Pequeña historia de un nido en construcción

(Anécdota)

No sé cuál es  el apelativo que mejor les configure: ¿tercos, tenaces, perseverantes o contumaces? Los cuatro epítetos son similares, con pequeños matices. Aunque, no sé por qué, me quedaría con el de “tercos”.

Esta es la breve y simple historieta, real y un poco desesperante. Se trata de una pareja de gorriones, que desde hace  al menos un mes, tratan de construir un nido cerca de la ventana de mi cocina. No tendría nada de particular, y yo nada que oponer, si no fuera porque pretenden hacerlo en el tubo de escape de los gases del calentador, con lo cual quedaría obstruido, con el consiguiente peligro para los que habitamos la casa.

Día tras día, trabajan de manera admirable, a la vez que terca, aportando ramitas que van colocando en el orificio. No puedo permitírselo por el peligro que  genera dicho nido, que taponando la salida del gas, hace imposible la salida del calentador.

En consecuencia, todos los días, o a lo sumo cada dos días, armado de un palo largo con un gancho, les tiro lo que han construido. Al principio lo hacía con gran dolor por los dos constructores; y sigue doliéndome, porque se acerca la hora de la puesta (pues estamos en la primavera) y no han podido construir su nido donde colocar los huevos. Yo sigo tirándoles lo construido, y ellos siguen tratando de volver a hacerlo. Creo que es un caso de tozudez,  contumacia, tenacidad, perseverancia y terquedad.

Se lo he tirado alrededor de veinte veces como mínimo. Y me pregunto: ¿No tendrán estos animalitos un mínimo de inteligencia, aunque sea inteligencia animal, para darse cuenta de que no van a conseguir su objetivo? Y pienso que si les falta la suficiente inteligencia para darse cuenta de algo tan evidente, al menos el instinto animal, que suele ser tan fuerte, debería llevarles a la conclusión de que deben buscar otro lugar más idóneo. Pero, nada; sigue su terquedad. Y yo sigo siendo tan terco como ellos, destruyéndoles constantemente lo realizado cada día (que no es poco, porque su trabajo debe ser de las veinticuatro horas).

Al principio sentía lástima, pero ahora lo que siento es fastidio. Me gustaría, por ellos, que se diesen cuenta de la imposibilidad de su pretensión y buscasen otro lugar (hay cien mil), para poder hacer su nido, poner los huevos y criar sus polluelos.

Este acontecimiento, un tanto vulgar, y vivido día tras día durante un mes, (y que continúa), me ha hecho pensar, filosofar, o reflexionar (que no sé cuál de las tres palabras es la más acertada en este caso).

¿Qué les mueve a estos animalitos a ser tan perseverantes, ante la experiencia dolorosa de ver destruido una y otra vez, lo que supongo hacen con tanta ilusión y necesidad? ¿Cómo no son capaces de comprender que tienen que tomar otra decisión, habiendo tantos otros lugares para realizar su proyecto? ¿Será esta manera de actuar, común a todos los animales, al menos a los de su especie, o se tratará de un caso insólito de dos pájaros de “pocas luces”?

Me imagino a una pareja de humanos que tratasen de construir su casa o su chabola en un lugar prohibido, y que cada vez que levantasen una parte, viniese la grúa municipal y se lo tirara; ¿cuántas veces más lo intentarían? No creo que más de dos, por muy tercos que fuesen. Para eso está la inteligencia práctica. Algo que debe faltar a estos pájaros.

Tienen mucho instinto y habilidad, eso sí. Pero qué poca inteligencia… si es que tienen alguna. Me gustan los pajaritos, pero no quiero que enciendan mi casa.

Corto aquí por un momento. Voy a comprobar si siguen con su empeño. Vuelvo y sigo. Ellos también siguen con su empeño. Y yo seguiré mi plan destructor en defensa propia. Ya no sólo es cosa de evitar un desastre, es también cuestión de amor propio. ¿Quién podrá más: la inteligencia o el instinto? Yo no voy a ceder; tendrán que abandonar ellos (bien a mi pesar).

Todo esto me lleva a pensar en personas racionales, que, a veces, actúan sólo por instinto animal. Y eso es mucho más grave, porque dejan inservible algo tan importante, tan esencial en una persona, como es la inteligencia. ¡Y los hay!

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Es posible que así sea, aunque la experiencia que estoy teniendo, me hace sospechar que hay algunos animalitos (dos gorriones) que parecen contradecir el axioma.

 Volviendo al ser humano, pienso que hay algunos (muchos, tal vez) que se empecinan en algo que es imposible. Y, o hacen infelices a los demás, o s hacen infelices a sí mismos. De sabios es corregir. Pero la sabiduría humana se trueca, algunas veces, en necedad.

¿Por qué nos empeñamos en las guerras, que no cesan? ¿Por qué seguimos siendo violentos, airados, maleducados, caprichosos? ¿Por qué, si nada de eso nos hace felices? Debemos tener un componente masoquista en nuestra naturaleza, que nos lleva a destruirnos y a destruir. Sin duda que no es una postura inteligente. Por lo que la definición del humano no corresponde siempre a la definición de “homo sapiens”. Frente al instinto de conservación de los irracionales, manifestamos el instinto de destrucción de los llamados inteligentes.

En cuanto a los pajaritos pertinaces, me decido a poner una pequeña red, para que no sigan perdiendo el tiempo. Así ganaremos los dos: ellos y yo.

                                                                                                    Félix González

One Response to “Pequeña historia de un nido en construcción”

  1. ¡Bien por la red!
    Los pajaritos no pueden aprender de la experiencia. Están conectados a la vida con todas su fuerzas y tienen la fidelidad de reproducirla del único modo para ellos posible.
    .
    ¿No sería el amor verdadero igual de indesmayable?
    ¿No es la Cruz la insensatez del amor?

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