Un ejemplo inusual

Una periodista avispada tuvo la fortuna de poder captar las imágenes. Imágenes, que más tarde pasaron a la TV. Y después a la admiración de los televidentes.

Un pobre de solemnidad, de los que viven en las calles, sin oficio ni beneficio, estaba sentado en el suelo, con los pies descalzos y llenos de ampollas.

Un policía se le acercó, y después de saludarlo, le preguntó: “¿Por qué vas descalzo? ¿No tienes zapatos?”   Era un día de verdadero frío. El mendigo contestó, con cierta naturalidad: “Hace tiempo que no tengo calzado”.

El policía no dijo nada; se fue a la tienda más cercana, y adquirió unos calcetines y unas botas (no escatimó el precio). Después se los llevó al pobre descalzo y llagado, para que se calzase.

Y ahí se acabó la historia. Una bella historia de caridad, de sentimientos humanos. Una bella historia, que sorprende  por inusual. ¡Cuántas personas habrían asado junto al mendigo! Pero nadie se paró, nadie se movió a lástima. ¿Nadie tendrían tiempo? ¿Nadie tendrían dinero? ¿Nadie tendría un poco de caridad?

Aquel pobre hombre, despojo humano, necesitaba unos zapatos, sí. Pero seguro que necesitaba más que alguien se fijase en él, se le acercase, se interesase por él. Y eso lo hizo un joven policía, a quien sorprendió una avispada periodista.

Es posible que actos como éste o parecidos se dan con más frecuencia de lo que se ve y se publica. Pero no dejan por eso de ser ejemplares e inusuales.

Para mí ha sido algo ejemplar que me hace pensar en la bondad de las personas. Un hecho así evangeliza y educa mucho más que cien mil palabras sobre la caridad o el amor desinteresado por el hermano. Me viene al recuerdo aquello que cuentan de otro pobre que pedía en la calle, sentado en la acera, en una de las calles más transitadas de la ciudad. Algunas personas pasaban y le arrojaban algunas monedas. Se acercó una persona a él; no le dio ninguna “limosna”. Sólo le dio un poco de conversación. Le preguntó su nombre, se interesó por su situación y le hizo un poco de compañía.

Aquel pobre agradeció esto, mucho más que las monedas arrojadas al sucio plato de plástico que tenía junto a él. Nadie le había preguntado nunca cómo se llamaba. Era un desconocido para todos. Sintió que le era devuelta la dignidad.

Félix González

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