Ordeno y mando
Tras la visita pastoral a una de nuestras parroquias, el Obispo auxiliar de una diócesis expresó al párroco su recomendación/mandato de que “los seglares no acompañen al sacerdote en el altar (presbiterio) durante las celebraciones de la Eucaristía”.
¡Qué manía tienen algunos obispos a los seglares, Dios Santo! ¿No son Iglesia? ¿Por qué desplazarlos, lejos del sacerdote? Repito: ¡qué manía! ¿Por qué tratarlos como menores de edad?
La Eucaristía es una Asamblea de creyentes, una asamblea de Iglesia. El Presbítero (sacerdote) es el que preside dicha asamblea, pero no es el que “dice” o “hace” la Eucaristía. La celebra (concelebra) toda la asamblea cristiana. ¿Por qué separa en compartimentos estancos lo que es un todo?
En muchas templos hay una gran distancia entre el que preside y el resto de los fieles cristianos. Para mayor desatino, el presbiterio o lugar donde está el altar, suele encontrarse en un plano muy superior con una gran escalinata que separa aún más las dos secciones del templo. Es lógico y acertado que se encuentre un poco elevado para mayor visibilidad de todos, pero no para poner distancia. Las cosas no se hacen porque sí, sino que conllevan una intención: la de la separación.
Con ello se visualiza el concepto de Iglesia, anterior al Concilio Vaticano II, donde los rangos, dignidades y el concepto de pirámide quedan bien patentes.
El que preside la Eucaristía, no es un jefe que guarda las distancias con sus empleados, ni un superhombre que no se mezcla con el común de los mortales, ni alguien de rango superior que teme contaminarse con el pueblo. Precisamente, la Iglesia debe ser ese “pueblo de Dios”, unido y fraterno; un pueblo de iguales, que comparte la fe, vive la fe y celebra la fe.
Esa separación física existente entre el que preside y el resto, ahonda más en una concepción de Iglesia poco evangélica y muy clasista, que pone límites y margina a una parte. Los signos externos y la manera de actuar, expresan una manera de pensar.
Todo se puede dialogar, incluso discutir, para aclarar posturas, para ver lo acertado o no de ciertas normas y costumbres. Pero nunca a golpe de mandato, de imposición, de autoritarismo, que más que colegialidad suponen poder. Y el poder le sienta muy mal a la Iglesia.
Una cosa es la autoridad y otra el poder. El poder siempre avasalla, impone, no respeta al otro. La autoridad, por el contrario, respeta, dialoga, anima, ayuda….
Por eso la Iglesia debería estar ausente de todo poder y de toda apariencia de poder. Su autoridad le viene del mismo Cristo y de la fuerza del Evangelio.
La Iglesia-institución, la jerarquía eclesiástica y el clero en general casi siempre han tenido mucho poder (en algunas épocas más que en otras). Porque por poder podemos entender: influencias, privilegios, connivencia con otros poderes fácticos… Pero sobre todo, ha tenido el poder sobre las conciencias (y lo ha ejercido), que es mucho más que todo lo anterior.
Muchos lamentan el haber perdido, o estar perdiendo una buena parte de todo ese poder, cuando, en realidad, deberían alegrarse, porque eso es lo que da libertad a la Iglesia para ejercer su misión con independencia. A menos poder y menos ataduras, más independencia, más trasparencia, más parecido con Jesús.
Félix González
No sabía, y qué poco me ha gustado que se descienda a poner “reglas” de este tipo.
Al igual que la recomendación de comulgar en la boca; en breve, estaremos mal vistos los que alzamos las manos al rezar el Padrenuestro. Entrelazados y abrazados sería el modo de proclamar ¡Padrenuestro!, pues somos un ‘coro de alabanza’ que tiene que entonar al tiempo.
Juntos seremos salvados, por mucho que les descuadre a los ‘buenos’; sería lo lógico que los cristianos en una celebración nos mostráramos con ‘alma’ -no infantilmente eufóricos-; y se podría avanzar hacia la distribución entre nosotros, los fieles, del pan partido por el sacerdote, para de esta forma expresar mejor el misterio de comunión que estamos celebrando.
Lo anterior, unido a la reflexión de la Palabra por los participantes, como alguna vez has apuntado, daría mayor impresión de estar en: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19).
Susana, llevas toda la razón. Y no es una utopía, sino un ideal al que hay que tender. Ojalá algún día deje de ser puro ideal, para convertirse en realidad vivida. Espero que llegará ese día, aunque sean otros los que lo disfruten y gocen. De todas formas, podemos ir avanzando, aunque sea poco a poco y transgrediendo la mente y mandatos de algunos. Los “mandatos” de Jesús suenan de modo distinto: “amaos”; “sed santos”. Suenan más a invitación que a orden.
Esas recomendaciones ayudan a que los seglares no acompañen al sacerdote no solo en el presbiterio, sino tampoco en el resto del templo.
Algunos intentan aferrarse al poder que tuvieron en otro tiempo y que inexorablemente van perdiendo. Y el lugar que ocupaba el poder queda vacío. No sabemos cómo ayudarles a reemplazarlo por el diálogo, el trabajo en equipo, el caminar y buscar juntos, con una autoridad, pero en igualdad.
Ruth: muy sensata tu reflexión. Si la única o más fuerte agarradera es el poder, cuando éste falte (y tiene que llegar a faltar) ¿adonde agarrarse?. Espero que llegue pronto un día en que algunos se convenzan de que la Iglesia no son los curas (aunque también). Y que el diálogo fraterno, la corresponsabilidad compartida, y la misma gestión de la iglesia sea de todos, según las capacidades de cada uno. Me gustaría poder llegar a verlo.
¡Ah! y no es manía a los seglares, ya que son su basamento y lo que les justifica.
Esto que contemplamos es la “reconquista” (de lo avanzado en el CVII) y Juan Pablo II ha sido Don Pelayo. El día que me pongan la mantilla, habrán conquistado Granada.
De todos modos, Dios es el fondo y también la forma, el proceso y lo acabado, el que conoce nuestro barro y a pesar nuestro conduce a su Iglesia.
¡Que suban o que bajen por las escaleras del presbiterio! Jesús subió al Gólgota para levantarnos a todos. Ésta es nuestra fe; quien lo entienda es su Iglesia; y si estas cosas escandalizan, más deberían hacerlo el hambre y la injusticia.
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