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El año 1999 fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Año Internacional de los ancianos. El lema fue “Hacia una sociedad para todas las edades”. La Tercera Edad, los Mayores, los ancianos, o como queramos llamar a las personas con un recorrido largo de vida, estaban en el último peldaño en la valoración y estima de la sociedad,  a pesar de ser un colectivo bastante numeroso, rico en experiencia y sabiduría de la vida.

La demografía nos dice que cada día este grupo aumenta considerablemente en total desproporción con los índices de natalidad, lo cual indica que la pirámide de las edades está completamente invertida: los ancianos crecen en número, y disminuyen aceleradamente los jóvenes. Esto plantea a la sociedad, algunos  problemas de orden social, económico, cultural, psicológico y espiritual. Tal realidad reclama hoy la atención cada vez más preferente de la comunidad internacional. 

  En España hay 7 millones y medio de mayores de 65 años, que representa el 17 %. Un dato bien llamativo es que el número de ancianos duplica al de jóvenes.  Si nos detenemos a analizar la situación actual, constatamos cómo, en algunos pueblos (tal vez los más primitivos), la ancianidad es tenida en gran estima y aprecio; en otros, por el contrario, lo es mucho menos a causa de una mentalidad que pone en primer término la utilidad inmediata y la productividad del hombre. A causa de esta actitud, la llamada tercera o cuarta edad es frecuentemente infravalorada, y los ancianos mismos se sienten inducidos a preguntarse si su existencia es todavía útil. Excluir a los mayores de lo que algunos llaman “fuerzas vivas”, es, además de un error, un desconocimiento de la realidad.

Cada etapa de la vida tiene su encanto y sus posibilidades de realización. La calidad de la vejez dependerá, sobre todo, de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe. Por ello es necesario, situar la vejez en el marco del plan de Dios; viviéndola como una etapa del camino por el cual Cristo nos lleva a la casa del Padre.

Así hablaba el Papa a los jóvenes: “Mientras hablo de los ancianos, no puedo dejar de dirigirme también a los jóvenes para invitarlos a estar a su lado. Os exhorto, queridos jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad. Los ancianos pueden daros mucho más de cuanto podáis imaginar. En este sentido, el Libro del Eclesiástico dice: ” No desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres”.

Es preciso, pues, hacer todo lo posible por educar a las nuevas generaciones a respetar a los mayores, a valorarlos, a no abandonarlos. Jóvenes, adultos y ancianos tienen necesidad los unos de los otros.. En una sociedad donde reinan el egoísmo, el materialismo y el consumismo, valores como la gratuidad, la entrega, la compañía, la acogida y el respeto por los más débiles, representan un desafío para quienes desean que se forme una nueva humanidad. 

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