Grave insensibilidad ante una gran tragedia
La noticia ha sobrecogido al mundo y a todas las personas con un mínimo, al menos, de sensibilidad. Me refiero a la tragedia de la isla de Lampedusa, en la que unos doscientos cincuenta inmigrantes de países pobres, han encontrado la muerte en el mar, al declararse un incendio en la embarcación.
La noticia ha ocupado los rotativos de todos los diarios, y los informativos de la TV. Una verdadera tragedia humana, que una vez más se ceba con los más pobres y marginados de nuestro mundo injusto. Gente huyendo de las guerras y de la hambruna; gente buscando un paraíso en la Europa soñada, hombres, mujeres y niños soñando una vida mejor, más digna, menos desgraciada. Y que en el camino, han encontrado la muerte. Hasta ahí la tragedia.
Pero, según declaración de los que han podido salvar sus vidas, algunos barcos pesqueros no quisieron ayudarlos (según testimonio: tres pesqueros). Si eso es así, (y no tienen por qué mentir) la tragedia sube de grados, porque es la tragedia de la insolidaridad, de la falta de sensibilidad, del desprecio por los semejantes.
No es la primera vez que emigrantes de pueblos empobrecidos perecen en el mar, cuando buscaban una vida más digna. La repetición y frecuencia de esos graves acontecimientos, nos deben hacer pensar, que algo nuestro se muere. Con gran ligereza decimos que todos los hombres son hermanos nuestros, pero, en la práctica, no nos comportamos como tales.
¿Qué podemos hacer nosotros, los que no tenemos capacidad directa para resolver los graves problemas de esos países y de esas gentes? Por de pronto, rezar por las víctimas; segundo, crear una conciencia crítica de la injusticia que sufren esos pueblos; tercero, acoger en nuestro corazón, y en la práctica, si se presenta, a los inmigrantes. Y, sobre todo, tener claro que el mundo, hoy día, es esa aldea global, donde todos somos iguales, y donde la tierra y los diversos países son de todos, y todos tienen el derecho de desplazarse a lugares más seguros, donde se pueda llevar una vida más justa y más digna. Que nuestra solidaridad con el hermano que sufre, no se sólo una palabra bonita, sino una realidad. Apoyar, si se presenta la ocasión, el cambio de unas leyes que discriminan al hombre por su color, su raza o su situación socio-económica.
Félix González
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