Domingo XXV del Tiempo Ordinario

(“Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”)

Jesús, en medio del ajetreo de cada día, siempre encontraba tiempo para ir formando (instruyendo) a sus discípulos. Tenían mucho que aprender para el momento actual y, sobre todo, para el futuro. Llegarían días más duros, días de persecución, días en que faltaría el maestro. Y ya sabemos por donde tuvo que pasar Jesús. No todo iba a ser la belleza y la felicidad del monte Tabor, donde se encontraban tan a gusto, que Pedro propuso quedarse allí para siempre. Llegarían las incomprensiones, la persecución y la muerte violenta. Las palabras que Jesús iba sembrando por el camino, sonaban así: “El Hijo del Hombre, (es decir, Yo) va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará”. Así le iba a ocurrir a Jesús, y así les ocurriría a los Apóstoles. Ya lo había dicho él: “el discípulo no es más que su maestro”.

Pero todo eso aparecía aún lejano. Ellos no habían abandonado todo, para no obtener nada. Por eso seguían pensando en ocupar los mejores “cargos”, los mejores puestos en aquel Reino, que todavía no habían comprendido en qué consistía. Sobre todo eso iban discutiendo por el camino, sin hacer mucho caso a lo que Jesús trataba de explicarles.

Pero Jesús no perdía detalle de aquella discusión. Por eso, cuando llegaron a su destino, a Cafarnaún, ya en casa, sacó la conversación:”¿De qué discutíais por el camino?”.  Y es el momento de la cariñosa, pero enérgica corrección: para ser el primero, hay que ser el último y el servidor de todos. Seguramente que aquellas palabras del Maestro les caeria como un jarro de agua fría. ¿Valía la pena haber dejado todo para ser el servidor de todos? Seguramente que Jesús tuvo que emplearse a fondo para que lo comprendiesen. Aunque hay cosas que nunca se acaban de aceptar del todo. Por eso Jesús, antes de empezar su Pasión, allá en la Última Cena, les va a dar una lección más sobre lo mismo: se humilla como un esclavo y les lava los pies. ¿Comprendéis lo que he hecho? Pues hacedlo vosotros también.

En la sociedad de hoy y de siempre, la gente piensa más en sí misma que en los demás; desea que le sirvan los demás, más que servir a los demás. La enseñanza del Maestro sigue sonando extraña, y nada fácil de cumplir.

Y aún es peor otra cosa muy corriente. Se trata, no sólo de “no servir a los demás”, sino de “servirse de los demás”. ¿Por qué hay tantas desigualdades en el mundo? ¿Por qué unos tienen mucho o suficiente, y otros nada? Por lo mismo que los apóstoles discutían en el camino, a espaldas de Jesús: cómo ocupar los primeros puestos. Los primeros en “dignidad”, los primeros en “poseer”, los primeros en vida cómoda, los primeros en el “poder”, los primeros en la “admiración de los demás”, los primeros en todo, menos en el servicio al prójimo. Y esa tentación está presente constantemente

Por eso el evangelio de hoy puede ser una llamada, un aldabonazo, a nuestra sensibilidad cristiana, que nos lleve a preguntarnos con sinceridad y sin engañarnos: ¿En qué lado estoy, entre los que sirven, o entre los que intentan por todos los medios ser servidos? Pues bien, recordemos las palabras de Jesús: “Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”

                                                                                                             Félix González

 

2 Responses to “Domingo XXV del Tiempo Ordinario”

  1. Si añado una palabra a esa frase será para emborronarla.

    Me siguen gustando tus comentarios como el primer día.

  2. Susana: no tengas miedo a emborronar nada. Tus reflexiones siempre dan luz.

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