¿Quién puede salvarse?
En Mateo 19 encontramos unas palabras de Jesús que pueden prestarse a equívoco si no se hace una recta interpretación. De hecho, los mismos apóstoles no lo entendieron, y “dijeron espantado: entonces ¿quién puede salvarse?”
Las palabras de Jesús que provocaron esa respuesta de los discípulos fueron estas: “Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
¿Quién habla de “salvación” final? Jesús, no. Sólo los apóstoles, que no han entendido lo de “Reino de Dios”.
La salvación, es sabido, no la merecemos nadie. Fue Jesucristo, con su muerte y resurrección, quien la mereció para todos. El único que podía tender el puente entre Dios y el hombre, roto por el pecado. Esa salvación, dice Jesús, “es imposible para los hombres, pero no para Dios”
Pero Jesús, en este pasaje citado no nos habla de esa salvación, sino de pertenecer al Reino; y éste tiene dos partes o etapas: la de este mundo y la del otro.
Pertenecer al ¨Reino en la segunda etapa (lo que llamamos “salvarse”), como hemos apuntado, es cosa de Dios, aunque con nuestra colaboración. El Reino, en este mundo es realizar la justicia, la paz, el amor a Dios y al prójimo, la solidaridad… es decir: cumplir lo mejor posible con lo que Dios quiere y espera de nosotros. Tratar de construir un mundo según el corazón de Dios.
A este último se refiere Jesús cuando afirma que”es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios”.
Pero ¿qué se entiende aquí por rico? Aquel que teniendo riquezas, no comparte con el necesitado, y que por lo tanto no es solidario, no tiene caridad, no es justo porque no comparte, es egoísta… Ese no pertenece al Reino de Dios en este mundo, ni trabaja porque se realice. En ese sentido muchos podemos ser ricos (aunque no tengamos grandes fortunas), y muchos podríamos estar fuera del Reino.
Jesús también dijo que:”el Reino está dentro de vosotros”. ¡Claro! Pero, al mismo tiempo, añade Jesús: “del corazón salen los pensamientos malvados, asesinatos, adulterios, fornicación, robos, perjurios, blasfemias” (Mt.15,19-20).
S. Pablo a los Gálatas les hablaba de las obras de la carne, opuestas a las del Espíritu: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, porque quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.” (Gal. 5. 19-21)
Esa es la miseria, y la grandeza de la voluntad humana: poder ser creadores de un mundo feliz, colaborando a la construcción del Reino, o por el contrario, ser signo de destrucción. Pero el Reino de Dios seguirá adelante, a pesar de nuestras inconsciencias.
Félix González
¡Vaya, Félix, cómo se me ha desembrollado este pasaje!
Has deslindado salvación y Reino, para abrir un definitivo boquete a nuestros temores. Sabiendo que la salvación depende de Dios y que a nosotros atañe vivir el Reino convencidos, un profundo sentimiento de alegría se ha abierto paso.
Que “el Reino está dentro de vosotros” es lo mejor que nos podían anunciar, es la máxima libertad para nosotros que estamos al vaivén de tanta circunstancia, es la tan buscada llave de la felicidad, es darle una oportunidad a los textos sagrados que recitamos de memoria y que llevan desde siempre esperándonos para estrenar nuestro papel en el Reino.
Si “…los pensamientos malvados, asesinatos, adulterios, fornicación, robos, perjurios, blasfemias” no los traducimos y adaptamos “en román paladino”, nos va a parecer que poco podemos hacer ya; así, sin hechicería, impureza, libertinaje ni orgías, somos los hermanos ‘pringados’ del hijo pródigo, pero con el agravante de que vivimos con la instantánea información de un mundo que ha hecho del desprecio del otro: su coartada de mercado, su activo en los discursos políticos y un cauce para nuestro egoísmo, impotencia e incompetencia.
En cualquier conversación, con nuestra actitud, en cada respiración y con el pensamiento estamos haciendo o deshaciendo el Reino; sólo nos toca ser leales hoy, mañana todavía será más fácil; solamente tenemos entre manos el instante y debemos presentir en él a Dios, quizás mañana ya seamos más sensibles; y podemos pedir más corazón, para ‘salvar’ de nuestro juicio al que tengamos cerca hoy, es posible que mañana nos encontremos con un corazón más grande.
¡“Venga a nosotros tu Reino”! y que no nos coja distraídos.
“En cualqier conversación, con nuestra actitud, en cada respiración, y con el pensamiento, estamos haciendo o deshaciendo el Reino”. Muy bien dicho, Susana. Esta es nuestra oportunidad y nuestra responsabilidad. Me uno a tu petición: ¡”Venga a nosotros tu Reino!
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