobres de Espíritu, que permiten que los otros existan.
    En una Iglesia que unos y otros se miran como enemigos, que hacen referencia a tus santos y los míos, al Concilio y su liquidación; va a ser la pobreza de verdades absolutas la que va a facilitarnos la incorporación al Reino.
    .
    Los que lloran, y todavía pueden decir: ¡así, no; así, no! Que ven que los hijos de esta generación no han podido hacer abstracción de la bochornosa puesta en escena de la Iglesia oficial y se quedan sin fe, sin Jesús, sin sentirse hijos, ni bienaventurados ni nada. ¡Ay! El consuelo brotará de muchas otras manifestaciones de la bondad del hombre.
    .
    Los mansos, por voluntad o porque no les queda otro remedio.
    Dejar de imponernos y marcarnos, prescindir del poder por sutil que éste sea, comprender a los que reniegan de esta Iglesia, no hacer de Dios un estandarte, aparcar el odio y las lamentaciones; va a ser una opción personal que va a llevar el paso cambiado con la Iglesia que se expresa como fuerza de los convencidos (jornadas de la juventud, visita reciente del Papa, Misa de familias, acciones contra leyes que regulan matrimonios homosexuales e interrupciones de embarazo). Sí, en medio de todo esto podemos ser mansos y no discutir más por la herencia.
    Los que tienen hambre y sed de justicia, no los que se conforman con una vida aceptable, ni mucho menos los que participan en adormecer las conciencias, tampoco los acostumbrados a relativizar la desigualdad, ni los que ponen sordina al impacto de lo retransmitido por los medios. No sé si podremos estar saciados nunca, porque no estamos radicalmente angustiados por la desigualdad que conocemos. Ni desde nuestros púlpitos ni desde nuestra conciencia recibimos la ‘incomodidad de cada día’ que dará lugar al ‘pan de cada día’.
    Esta reflexión puedo resumirla en que no hay que esperar a que la Iglesia camine siempre por delante alentando nuestro seguimiento. Podemos ser un poco más bienaventurados si saltamos por encima de estas dificultades que son un techo de cristal, pero que dejan ver claramente por dónde continuar.

  2. Querida Susana: me permito destacar algo de mi escrito. Cuando me refiero, en este caso, a la Iglesia, lo hago pensando en toda la iglesia, y no solamente a la jerarquía. Y por tanto, me refiero fundamentalmente a losde “a pie”, que somos muchísimos más. Y esa Iglesia cuando actúa evangélicamente (no siempre ni todos; pero sí muchos) es bienaventurada. Quiero ser positivo y pensar en la “parte buena” del conjunto de Iglesia que tanto quiero, y a veces no me gusta tanto. No me gusta distinguir entre “la Iglesia” y “nosotros”.
    Esto es una peqeña aclaración por mi parte, que no desvirtúa para nada el sentido de tus líneas.

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