Corazones en red

No es fácil encontrar algún post en el que se hable de la Virgen María, la Madre de Jesús y nuestra madre. Hoy me apetece hacer una reflexión sobre ella, pero de una manera sencilla (como era ella), y como se suele hablar de las madres.

Cuando uno visita la capilla de algunas Cofradías o Hermandades, queda un tanto desconcertado al ver la imagen de la Virgen, cualquiera que sea su advocación, adornada con joyas y piedras preciosas. Yo sé que el amor de los cofrades o de algunas personas piadosas, le lleva a adornar de esa manera a María de Nazaret. Pero, independientemente del escándalo que, a veces, puede provocar tal ostentación, es una verdadera aberración que esa mujer, sencilla, humilde, pobre, luzca esa pedrería y ese oro. Creo que, aunque se haga con la mejor intención del mundo, de exaltar a la Virgen por su privilegio de ser madre de Dios, es, no obstante, una crasa equivocación, y se presta a una mala interpretación de lo que ella fue en su vida.  María, oriunda de uno de los pueblos más pequeños y pobres de la antigua Galilea, no pertenecía ni formaba una familia potentada, rica o de alta categoría social. No. El hogar de Nazaret, era pobre, como sabemos por el oficio de José. Dios dónde escoger entre las mujeres más notables e influyentes del pueblo de Israel. Escogió, sí, a una mujer judía, de un pueblo pequeños, entonces pobre y ocupado por el Imperio romano (Lc.2, 1-7). Formaba parte de una región, Galilea, despreciada por los de la capital (Jn. 7,52). Y era considerada como levantisca, aunque insignificante. Recordemos las palabras de Natanael: ”De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn. 3,46).

Dios no escoge a una princesa o persona importante en aquella sociedad. Podía haberlo hecho. Y muchos pensarían que era lo más acertado, dada la categoría que le podía corresponder como Madre de Dios. Pero María, ni siquiera era la prometida o la esposa de un sacerdote judío (y había 7.200 en aquella nación tan diminuta; ni era la mujer de un doctor de la ley (un escriba), ni siquiera de un piadoso fariseo, considerados como los grandes observantes de la ley. Mucho menos era la mujer de un potentado (que los había) o de un gran ganadero o un comerciante bien situado. No. El Hijo de Dios nació de una mujer del pueblo, pobre y humilde, conocida por sus vecinas por su bondad. Seguramente con estudios escasos y más escasos bienes aún.

Da a luz a su hijo en un lugar humilde, y no tiene otra cuna que un pobre pesebre. Cuando, con su esposo José, un obrero con un trabajo poco remunerado, va al Templo a la presentación del Niño, llevan la ofrenda  más pobre, una pareja de tórtolas (Lc.2,34; Lv, 12, 8). Cuando Jesús vuelve a su pueblo, siendo ya conocido por sus prodigios y sus enseñanzas, sus conciudadanos se extrañan porque sólo era el hijo de una pobre mujer del pueblo:”el hijo de María” (Mc.6,1-6).

Todos los hijos queremos lo mejor para nuestras madres. Y en este caso, lo mejor que quiso Dios, lo mejor que quiso Jesús para su madre, fue una mujer sencilla, pobre, de un pueblo sin renombre. Porque para Dios, lo importante es la persona, su interior; no lo que posea o el cargo que ostente. María era consciente de su pequeñez, y del favor infinito que Dios había hecho con ella.”Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alega mi espíritu en Dios mi salvador, porque se ha fijado en su humilde esclava”. (Lc.1,46-49).

¿Por qué tratamos de embellecer la figura de María, cubriéndola de gala y pedrería?  Dios la quiso con otras “prendas.  María de Nazaret, la única Virgen María que existe, por muchas advocaciones que se la quiera añadir, no es un ídolo, con afeites  y joyas. Así no la quiso Dios, porque así es Dios. La quiso sencilla, humilde, pobre, pero llena de dulzura, para que todos podamos acercarnos a ella sin complejos. Esa es la verdadera Madre de Jesús, que es el regalo que Dios nos hizo

Félix González

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