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Lo ha dicho el obispo de Zamora: “Ante la crisis no podemos estar indiferentes, pasivos ni resignados”. Lo podía haber dicho cualquier otra persona mínimamente lúcida, porque no pasa de ser una perogrullada. Pero está bien dicho, y vale la pena hacer un breve comentario a esas palabras.

Que tenemos una gran crisis a nivel nacional (europeo si se quiere), es algo que nadie ignora, y que muchísimos sufren. Hasta los niños lo saben y lo dicen. Tal vez porque repiten como papagayos lo que oyen a sus padres y en su entorno.

En estos momentos es importante aplicar la frase citada: no a la indiferencia, no a la pasividad, no a la resignación.

Indiferencia es ignorar las consecuencias de la crisis; que no importe el sufrimiento de muchos; sentirse y comportarse como un pasota por pensar que “eso” no le afecta, o le afecta muy débilmente. Y la indiferencia es falta de solidaridad, de sensibilidad social y cristiana. En las actuales circunstancias, la indiferencia no es tolerable.

Sentirse pasivos ante la crisis, es falta de responsabilidad. Todos debemos arrimar el hombro en lo posible. Si alguien cae a un pozo, sea por su culpa o porque otros le empujan, no sirve de nada, si quiere salir, el cruzarse de brazos, esperando que otros lo saquen, sin intentar hacer algún esfuerzo cooperando con los salvadores. La pasividad es el zángano de la colmena.

Tampoco vale, ni es coherente, la resignación. En este caso, la resignación no es virtud (si es que lo es alguna vez). Resignarse es negarse a luchar, a buscar soluciones. La ley del menor esfuerzo. Una cosa es asumir con paz las circunstancias adversas, y otra cosa es negarse a poner el pequeño o grande granito de arena que uno pueda aportar.

Hay muchas cosa, soluciones, que superan nuestra capacidad, y que dependen de otros (gobernantes, tecnócratas, banqueros, gobierno…). Pero si no podemos poner solución a las crisis, sí podemos muchos, paliar los efectos de dicha crisis que está golpeando y haciendo sangre en muchas familias e individuos. Y ahí entra la solidaridad humana y la caridad cristiana, en forma de ayuda.

Pero muchas veces, falla dicha solidaridad, porque impera el egoísmo, el “sálvese quien pueda”. Y entonces, se añade a la crisis económica, la crisis de valores, mucho más grave y de más difícil solución.

                                                                                                          Félix González

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