Corazones en red

Giovanni Franzoni, a sus 84 años, siempre ha manifestado y sigue manifestando un gran amor por el Concilio Vaticano II, al que asistió, siendo aún bastante joven. Este hombre incombustible, que fue abad de la basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, la más importante después de la del Vaticano, ha desarrollado, en el Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, una conferencia que tituló:”Concilio traicionado, concilio perdido”. Recientemente ha salido una reseña sobre él en el diario El País, donde se pone de manifiesto  su personalidad y su trayectoria.

Nació en Bulgaria; fue emigrante junto a su familia, en busca de una vida más digna. En sus afirmaciones se ponen de manifiesto sus convicciones, sus recuerdos y su dolor por la poca recepción, por parte de la Iglesia, de las conclusiones del Concilio. Fue, y es, un hombre con la sinceridad a flor de piel. Y eso no se perdona.

Le duele en el alma que aquel concilio que él vivió de tan cerca, no haya podido producir todos los frutos que se esperaban. Unos frutos que hubieran cambiado muchas cosas, y que durante un tiempo fueron esperanza y realidad, flor y fruto. Pero que después se fueron reduciendo por miedo al riesgo. Como dice G. F.:“ El Vaticano II ahora está metido en conserva”.

Estuvo en contra de la beatificación de Juan Pablo II, y así lo manifestó a las autoridades correspondientes del Vaticano. Y dice: “Yo estoy en contra de estas canonizaciones, creo que es algo arcaico. Cuentan las persecuciones del primer siglo, los mártires. Pero esta fábrica actual de santos, para los que hay que demostrar un milagro, no lo sé. Para mí son santos los que han intentado apagar el reactor de Fukushima, en Japón, sabiendo que morirían. Ellos sí son santos.” He señalado esta última frase, porque aunque a algunos les puede parecer raro e, incluso, poco respetuoso, es, sin embargo, lo que muchos piensan en la iglesia.

Se puede estar en desacuerdo con algunas expresiones y hechos de este hombre octogenario, que sigue teniendo fuerza y valor para decir lo que cree debe decir;  pero le avala su formación teológica, su amor a Jesucristo, y su conocimiento del Concilio desde dentro. Muchos piensan como él, pero no todos se atreven a manifestarlo en público.

Es un gran admirador del obispo mártir, Oscar A. Romero, de quien dice que la Iglesia no le ha hecho justicia por motivos políticos, y a quien sí le gustaría que se le considerase como santo.

Félix González

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