Una parábola singular

el-regreso-del-hijo-prodigoLa parábola del “Hijo Pródigo” (cuyo principal protagonista es su Padre), es una de las más consoladoras para cada uno de los que somos “hijos pródigos”, o “el hijo rencoroso”. La misericordia, el perdón, el cariño a toda prueba, se ponen de manifiesto en esta parábola singular, que sólo Jesús podía enseñarnos, porque lo conocía por experiencia. Tres personajes: un padre y sus dos hijos. Un corazón, a prueba del desagradecimiento de uno y del orgullo del otro. Una parábola, cuyo mensaje se repite a través de toda la historia de la humanidad. Este sería el esquema:

“EL HIJO MENOR”. Se marcha deliberadamente, a pesar de los ruegos del Padre y del expimentado cariño. Pide la herencia como si ya hubiera muerto el padre. La malgasta caprichosamente. Se va lejos de la casa paterna, olvidándose del dolor de un padre que queda herido. Cuando empieza a pasarlo mal, no vuelve; intenta solucionar su situación trabajando con cerdos; el orgullo y la falta de confianza se lo impiden. Ante tan dura situación, le viene el recuerdo del Padre; pero no por compasión ni cariño del padre abandonado, sino movido por la necesidad. Sólo le mueve el egoísmo y la indigencia. Fue libre para marcharse, y es libre para volver. Acepta su error y sus consecuencias, aunque no espera ser tratado nuevamente como hijo. Sabe que no se lo merece, y asume ser tratado como uno de los criados. Lo importante no es el padre, sino resolver su indigencia.

“EL PADRE”. No retiene a la fuerza a su hijo. Le deja actuar con libertad, aunque sea contra su deseo y con el corazón roto. Siempre esperó su regreso, hambriento, avergonzado y harapiento. De lejos lo ve llegar, con la misericordia reflejada en su mirada y en su corazón. Se le conmueven las entrañas, y no hay reproches ni malas caras. No hay palabras, solo gestos de amor. Corre a su encuentro; le salta el corazón de alegría. Olvida el pecado (lo viste con una túnica nueva, señal de que vuelve a ser heredero); un anillo (señal de que sigue siendo su hijo); y las sandalias (los esclavos van descalzos, y su hijo es libre). Y estalla la alegría del perdón: matan el ternero cebado (siempre reservado para las grandes ocasiones); todos lo celebrar, todos se alegran.

“EL HIJO MAYOR”. No quiere entrar a celebrar el regreso. Se encuentra muy bien solo, sin tener que soportar a su hermano. No tiene nada que celebrar. Le recome la envidia y el rencor. Sigue vivo en el recuerdo el pecado de su hermano. Sí que hay reproche. No disfruta de estar en casa del padre; siempre se ha sentido extraño junto a él, sin confianza. No entiende las palabras del padre:”todo lo mío es tuyo”. También el padre sale a su encuentro, como salió en busca del menor. Y le muestra también su misericordia; le demuestra su infinita bondad tratando de reconciliar a los hermanos”.

Quien no se haya visto reflejado en alguno de los dos hijos, incluso en los dos, es que no ha entendido la parábola. Quien no haya experimentado en su vida, repetidas veces, la misericordia de Dios-Padre, es que no sabe traducir lo que es tan patente y claro. Quien no haya llorado en su interior, y no haya descubierto su indigencia, es que no se ha mirado a sí mismo, no se ha mirado en el espejo de su propia realidad. El que no sepa volver a la casa paterna, es que no piensa en un Padre que le espera con los brazos y el corazón abiertos. Esta parábola “singular” nos debe interpelar constantemente, y ponernos en la órbita de la misericordia divina.

Félix González López, ss.cc.

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