Corazones en red

Hay ciertos recuerdos de la niñez que quedan grabados a fuego, no sólo en la memoria, sino también en el corazón. Yo reconozco no tener demasiados recuerdos de esa época de mi vida, pero algunos de ellos están tan vivos y presentes como si hubieran acabado de suceder.

Uno de ellos se remonta a la edad de ocho años. En un pueblo de Extremadura. El día de los Reyes magos. Los protagonistas: mi amigo Juanito y yo.

Aquel día había amanecido más temprano que nunca. Mis padres nos fueron despertando a todos los hermanos, uno por uno. Ya habían llegados los Reyes Magos, y en el salón de la casa habían dejado los juguetes para todos. ¡Qué ilusión al ir descubriendo, cada uno, sus regalos! Pasados los primeros momentos de ilusión, nos pusimos a desayunar todos juntos, mientras cada uno manifestaba su alegría por aquellos juguetes que tanto nos entusiasmaban, y tanto valorábamos. No faltaba interiormente una pequeña decepción por no haber recibido todo lo que en las respectivas cartas habíamos pedido. Pero la alegría de lo recibido, nos hacía olvidar, o al menos mitigar, aquel olvido de los Magos.

Después del desayuno, recuerdo que salí a la calle para jugar con mi balón, y enseñar a los amigos, que ya estaban en la calle, mis regalos. Aquello suponía un nuevo gozo.

Al primero que me encontré fue a mi amigo Juanito. Le mostré mis regalos, y él me mostró el suyo. Recuerdo que me quedé pasmado. A él (de una familia muy pobre) los Reyes le habían traído una naranja. ¡Una naranja!  Ni más, ni menos. Casi sentí vergüenza, a pesar de mi edad. Sin embargo, él parecía feliz con su regalo. Tal vez nunca había tenido una naranja para él solo. Una vez estuve en su casa (humilde y pobre) y vi como a la hora de comer compartía un huevo frito con una de sus hermanas, algún año menor que él. También aquel día, mi corazón de niño sintió pena.

Hasta ahí uno de los recuerdos de mi niñez, que sigue estando presente, y me araña un poquito el corazón.

Todos los años en esta festividad de los Reyes Magos, me viene el recuerdo de Juanito y su naranja. Y ahora, más que entonces, me llama la atención, y me sorprende, la alegría que demostraba por su regalo.

Entonces, sólo sentí pena y cierta tristeza. Pero era incapaz de hacer ninguna reflexión ni razonamiento. Hoy, ya no siento pena (han pasado muchos años), pero no puedo menos de hacer la reflexión que entonces no podía.

Pienso que no es más feliz el que más tiene, sino el que se contenta con lo que tiene. Hoy habrá niños rodeados de juguetes carísimos, que no son capaces de valorar, y que tal vez envidien otros más o mejores, mientras que una pelota de trapo, para jugar al fútbol, hace felices a los niños de cualquier país pobre de África.

Félix González

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