La Semana Santa, pasada por agua
Un año más la meteorología ha traído la desolación, la tristeza, incluso las lágrimas, a una gran multitud de personas, especialmente a los miembros de las cofradías de Semana Santa. El tiempo, implacable, que no sabe de sentimientos, ha destruido, un día y otro, las ilusiones de todo un año de esperanzas y preparativos procesionales.
Hay quien lo toma con resignación, como un capricho de la naturaleza, y hay, también, quien lo sufre como un desengaño difícilmente superable. Basta con contemplar los rostros de unos y otros.
La religiosidad popular, que muchas veces se queda en mera religiosidad, ausente de verdadero sentido cristiano, sufre, a causa de la lluvia, la decepción y el fracaso.
No así ha ocurrido para los creyentes que, independientemente de su gusto por las procesiones, saben compaginarlas con las celebraciones litúrgicas en los templos. Ahí no importa que llueva o caigan chuzos. Saben distinguir entre lo importante y lo accesorio, entre la “celebración” y la representación, entre lo que es “cristiano” y lo que es meramente religioso-popular.
Me pregunto: ¿Cuántos de los miles y miles que acuden a “presenciar” los pasos procesionales en la calle, sienten la necesidad de celebrar los acontecimientos que dan origen a dichas manifestaciones? Un número más bien simbólico, reducido, testimonial, si se compara con la barahúnda de idas y venidas, de apretujones y prisas por ocupar la primera fila o disfrutar de la mejor vista.
El tiempo ha pasado factura, ha ido dando la vuelta a las cosas; lo que surgió como fruto y consecuencia de la fe del pueblo, se ha convertido, para tantos, en motivo preferente, en detrimento de la fe. Las cofradías que surgieron como expresión de la fe del pueblo, de los gremios, han llegado a ser, para una inmensa mayoría, un espectáculo lleno de belleza y armonía, pero ausente del verdadero sentido cristiano.
¿En qué quedaría la Semana Santa, para la inmensa mayoría, si no hubiera desfiles procesionales con toda su parafernalia de capirotes, cirios, vestimentas y pasos? Posiblemente, no pasaría de ser unos días de vacaciones. Y sólo para los menos, seguirían siendo unos días de celebración de los grandes misterios de la Salvación.
Por eso, llevan razón los que consideran el cristianismo de la mayoría, como un “cristianismo sociológico”, de tradición, con poca influencia en las vidas. Un cristianismo de “bautizados”, sin evangelizar.
La nueva evangelización, de que tanto se habla desde hace un tiempo, se hace cada vez más urgente y necesaria. Por otra parte, la trasmisión de la fe en las familias, cada vez es menor. Nuestro pueblo se está desevangelizando, si es que alguna vez fue bien evangelizado. Y las consecuencias son muy graves.
Félix González
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