Iglesia y Jóvenes: lenguajes distintitos
Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la Iglesia en Europa occidental, en general, y en nuestro país, en particular, es el de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones.
¿Por qué se está produciendo esta situación? En un gran porcentaje, la familia, en general, ha dejado de hacer esa trasmisión cuando los hijos son pequeños, y mucho más cuando alcanzan la adolescencia o la juventud. Por otra parte, estamos asistiendo a una situación en la que la Iglesia dice buscar a los jóvenes, multiplicando sus ofertas, mensajes y sugerencias, mientras éstos se desentienden cada vez más, mostrando más indiferencia que rechazo. Pero es muy posible que la Iglesia esté enviando mensajes ambiguos, o poco convincentes hacia los jóvenes.
Cuando se habla de que entre algunas personas o instituciones se da un “diálogo de sordos”, todo el mundo entiende que lo que se quiere afirmar es la total carencia de diálogo, debido fundamentalmente a que en ese intento de diálogo se emplean lenguajes tan distintos que hacen imposible conseguirlo. Se da la incomunicación, que es el efecto contrario a lo que se pretende.
A eso se añade, frecuentemente, el hecho de que no se quiere reconocer esa diversidad de lenguajes, ni tampoco dar los pasos necesarios para remover los obstáculos que faciliten o hagan posible el mutuo entendimiento.
El lenguaje de la Iglesia, ha llegado a ser un código ininteligible para los jóvenes actuales y viceversa. Por eso cuando la Iglesia intenta acercarse al colectivo juvenil, se encuentra con el gran rechazo de éste, porque no es posible entenderse. Cada una de las partes tiene su lenguaje, al que no parece querer renunciar. La Iglesia, por su parte, perdió el tren en ese recorrido evolutivo del nuevo lenguaje de los jóvenes. Se estancó. No supo ponerse al día, o no quiso correr el riesgo que supone el cambio. Y se quedó anquilosada en sus formas. “No es de extrañar que, en estas circunstancias, se desarrolle en muchos jóvenes una cierta “alergia eclesial”… un desajuste cultural que impide la comunicación, porque coloca a los dos interlocutores en distintas “longitudes de onda”.
Cuando hablamos del colectivo Juvenil, no se puede aplicar a todos los jóvenes, de la misma manera. Por eso, no es acertado hablar de la juventud, sino de los jóvenes; y siempre teniendo en cuenta a quienes nos referimos.
Nos referimos fundamentalmente a aquellos jóvenes que no son ya receptivos de la dimensión religiosa, que han abandonado la iglesia o se muestran indiferentes con ella, o están en una situación de desconfianza y rechazo. Y que son un número suficientemente alarmante como para ocuparse de ellos: el 70 % de los jóvenes españoles.
Hace pocos años, el trabajo que hice como final del Master sobre Pastoral Juvenil y Catequética, coincidía, precisamente, con este tema, porque creo que es uno de los obstáculos más importantes que se interponen entre la Iglesia y los Jóvenes. Es muy fácil echar toda la culpa a los jóvenes, o, incluso, echársela toda a la Iglesia. No hablemos tanto de culpas; hablemos mejor de causas.
Todas las generaciones han tenido sus prevenciones contra la juventud, a pesar de que la describa el poeta Rubén Darío, como “divino tesoro”. Como ejemplo, se puede ver esta inscripción grabada en una Tablilla del Siglo XI antes de Cristo, que dice:
– “La juventud de hoy, está corrompida hasta el corazón.
– Es mala, atea y perezosa.
– Jamás será lo que la juventud debe ser.
– Ni será capaz de preservar nuestra cultura”.
Ni entonces sería verdad, ni ahora lo es. Ojalá la Iglesia, por su mayor madurez y competencia, sea capaz de ir acortando la distancia que la separa de los jóvenes.
Félix González
Para que se dé la fe en un individuo son dos los factores imprescindibles:
Uno es la Palabra, la imponente Palabra de Dios dirigida a toda persona para revelarle su verdad existencial. Vida, Unidad, Salvación son conceptos que sobrepasan nuestra realidad concreta y es de suma importancia que sean transmitidos a través de los textos sagrados y del contagio de vida de los creyentes.
El otro, es la apertura personal para recibir una lógica que supera la lógica humana.
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A los jóvenes se les invita a amar a Jesucristo, su amigo, su guía y a proclamar que son sus seguidores sin vergüenza. Pero ¿qué pueden entender de estas palabras que les cambie por dentro?
Jesucristo no vino para que se ame a Jesús de Nazaret, la admiración de su persona es algo hermoso pero no está cifrado en ello el camino de vuelta a Dios. Jesucristo transmite la verdad de la naturaleza humana y muestra la eficacia definitiva que tiene esa verdad en él.
Esa verdad, esa posibilidad de lo humano cuando la persona deja de ser su propia referencia para ser feliz es el mensaje que por generaciones sigue convocando la búsqueda de Dios.
Despertar a los jóvenes a su propia humildad es más fácil si los adultos creyentes que les son próximos han despertado también. Todo lo que rodea a jóvenes y maduros va en la dirección de ensalzar los logros personales y que benefician al interesado. El ‘odre viejo’, es cada vez más narcisista y viejo. No cabe ni una gota de ‘vino nuevo’ que lleva a la cola del éxito social pero a la promesa de una vida muy distinta.