Mil razones para amar a la Iglesia
Yo soy bastante crítico con la Iglesia, a la que amo con toda mi alma. Precisamente por eso soy crítico con ella. “Criticar”, en su sentido genuino, significa analizar. Y prefiero no cerrar los ojos ante las debilidades de esa iglesia a la que pertenezco y amo. Pero precisamente porque quiero que se parezca más a lo que Jesús querría, y sea más fiel al espíritu, e incluso a la letra, del Evangelio, por eso me duele. Sé que nunca será perfecta, pero debe intentar acercarse al ideal, para ser un mejor instrumento del Reino, que se debe implantar en este mundo.
He dicho muchas veces, que a pesar de que no me gustan muchas cosas del actuar de la Iglesia en general, tanto en la base como, sobre todo, en los que tienen la misión de dirigirla, tengo tantas razones para quererla que me las repito a mí mismo con frecuencia. Estas son algunas de esas razones:
- Jesús es el fundamento de la iglesia (aunque no sea su fundador).
- Es santa y pecadora. Santa porque es la administradora de las cosas santas, principalmente los sacramentos.
- A lo largo de su historia ha dado al mundo muchos santos, muchos ejemplos de virtud y de entrega generosa.
- Gracias a ella he conocido a Jesús, que es lo mejor que me ha ocurrido.
- No ha existido ni existe ninguna “institución” que haya hecho tanto por la humanidad.
- Me perdona los pecados (en nombre de Dios) y me da los medios para santificarme.
- Por ella me llega la Palabra de Dios (Palabra encarnada y palabra escrita).
- Etc, etc, etc….
Por esas y otras mil razones, no puedo menos de admirar, querer y agradecer la Iglesia. Pero todo eso no me impide, antes bien me espolea, a “criticarla” en lo que no tiene de auténtico, en lo que tiene de demasiado humano.
Y tras ella, o con ella, la consecución del Reino de Dios, que “sufre violencia”, según Jesús.
Félix González
Ahora bien, quiero que entiendan que Cristo es cabeza de todo hombre… (1 Cor 11,3).
Y ante este cambio de dimensiones, que no podemos integrar, Jesucristo nos deja su Iglesia. En ella entramos y estamos libremente, para nutrirla o parasitarla; allí soy más que yo, porque ya está presente el nosotros definitivo.
Sólo la fe nos puede convencer para permanecer en ella; quererla es tan fácil como quererse uno mismo; su lugar en el mundo es donde la pongamos; su voz, la nuestra; su presencia, nuestra humanidad; su tarea pendiente, la desigualdad y los desfavorecidos; es mucho más personal que lo que podría ser mi familia, porque soy yo desde donde ya me esperan; es el hoy de mi mañana; es el nosotros, que no acertamos a ver, pero que se revela, en las miradas y los abrazos, y, en las ausencias y soledades.
Veo, Susana, que la vacación no te impide seguir aportando tu colaboración al Blog. Ante tanta deficiencia humana, dices que “sólo la fe nos puede convencer para permanecer en ella”. Vale la pena, y es un gozo hacerlo.Esta iglesia tan imperfecta en lo humano ha dado grandes santos.¿Por qué no ha de seguir dándolos? Jesús ya sabía de las deficiencias nuestras y de su futura iglesia, y sin embargo, dijo:”Sed santos”. Intentémoslo, al menos.
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