Corazones en red

Existe un “haikú” japonés que dice así:“Mi tejado y mi casa han ardido; ya nada me oculta la luna que brilla”. Este verso poético, típicamente japonés, está lleno de sabiduría. Los orientales tienen la gran virtud de saber expresar con pocas palabras, pensamientos de gran sabiduría. Saben además descubrir el lado positivo de los acontecimientos. Saben convertir las desventajas en ventajas. Es una gran habilidad del espíritu.

Ante el derrumbe del tejado y del resto de la casa, cualquier occidental hubiera hablado de una catástrofe, un fuerte accidente, una desgracia.  Pero el “haicú” japonés tiene otros sentimientos, otros puntos de vista. Sabe “hacer de la necesidad, virtud”. Sabe leer lo positivo en los acontecimientos adversos. Sabe ver el lado bueno de las cosas.

No me cabe duda de que es algo muy interesante el saber hacer ese trueque. Si supiéramos hacerlo siempre que nos ocurre algo desagradable, sin duda que nos llevaríamos menos disgustos, la vida sería menos trágica, y descubriríamos el lado bueno  que todas las cosas tienen, aún las que consideramos como malas.

Ante un mismo hecho, unas personas se desesperan, y otras piensan en tiempos mejores. Hablando del pecado  humano, la liturgia de la Vigilia Pascual, en el pregón llamado la “angélica” o el ”exultet”, dice:”Oh feliz culpa que nos mereció tan gran Redentor”

Gracias al pecado, y bien a su pesar, tuvimos ese gran Redentor: Cristo. Existe un dicho o refrán que dice, para mayor abundamiento: “No hay mal que por bien no venga”. O sea, que lo malo que te pasa es por algo y porque te traerá algo bueno, una experiencia, un aprendizaje, un cambio, etc.

Y si asumir esa manera de aceptar lo que ocurre, en cualquier orden de la vida, no es nada fácil, tampoco lo es cuando se trata de situaciones que juzgamos que nos manda Dios, o de las que echamos la culpa a Dios. Cuesta pensar y, sobre todo, aceptar, aquello que se suele decir: que “Dios escribe con renglones torcidos”. Lo cierto es, y no puede ser de otra manera, que Dios siempre quiere lo mejor para cada uno. Pero lo mejor no es lo que nosotros creemos de tejas abajo. La mirada de Dios llega mucho más lejos. Su amor por nosotros es infinito. Nadie puede querer el bien para cada persona más que Él.

Pero vivimos tan a ras de tierra, que nos es difícilmente aceptable que lo que pensamos o queremos no es lo mejor para nosotros. ¿Dónde queda la confianza y el fiarse de Dios Padre?

¿Por qué no pensar que el hecho de que haya ardido nuestro techo y nuestra casa, nos da la oportunidad de contemplar la luna brillante?

Yo diría que pensando en positivo, se envejece más tarde.

                                                                                                       Félix González

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