Corazones en red

Para ir a celebrar la Eucaristía a un centro de mayores, he tenido que pasar por delante de varias parroquias. Era el momento de las primeras comuniones; en unas salían, y  en otras esperaban para entrar. Todo un espectáculo de trajes, vestidos, tocados, etc…

Hay personas que van a las “pasarelas” para ver los nuevos modelos, las tendencias, las modas… Pero si alguien quiere encontrar todo eso sin ir a “Cibeles”, le basta con pasarse por las iglesias en estos días. Encontrará de todo; desde los modelos más atrevidos, a los más tradicionales: vestidos largos, cortos (muy cortos), y de todas las hechuras. Verá  un verdadero desfile variado, como si de una pasarela se tratara. En ella encontrará manifestaciones del buen gusto, y también mal gusto (gusto y dis-gusto). Si junto a todo esto no se vieran algunos niños o niñas vestidos de marineritos o de organdí, se podría pensar que se trataba de una boda. El aspecto social y de competitividad en el vestir se ha impuesto sobre la sencillez y naturalidad. Es el momento para lucir y competir en prendas y atuendos sofisticados.

Pero ¿acaso no se trata de acompañar a unos niños, inocentes y sencillos, en un acto que debe brillar, también, por la sencillez y la mesura en todo?

Ojalá que se deje para otras ocasiones todo ese desfile de modelos. Se puede ir elegante y, al mismo tiempo, discreto, sin pretender llamar la atención. Los protagonistas deben ser los niños y niñas que se acercan a recibir al Señor sacramentado. Y ojalá que su vestimenta, la de los niños y niñas, pudiese llegar a ser también sencilla, sin disfrazarse de lo que no son (marineros o novias). ¿Cuándo se darán cuenta los padres de esas cosas? ¿Cuándo dejará la sociedad de confundir las cosas? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que eso es hacer el juego al comercio, en detrimento de los verdaderos protagonistas de lo que se celebra?

Un poco más de sentido común y sentido de la realidad, podrían favorecer que las cosas fuesen de otra forma. Ganarían los niños, que están más pendientes del traje que de lo que hacen, y ganaría ese sentido común que dicen que es el menos común de todos los sentidos.

No quiero hacer una guerra de algo tan trivial como puede ser un vestido. Son los padres, principalmente las madres, las que deberían caer en la cuenta de estas cosas. Mientras no sea así, dejemos en paz lo de los trajes, y veamos cómo se puede dignificar la celebración de este hermoso sacramento. Tarea ardua y difícil, pero absolutamente necesaria. Me viene, por asociación de ideas, la frase de Jesús: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

                                                                                                                     Félix González

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