Corazones en red

(Ser agradecidos)

La enfermedad de la lepra, posiblemente, era la más temida de todas las enfermedades; y no tenía cura. Al enfermo se le separaba de la sociedad. Tenía que andar errante por los campos, sin poder cercarse a nadie. Era como una maldición.

Pues bien, el evangelio nos habla, hoy, de diez hombres que tenían la terrible enfermedad, y cuando Jesús iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro, se pararon a lo lejos, y a gritos le decían:”Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Jesús, que sabía bien las normas que existían, les dice: “Id a presentaros al sacerdote”. Éste tenía que darles un certificado de que estaban curados, y reintegrarlos a la vida de sociedad. Se había hecho el milagro. Estaban curados los diez.

Nueve de ellos se fueron corriendo a cumplir con el requisito, sin dar siquiera las gracias a Jesús. Sólo uno se acercó agradecido. Seguro que Jesús tuvo un doble sentimiento: de alegría y de tristeza. Alegría por el que volvió a agradecer la curación; tristeza por los demás que no tuvieron una palabra de agradecimiento. Por eso pregunta: “¿Dónde están los otros nueve que han sido curados?” Y al que se había acercado agradecido, le dijo: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”.

Hay un refrán muy conocido que dice:”El que no es agradecido, no es bien nacido”. El desagradecimiento, o la falta de agradecimiento, es de las cosas que más duelen. Yo creo que todos tenemos alguna experiencia en ello. Cuando a alguien le hacemos un favor, sobre todo si es muy grande, y no sabe agradecerlo, nos duele, por su ingratitud.

Llevado esto a nuestra relación con Dios, ocurre lo mismo. Acudimos mucho a Él para pedirle de todo; pero menos para darle gracias por tantas cosas como nos concede, empezando por la vida, porque todos los días vemos amanecer, porque tenemos salud, porque somos queridos (principalmente por él); ¡por tantas cosas!  Si Dios fuese capaz de entristecerse, sería el ser más triste, al constatar la falta de agradecimiento.

Pero ser agradecido con el Señor, no es solamente decirle: gracias. Eso está bien, y hay que hacerlo. Pero la verdadera manera de ser agradecidos con Dios es tratar de hacer su voluntad. En el Padrenuestro decimos:”Hágase tu voluntad”. Pero la voluntad de Dios no se hace sólo porque él lo quiera; tenemos que querer nosotros; tenemos que hacerla nosotros. Y hacer su voluntad es comportarnos, vivir, como él quiere que vivamos. Tenemos el ejemplo de Jesús, tenemos el evangelio para no equivocarnos. Él nos enseña, con sus palabras y sus obras, cuál es esa voluntad de Dios. Siguiendo a Jesús, tratando de vivir su evangelio, podemos estar seguros de hacer su voluntad. Hay una manera, sencilla en la teoría, aunque no tanto en la práctica, que consiste en hacernos una pregunta, cada vez que no tengamos claro cómo actuar:¿qué haría Jesús en este caso? Y una vez sabida la respuesta, pedirle al mismo Jesús, que nos dé la fuerza necesaria para ponerlo en práctica. ¡Cuántas equivocaciones nos evitaríamos!

                                                                                                      Félix González

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