200 años de retraso
Una de las mentes más lucidas de los últimos tiempos, desaparecida, desgraciadamente, hace poco, y uno de los hombres más valientes y claros, el Cardenal Martini, dijo que “la Iglesia lleva un retraso de 200 años”. Doscientos años, son muchos años. Es grave la afirmación, pero más grave es la realidad que contiene. Martini conocía muy bien la Iglesia y su historia; y la amaba profundamente.
El mudo corre a pasos agigantados: la cultura, las ciencias, el pensamiento… y la descristianización, de manera preferente en Occidente, y concretamente en Europa. Todo va muy deprisa. Sólo la Iglesia va despacio, y tiene el riesgo (ya lo está verificando) de no llegar a tiempo para evangelizar ese nuevo mundo que está naciendo, ese hombre nuevo que se está forjando.
Estamos en las vísperas de la elección de un nuevo Papa. Unos viven la esperanza de que sea el que necesita la Iglesia en estos momentos. Otros, más escépticos, no esperan demasiado, dadas las cosas que hay que remover y actualizar. Ojalá que la esperanza no sea defraudada.
El nuevo Papa, debería tomar como primera tarea, la renovación y puesta al día de un montón de cosas en la Iglesia, que están haciendo a muchos perder la fe en ella, y en otros, vivir desesperanzados.
Es claro que no toda la renovación depende del Papa, pero una buena parte, sí. ¿Querrá el Espíritu Santo salirse con la suya? ¿Se lo permitirán aquellos de los que también depende la elección?
Ninguna elección de un cargo (que es carga) supone en la actualidad tanta expectación, no sólo entre los católicos, sino a nivel mundial. Basta darse cuenta de los comentarios, acertados o desacertados (pero siempre interesantes) de los medios de comunicación, en estos días de “sede vacante”.
Si la Iglesia no está actualizada y renovada (la conversión permanente que también la afecta) el Reino de Dios se resiente y se retrasa.
Es verdad que, como dice la parábola de la levadura, en la que se dice que ésta hace crecer toda la masa, el Reino necesita la levadura de una iglesia al día. También es verdad que el Reino de Dios es semejante al grano de mostaza que por su propia fuerza va creciendo y creciendo. Pero la semilla requiere buena tierra, buen tempero, sol y agua. Sin ello corre el peligro de ahogarse, como la semilla de la parábola del sembrador que cae en tierra pedregosa, o entre zarzas, y no crece o se agosta pronto.
Ojalá que esos 200 años de retraso, de que habla Martini, se recuperen con la mayor prontitud posible.
Félix González
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