Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

      (Las riquezas y el Reino de Dios)

Esta es una de las partes del Evangelio con más matices, una especie de caleidoscopio con formas distintas a cuál más interesantes. Tenemos a un joven que quiere asegurarse la vida eterna: ¿qué debo hacer? Jesús le contesta: “cumple los mandamientos”. Como el joven los cumple desde su juventud, pues ya está todo arreglado. Pero, no. Jesús ha visto algo en él, y quiere ayudarlo.  Le invita a seguirlo (como ha hecho, Pedro y Andrés y Juan…y  otros). Es un privilegio, pero tiene un precio: vende lo que tienes, repártelo entre los más pobres.. y luego ya estás disponible para venirte conmigo. ¡Qué pena! Aquel joven tenía la desgracia de ser  muy rico, y no fue capaz de desprenderse de sus riquezas. Y se quedó sin poder ser un discípulo de Jesús. A lo mejor, podía haber hecho el número trece. Se fue triste. Jesús, también se quedó triste. Este hecho le da motivos a Jesús para dar una enseñanza importante. Dirá: ¡qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! Y por si acaso no se había entendido bien, añadirá: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios”.

Los mismos apóstoles quedan impresionados por esas palabras de Jesús, y cuchicheaban entre sí: Entonces ¿quién puede salvarse?  Jesús les oye, y responde: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, que lo puede todo”.

Pero es que los apóstoles, una vez más, no habían entendido las palabras de Jesús, y por eso dicen: “Si es así, ¿quién podrá salvarse?” ¡Qué duros de mollera! Porque Jesús no había hablado de la salvación (salvación final); Jesús dijo que  “los ricos no podrían entrar en el reino de Dios”.

La salvación es cosa de Dios; a él pertenece; él nos la ganó en la cruz. Sólo tenemos que aceptarla,  Pero el Reino de Dios es otra cosa. Hablamos de aquí, mientras vivimos. No hablamos del cielo, que es un regalo de Dios.

El Reino de Dios en esta vida, en este mundo, es la realización por parte de los hombres, de lo que Dios quiere. Lo que llamamos que se cumpla la voluntad de Dios. Y ¿qué quiere Dios? Que seamos felices de verdad. Pero para ser felices se tienen que dar ciertas condiciones. Que haya paz, y no violencia, que haya solidaridad, en vez de egoísmos; que haya amor, en  vez de odio; que todos los hombres gocen de la máxima dignidad para los demás; que desaparezcan las pobrezas por medio del compartir; que los ricos se descarguen del peso de sus riquezas a favor de los más necesitados; que la fraternidad sea la virtud principal entre todos los hombres, como hijos del mismo Padre, que no hay injusticias…  Todo eso, y algo más sería estar dentro del Reino de Dios.

Evidentemente, las personas apegadas a sus riquezas, que no quieren compartirlas con los necesitados, no ejercen la solidaridad, ni el amor, ni la fraternidad, ni la justicia… y por tanto, no pertenecen al Reino de Dios. Que es lo que dice Jesús.

Quede claro que rico, en el sentido que dice Jesús, es aquel que guarda sus riquezas para sí mismo, sin querer compartir con los necesitados. Hace falta que haya gente que posee empresas, pero trata de dar trabajo a otros, con un salario justo, un trato humano, y no queriendo enriquecerse más a consta de abusar de sus obreros.. Ese, de alguna manera ya estaría compartiendo de alguna forma su dinero. Pero desgraciadamente, los que están apegados a sus riquezas, no les importa la situación de los demás. Lo importante es acumular más. Y en las circunstancias actuales, más que nunca, los bienes hay que ponerlos al servicio de los demás, dando trabajo, ayudando y compartiendo.

El afán de acumular más riquezas es lo que hace que tantos cargos, políticos o no, quieran aprovecharse, robando, aunque sea con “guante blanco”. Por ahí no puede encontrarse el Reino de Dios.

 

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