Corazones en red

Aunque a primera vista parezca lo mismo “estar sólo” que “sentirse sólo”, hay una diferencia abismal entre los dos términos. Uno siempre es negativo y el otro puede ser positivo.

Sentirse sólo, lo que llamamos vivir en soledad, es un estado de ánimo, producto de la falta de relaciones, de afecto, de compañía, Es sentirse como una isla en medio del océano inmenso. Este sentimiento puede producir tristeza, aislamiento, sentirse no apreciado. La soledad o el sentirse sólo pueden tener como causa uno mismo, porque no sabe relacionarse con familia, amigos, vecinos, debido a su carácter huraño o tímido, o puede deberse a los demás.

Pero hay otra soledad, la de los ancianos, muchas veces solos y en soledad, aunque estén rodeados de mucha gente. Es el caso de abuelos, que aunque vivan con hijos y nietos, ya no cuentan en la casa. Se les ha pasado el tiempo del protagonismo, de decidir, de dar su opinión… También se palpa la soledad en muchos ancianos, en residencias, que, a pesar de estar con otros muchos, se sienten solos porque la familia los tiene más o menos abandonados, y tienen la sensación de que ya no sirven para nada y se les abandona como un trasto viejo en el desván.  Pienso que esa sensación tiene que ser muy dolorosa; personas que han vivido para los demás, principalmente para los hijos, y que reciben ese trato, que yo calificaría de desagradecimiento e inhumano.

Por el contrario, “estar sólo” no significa siempre vivir en soledad. Incluso a veces lo hemos deseado, porque es un tiempo de libertad, de reflexión, de descanso. Yo creo que mucha gente desea tener ratos para estar solos, para encontrarse con uno mismo. Hay muchas personas que buscan, de vez en cuando, un lugar solitario, un día de retiro, de aislamiento, bien para pensar con mayor tranquilidad, bien para discernir sobre situaciones más o menos conflictivas, bien para descanso del espíritu en la oración y el recogimiento.

El Evangelio nos habla de Jesús, y de cómo, algunas veces dejaba a los apóstoles y a las muchedumbres, para orar en solitario, libre del ruido y de las ocupaciones cotidianas. También nos habla de su largo retiro en el desierto, probablemente para prepararse a su misión, y discernir la voluntad del Padre sobre su vida.

Estos ratos o días son bien venidos, y buscados; y son causa de bienestar. Con frecuencia son necesarios a lo largo de la vida. Sobre todo si se trata de una vida muy agitada.

Por tanto, “estar solo de vez en cuando, es saludable; la soledad nunca es buena.

                                                                                                                   Félix González

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