Corazones en red

No pocas personas, con las que trato, me dicen que hablan a Dios, pero que nunca lo escuchan. ¿Un Dios mudo? Ese no es mi Dios. El Dios que yo conozco es “hablador”. A veces susurra al corazón sus palabras, otras veces las grita. Las grita en la naturaleza. Dios nos habla a través de la naturaleza: a través de los árboles y los pájaros; a través de la selva y el desierto; a través de los cielos y las montañas; a través del firmamento y las estrellas; a través del agua y del aire…

G. Orlandi ha escrito:”Cada vez que veo un atardecer, me maravillo. No puedo hacer otra cosa”. Y el Salmo 19, dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”.

Yo creo que el que más y el que menos, so pena de ser insensible a la belleza, a la grandiosidad, y a lo sorprendente, ha tenido alguna experiencia de Dios en la naturaleza, aunque no sepa describirlo. Es ese pellizco que recibe el alma ante algo tan maravilloso. ¿Quién no se ha quedado prendado del canto de un pájaro, del color de una flor, del cantar de un arroyuelo saltarín, de la pequeñez de una hormiga llevando una carga mayor que ella, de la esbeltez de una montaña con su cima de nieves o de brumas, o la belleza incomparable de una noche estrellada? Si ante esas y otras cosas, el alma no vibra, ni oye a Dios, es que necesita acudir con urgencia al otorrino y al óptico; sus oídos y sus ojos han perdido vigor, y están insensibles. ¡De cuánto placer nos privamos por falta de sensibilidad estética!

Jesús era un gran admirador de la obra creativa de su Padre:”Fijaos en los lirios del campo; no hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos”.

Y san Francisco de Asís, enamorado de la naturaleza, obra de Dios, cuando caminaba por un sendero, cuyas márgenes estaban plagadas de margaritas (blancas y amarillas), las iba dando suavemente con un palito, al tiempo que decía:”callaos, no gritéis tanto”. Porque le hablaba a gritos de Dios, su creador.

Y las leves y cromáticas mariposas, de tantas especies, que revolotean suavemente de una flor en otra, ¿no son una maravilla que habla de la grandeza y sabiduría de Dios?

Las personas que viven en las grandes ciudades, repletas de ruidos, irrespirables por la contaminación, convertidas en asfalto, con altos edificios que ahogan y te impiden ver, en ocasiones, el azul del cielo, deberían obligarse a salir al campo de vez en cuando, para contemplar a Dios más de cerca, aparte de otras razones de descontaminación personal y expansión lúdica. O, al menos, contemplar detenidamente los hermosos parterres y arriates qu suelen pulular en las grandes avenidas, pintados con flores de hermosos y variados colores.

Recuerdo aquel verso de Juan Ramón Jiménez: “Dios está azul”. ¿Vería a Dios en la belleza y grandiosidad de las aguas del mar de su Huelva marinera, en el dosel del cielo en la mañana primaveral de su Moguer natal, o en lo profundo de los ojos de su pequeño y peludo Platero? Fuera donde fuera, Dios hablaba.

Termino con el bello Salmo 104:

Bendice al Señor, alma mía: / Tú extendiste el cielo como un toldo /  y construiste tu mansión sobre las aguas. /Las nubes te sirven de carruaje y avanzas en alas del viento. /  Usas como mensajeros a los vientos, y a los relámpagos, como ministros. / Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas. / Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas. / Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él plantó;  allí ponen su nido los pájaros, la cigüeña tiene su casa en los abetos; los altos peñascos son para las cabras, y en las rocas se refugian los erizos. / Hiciste la luna para medir el tiempo, señalaste al sol el momento de su ocaso;  mandas la oscuridad, y cae la noche. /  Haces brillar el sol y se retiran. / ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría!

Félix González

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