Domingo XXV del Tiempo Ordinario

(Ningún criado puede servir a dos señores)

Jesús, en el evangelio de hoy, nos da una lección muy práctica, y unos consejos muy sabios. Hay personas que quieren estar a bien con todos, dar la razón a todos, y no contentan a nadie.

Jesús nos dice que no podemos estar al servicio de dos señores, cuando los intereses de uno y otro son opuestos. Por eso dice:”No podéis servir a Dios y al dinero”.

Cuando convertimos el dinero en un dios, ante el cual todo vale con tal de enriquecernos más y más, o lo empleamos mal, el Dios de verdad, nuestro Padre Dios, queda en segundo lugar. Hacer y vivir como Dios quiere para nosotros, está reñido con la avaricia, con el deseo de enriquecernos.

Una cosa es tener lo necesario para vivir, para llevar una vida sin agobios, y otra cosa es desear tener cada vez más. Nadie se hace rico con un trabajo digno y normal. Generalmente, uno se enriquece a costa de otros. Y esto ocurre tanto a nivel personal, como a nivele de empresas o a nivel de pueblos o continentes enteros.

El abuso del poder en orden a enriquecimiento personal, es, hoy, en nuestro país, algo que está en las noticias de todos los medios de comunicación. Igualmente ocurre con las empresas sin conciencia social. En lo que respecta a los pueblos, menos desarrollados técnicamente, el expolio por parte de los países más ricos y poderosos es de lo más vergonzoso e injusto. Son muchos millones de personas las que no pueden salir de su condición de pobreza, a pesar de poseer grandes riquezas que no pueden explotar.

Naturalmente, eso no puede estar conforme con el deseo de Dios, Padre de todos los hombres.

Muchos de estos pueblos que explotan a los más débiles, son países que se consideran en su mayoría, cristianos. Tratan de hacer posible lo de servir a dos señores, a Dios y a sus apetencias de enriquecerse a costa de los más débiles. Y ya nos dice Jesús, por medio del evangelio, que nos es posible “servir a dos señores”, cuando se trata de Dios y el dinero.

JUAN PABLO II, en uno de sus viajes al Brasil, dijo que no era admisible un sistema económico que se despreocupa de los más necesitados, que deja sin trabajo a una parte de la población -o les da un trabajo con un salario que no llega al mínimo indispensable. Y un dirigente empresarial respondió diciendo que las palabras del papa eran muy hermosas pero irrealizables, porque las leyes de la economía obligan a preocuparse más del dinero que de los hombres.  La gran lección de Jesús es decirnos que el dinero -aunque sea necesario para vivir- siempre incluye el peligro de esclavizar, de hacernos egoístas, de cerrarnos a los demás, de obsesionarnos.

                                                                                                    Félix González

 

 

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