Mi oración de la mañana
Asomado al gran ventanal de mi habitación de la Casa de Espiritualidad de El Escorial, contemplo el pequeño poblado, recostado perezosamente en la falda de la montaña que casi puedo tocar con la mano, a la hora del alba de este luminoso día, solo turbado a intervalos por algunas nubes, caprichosas, que semejan ser de algodón.
He madrugado lo suficiente para ganarle al sol en su salida, aunque ya se empieza a anunciar tras la lejana cordillera del Guadarrama, que conserva aún vestigios de la nieve acumulada en semanas anteriores.
Los pájaros, sin embargo, han madrugado más que yo, y llenan el ambiente con sus alegres gorjeos y sus cortos vuelos entre las ramas verdes de los plátanos del jardín. Es el regalo de la naturaleza en este joven amanecer de primavera.
A un tiro de piedra, por la lujuriosa pradera de hierba fresca y verde, se extiende un arriate natural donde resaltan las humildes margaritas blancas, que ponen el contrapunto a tanto verdor, formando un hermoso tapiz, salido de la mano creadora del mejor de los Artista. Mi oración es de acción de gracias al Dios Creador y magnánimo, que pone en escena este espectáculo maravilloso de luz y sonido. Recuerdo las palabras del Salmo:”¡Oh Dios, por ti madrugo!”. El sueño oscuro, pero reparador, de la noche, da paso al nuevo despertar de la vida, en color y en tres dimensiones. Una paz construida de un armonioso silencio, inunda mi espíritu. Sueño que el tiempo se para, dando paso a la contemplación, al éxtasis, sin preocuparme del intenso trabajo que me espera. Vale la pena llenar el alma de este embrujo, antes de que “los relojes comiencen a maquinar las horas”, como se dice en uno de los himnos de Laudes.
Un cuervo grande y negro como la noche que acaba de huir, cruza volando, al tiempo que lanza un graznido estentóreo que rompe la armonía de tan solemne momento, asustando a la frágil ardilla que trepa nerviosa por el tronco de uno de los pinos del tupido bosquecillo. Han callado, también, los pajarillos, mientras yo hago un gesto de desaprobación y desagrado. Sólo las tórtolas siguen alternando su zureo, incansable y monótono. Toda la naturaleza se pone en movimiento para dar la bienvenida al astro rey, y yo alabo, nuevamente, al Creador:”Criaturas del Señor, alabad al Señor”. Forma parte de mi primera oración de la mañana. La oración de la noche estará teñida de sombras y estrellas.
Si el gran poeta de Moguer, Juan Ramón Jiménez, dice en uno de sus versos:”Dios está azul”, yo también podría decir a esas horas avanzadas del alba:”Dios está malva”; ese color que quiere parecerse al violeta, pero más desvaído, por no entrar en competencia.
La paz y la serenidad del momento, contrastan con el recuerdo, siempre presente en mi espíritu, de un mundo sangrante, de pobreza, de guerras, de odios fratricidas… Y es que el odio y el amor combaten sus luchas en la misma palestra del corazón humano. Solamente en Dios existe el amor pleno, sin medida, porque pertenece a la misma esencia de Dios; San Juan dirá:”Dios es amor”.
Félix González
Me has dejado maravillada por el relato de esta aurora y, también, porque siendo varón, a la sazón, puedas distinguir entre el malva y el violeta…
Cuando el espíritu se pone a tono, no pueden evitar hacer lo mismo, el humor y la alegría. (Me he tomado esa confianza)
Yo también haré una confidencia: cuando a veces voy a Misa a las 8 de la mañana y aún no ha amanecido (durante gran parte del año), igualmente recito:”¡Oh Dios, por ti madrugo!”.
Susana: Me gusta que coincidamos en ese versículo del Salmo, como oración de la mañana.
Por otra parte ¿quién te ha dicho a tí que lps varones no sabemos distinguir los colores? Esos son los daltónicos
Los colores, sí; las gamas, en su mayoría, no.
Un abrazo multicolor, Susana.