Corazones en red

Querido Padre-Dios: Te dirijo, hoy,  mi oración desconcertada.  Acabo de escuchar la noticia, y ver las imágenes del desastre ocurrido en Filipinas. Hablan de más de 10.000 (diez mil) muertos, por un fenómeno destructor de la naturaleza. De esa naturaleza que es obra de tus manos. Y son los primeros datos. ¿Cuántos más serán contabilizados? Ciudades de más de doscientos mil habitantes, totalmente destruidas, hechas un auténtico escombro; miles y miles de personas supervivientes, despojadas de todo en un corto tiempo; cientos y cientos de niños sin familia; falta el agua, de luz, de lugares para refugiarse. Una auténtica desolación.

Igualmente que muchísimas personas, yo me pregunto: ¿por qué? Ya sé que la respuesta más fácil, más sencilla, es culpar a la naturaleza. Pero ¿no la hiciste tú así?

Ya sé que no tengo derecho a preguntarte el porqué, ni tengo derecho a pedirte explicaciones, ni a echarte la culpa del desastre. Lo sé. Pero mi razón (o mi sentimiento) me inclina, me obliga, a las preguntas, movidos por lo que me parece un sin-sentido.

Cualquiera de los humanos, de las criaturas creadas por ti, habría hecho un mundo diferente –si estuviese en su mano- donde esas cosas no ocurriesen.

¿Es que somos más sensibles que tú? ¿Es que somos mejores que tú? ¿Es que nos importan los seres humanos más que a ti? En tu mano creadora, en tu poder creador, estaba el haber hecho un mundo distinto, con otras leyes de la naturaleza.

Comprendo que las guerras que hacemos, las envidias y la mala distribución de la riqueza, los abusos personales y colectivos, son efectos de nuestros comportamientos. No nos cuesta reconocer que somos culpables de todo eso. Pero los efectos destructores de la naturaleza, como el actual de Filipinas, u otros muchos a lo largo de la historia humana, no son efectos, ni culpa,  de nuestras acciones.

¿A quién asignar su causa? Para la mente de muchos de tus hijos, el responsable es el que creó así la naturaleza, inacabada, destructora, ingobernable.

Mi mente está turbada por la magnitud del desastre (éste y otros); y mi oración de hoy, es una “oración desconcertada”. No quisiera ni faltarte al respeto que te debo, Padre-Dios, ni quisiera faltar a la confianza en ti de que siempre quieres lo mejor para tus hijos. Pero todo eso me parece un misterio, cuyo significado soy incapaz, hoy, de descifrar.

Déjame, Dios, que siga creyendo en tu sabiduría para hacer lo mejor. Déjame, Padre, seguir creyendo en tu misericordia, en tu bondad, en tu amor infinito a todos los hombres, tus hijos. Pero déjame, también, desahogarme, ignorante de tus planes, cuando suceden esas cosas que ni mi inteligencia entiende, ni mi corazón puede asumir sin dolor e incertidumbre.

Te pido, finalmente, que seas comprensivo con mi oración desconcertada. Y, a pesar de todo, quiero que sepas, que contra todas mis incomprensiones, sigo confiando en ti, en tu bondad, en que eres mi Padre, nuestro Padre.

                                                                                                     Félix González

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