Corazones en red

No cabe la menor duda de que la Eucaristía es el núcleo central, y punto culminante de la vida del cristiano. Sin Eucaristía no hay Iglesia, no hay cristianismo. Pero, desgraciadamente, no siempre se la valora en su justo punto; unas veces por falta de conocimiento, otras veces falta de aprecio, otras veces por rutina. Cuando la Eucaristía se reduce a un “cumplimiento”, se desvirtúa.

Es verdad que la Eucaristía la podemos considerar bajo distintos aspectos, ¡tan rico es su contenido y significación! Hoy me gustaría poder reflexionar sobre ella, como “sacramento del encuentro”.

Para que haya un verdadero encuentro hace falta que esté presente el Señor y nosotros. La presencia de Cristo está asegurada por sus mismas palabras: ”Este es mi cuerpo”, que quiere decir “esta es mi vida”. Porque es todo Jesús quien se hace presente en la Eucaristía. Ese pan y ese vino tienen sabor a entrega, a donación, a vida compartida. Es el pan que no solo se parte, sino que se comparte, se da, se comunica en un íntimo encuentro.

El verdadero objetivo de la Eucaristía no es que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, sino que, a través de Él, sea la comunidad (el otro interlocutor del encuentro) quien se convierte en Jesús, para que podamos llegar a decir con San Pablo: ”es Cristo quien vive en mí”.

Cuando comemos los alimentos que nos dan vida, estos se convierten en parte de nosotros (nuestra carne, nuestra sangre, etc…); pero cuando tomamos el alimento eucarístico, somos nosotros los que tenemos que transformarnos en Él. Se debería dar el proceso contrario al de los alimentos que consumimos diariamente para subsistir. Es un proceso que podríamos llamar de “cristificación”.

Este “encuentro”, si no lo convertimos en puro pasatiempo, es también el sacramento del “compromiso” y del “envío”. Si la Eucaristía no nos lleva al compromiso, no habremos celebrado el sacramento de la donación y la entrega; difícilmente podríamos afirmar que ha habido un verdadero encuentro con Jesús. La Eucaristía no termina con el rito litúrgico de la celebración; si no influye en la vida no habremos vivido ese encuentro. Encuentro que nos debe llevar a compartir nuestra vida, nuestros dones, nuestros bienes, y salir al mundo a compartir sus caminos. La Eucaristía debe conformar todo nuestro ser y nuestro estar.

La Eucaristía no es sólo un encuentro con Jesús en nuestro propio aprovechamiento. Tenemos que ser un cáliz que se desborda y alcanza a los otros; un pan que al repartirlo y compartirlo, se multiplica y sacia el hambre de tanto hambriento de amor, de felicidad, de justicia, de paz y de conocimiento de Jesús. Es el Encuentro que facilita otros encuentros.

Félix González

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