Un salmo para meditar
El Salmo 14 nos da unas pistas claras para meditar y ver si estamos listos para entrar en la casa del Señor.
“¿Quién puede entrar en tu templo y habitar en tu casa Señor? Quien procede honradamente y practica la justicia. Quien tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo, ni difama al vecino. Quien no presta dinero a usura, ni acepta soborno contra el inocente. Sólo entrarán en tu casa, los que viven con amor.”(Salmo 14)
Proceder con honradez, practicar la justicia, ser leal, no calumniar, no hacer mal al prójimo, no difamar al vecino, no prestar dinero a usura, no aceptar soborno contra el inocente; es decir: vivir desde el amor. Eso es lo que el Salmo 14 nos exige, si queremos ser de la familia de Dios, habitar en su casa. ¡Todo un programa de comportamiento!
El salmista ha captado bien aquello que se opone a la pertenencia de la familia de los hijos de Dios
El salmo 14 servía a los israelitas que se disponían a subir en peregrinación a Jerusalén para examinarse sobre si eran o no dignos de acercarse al templo del Señor; ante la pregunta de los peregrinos: ¿Quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?, los sacerdotes respondían recordando las condiciones requeridas para ofrecer a Dios un culto que le sea agradable.
En el nuevo Testamento Jesús promulga para sus seguidores una doctrina muy parecida a la de este salmo: «Si, cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-24).
La reconciliación es algo fundamental en el camino del seguimiento de Cristo. La enemistad, el alejamiento del hermano no caben en ese camino. ¡Y cuántos hermanos no reconciliados! Incluso entre hermanos de sangre. Dios mismo siempre nos reconcilia por medio del arrepentimiento y el perdón, como pedimos en el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. Y en Él tenemos que mirarnos como en un espejo.
Si nos miramos a un espejo, por muy limpio que esté, si nuestros ojos están medio dormidos, sucios o legañosos, no nos veremos con claridad. Por eso tenemos que mirar a Dios, a Jesús, con ojos limpios, con verdadero interés. Entonces descubriremos lo que nos pide, lo que espera de nosotros. Dios siempre habla cuando se le quiere escuchar. Y nos hablará de distintas maneras, y por caminos diversos: oración, personas, lecturas….
Félix González
Y siempre termina diciéndonos:
«He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20)
No dice con uno y con otro. Él está/es en la variedad de situaciones que nos unen:
-Visibles e invisibles.
-Las que nacen de nuestra sensibilidad y las que él completa.
-Cuando me duele el otro o cuando le duelo yo y, sobre todo, cuando él se extiende entre nosotros para que la sorda injusticia establecida en el mundo no desangre al ser humano.