Corazones en red

El evangelio de la Eucaristía del lunes santo nos trae dos ejemplos de lo que no se debe decir o hacer. Una le corresponde a Judas; la otra a los sumos sacerdotes.

Jesús ha ido a descansar, y pasar un ratito con unos amigos (Lázaro, Marta y María), en el pequeño pueblo de Betania. Los amigos le invitaron a compartir la cena. Durante el trascurso, una de las hermanas, María,  “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió los pies, y se los secó con su cabellera” . La experiencia nos dice que hagas lo que hagas, siempre habrá quien lo interpreta bien y quien lo interpreta mal. Pero cuando es cuestión de interpretación, no tiene mucha importancia. Lo malo es cuando criticamos algo por propio interés,  haciendo ver hipócritamente, que lo hacer por un mayor bien.

Es el caso de Judas Iscariote, que se encontraba presente (Jesús habría ido con todos sus apóstoles porque era una familia de confianza). Su reacción es inmediata, y con apariencia de una sensibilidad por los pobres: “¿por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para dárselo a los pobres? ¡Qué escusa más buena para quedar bien, pero con cuanta hipocresía! El mismo evangelio lo descubre cuando dice: “Esto lo dijo, no porque le interesasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, llevaba lo que iban echando” .  Pero como “se le coge antes al mentiroso que al cojo”, Jesús se dio cuenta de la hipocresía y de sus intenciones. Y no se calla: “Déjala en paz, lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”.

La segunda maldad a la que hacía referencia viene de parte de los sumos sacerdotes. Dice el evangelio que: “los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos creían en Jesús por su causa”.

No sólo quieren matar a Jesús, sino quitar todo aquello que pueda hablar de él. No se paran en barras. Todo es lícito, con tal de defender sus propios intereses.

Durante toda la historia de la Iglesia ha ocurrido lo mismo. No sólo hay gente, movimientos, grupos o religiones que no quieren aceptar a Jesús, sino que intentan por todos los medios (la muerte incluida) hacer desaparecer cualquier vestigio de él (personas, símbolos, recuerdos…) Y eso desde los comienzos del cristianismo hasta nuestros días sin solución de continuidad.

Jesús resucita (da vida) a Lázaro; los sumos sacerdotes quieren darle muerte.

Pero si nos damos cuenta, veremos que no es tanto por ideologías, sino por intereses propios. Cuando alguien creer tener en peligro lo suyo, destruye lo del prójimo, para deshacerse del peligro. ¿No pasa lo mismo en las guerras?

El lunes santo, y los días que le siguen, nos van preparando al acto más vil e interesado de la historia humana, que es matar al mensajero.

                                                                                             Félix González

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