Una duda no superada le llevó hasta el suicidio

(Teología descriptiva)

Álvaro había pasado unos años en el seminario, aquellos seminarios de antes del Concilio, donde se impartía una formación  bastante estricta. Esta, unida al carácter del muchacho, un tanto rebelde por una parte y con una conciencia con tendencia escrupulosa, hacía que su estancia no fuera suficientemente  feliz. Le resultaba centrarse en los estudios. Y llegó un día en que tanto él como sus superiores estuvieron de acuerdo en que su futuro no  parecía orientarse por la vocación sacerdotal.

Y en consecuencia, abandonó el seminario, cuando estaba a punto de cumplir los dieciocho años. La salida del seminario y su ingreso en la universidad, pareció, de momento, tranquilizar su carácter y mitigar sus escrúpulos. Pero no tardaron en aparecer de nuevo las dos circunstancias que atormentaban su conciencia. No obstante logró terminar sus estudios, gracias al tesón que puso, y a las exigencias de su padre, bastante autoritario e impositivo.

No tuvo dificultad en encontrar un buen puesto de trabajo; era inteligente y de buena presencia, cosa que para algunas empresas era relativamente importante. Trabajaba bien, y la vida en el aspecto económico y social le sonreía. Él solía decir: no puedo pedir más a la vida. Pero como le pasaba en el seminario, cuya estancia recordaba con frecuencia, algo le comía por dentro, y no lograba superar. A pesar de su apariencia desenfadada y un tanto secularizada, la procesión, como se suele decir, iba por dentro. No lograba desechar sus escrúpulos. Y no eran precisamente cuestiones de moral, sino, más bien, teológicas y existenciales.  

En el seminario había oído hablar frecuentemente de la misericordia de Dios, del Dios del perdón. Era algo que no acababa de digerir. Su argumentación se cifraba en el silogismo siguiente: si Dios es justo, no puede ser infinitamente misericordioso. Si perdona siempre, ¿cómo puede ser justo?

Era tanta la angustia que hasta el trabajo, que tanto le recompensaba, empezó a hacérsele cuesta arriba. Se decidió a ir a consultar con el Padre espiritual que había tenido en el seminario. Era un hombre bastante mayor, pero lleno de dulzura y comprensión, que le recibió con gran cariño.

Y, a pesar de que el Padre espiritual del seminario trataba de explicárselo, algo dentro de él no le permitía llegar a comprenderlo. Y era una verdadera tortura que siempre llevaba consigo. Aquellos encuentros, repetidos, le daban algo de paz; pero pronto volvía a sus dudas.

Vamos a ver, Álvaro. Tú no te has casado; pero imagínate que tuvieras un hijo pequeño a quien quisieses con locura. Si te hiciera una trastada, de esas que hacen frecuentemente los niños, ¿no le perdonarías?, le dijo en una ocasión el sacerdote.

Claro que lo perdonaría. Pero no me vale el ejemplo. Yo no soy un niño, y cuando he actuado mal, sabía lo que hacía. Por otra parte, pienso que sería una debilidad de padre.

— Dios también es débil en ese sentido. El amor le hace débil. Y además, para Dios somos como hijos pequeños que casi no sabemos lo que hacemos, le argumentó Don Luis, que así se llamaba el sacerdote.

Pero, insistía Álvaro, Dios es justo. Eso decís los curas. Y la justicia exige reparación del delito. No me parece que se puedan conjugar fácilmente la justicia y la misericordia.

— Pero la justicia de Dios no es como la de los hombres. Confía en Él, verás como desaparecen todas esas dudas que te quitan la paz, repetía una y mil veces, el viejo y santo sacerdote.

Álvaro salía algo más convencido, pero pronto volvían las dudas. Podía decirse que era una verdadera obsesión.

Pasó el tiempo, y D. Luis estaba muy extrañado de no haber vuelto a ver a Álvaro. ¿Habría vencido los miedos y las dudas, o viviría torturado por su problema? Quiso pensar que sería lo primero, pero se equivocaba.

Un Buen día, le llegó la respuesta que menos hubiera deseado. La noticia corrió de boca en boca, y apareció en el periódico local. Álvaro, aquel a quien parecía sonreírle la fortuna, se había suicidado. Nadie podía comprender qué le habría llevado a tomar esa determinación. Sólo Don Luis, el sacerdote de tantas confidencias, lo intuyó. Y pocos días después una carta del mismo Álvaro, le confirmaba sus temores.

“Querido amigo D. Luis: cuando reciba estas letras todo se habrá consumado. Conoce bien mi problema, y no podía seguir viviendo con la duda: ¿será verdad que Dios es infinitamente misericordioso? No he podido comprobarlo en esta vida. Por eso voy a tratar de averiguarlo en la otra. Allí saldré de dudas. Rece por mí, si es que vale de algo. Perdóneme; yo sé que usted puede perdonarme como a un niño pequeño que no sabe lo que hace. Pero ¿será capaz de perdonarme el Dios justo? Cuando reciba la carta, yo ya lo sabré”.

Don Luis leyó la escueta carta, y no pudo menos de derramar unas lágrimas. Pero estaba convencido de que Álvaro ya había comprobado que Dios es Misericordia y Perdón.

                                                                                                        Félix González

 

 

 

 

4 Responses to “Una duda no superada le llevó hasta el suicidio”

  1. “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. (1ª Ju, 18-19)

  2. Querido Padre Fèlix En mis conversaciones con amigos musulmanes siempre me recalcan que una de las cosas que mas les repugnan del catolicismo es el perdon por la confesion. Segun su religion quien comete un delito no debe ser perdonado, sino castigado con una pena proporcional. Si uno mata a otro, debe morir a manos de los familares de la victima.Ellos sostienen que eso es justicia divina. Yo creo que eso proviene de su falta de miedo a la muerte, algo que aterroriza a los creyentes catolicos. Solo un musulaman es capaz de colocarsse un cinturon explosivo y sacrificar su propia vida con una sonrisa en la cara. Saludos. Juan

  3. El valor con que los primeros cristianos se enfrentaban a la muerte, cantando mientras eran devorados por los leones en el circo romano, paso a la historia cuando el cristianismo se asocio con el poder politico en el siglo IV. Desde entonces la mayoria de los cristianos llevan una vida muelle y les aterroriza la muerte. Para ellos la religion en solo un seguro de vida en el mas alla, para seguir con su vida de placeres. Cuando ven que sus vidas estan para acabar se vuelven mas religiosos, van mas a Misa.Pero su religion es solo un placebo para acallar la mala conciencia que les corroe. Unos pocos años antes de Cristo el poeta Virgilio escribió: “Tempus erat quo prima quies mortalibus aegris incipit et dono diuum gratissima serpit mors” ( Eran tiempos en que para los pobres mortales el primer descanso comenzaba con la muerte, que de puro deseada se consideraba como un regalo de los dioses).

  4. Gracias Susana y Juan por vuestras aportaciones. Perdonad que no me extienda más. Estoy un poco ocupado. Otro día será más.

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