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La palabra “DIOS”, tiene cuatro letras: La “D”, de Divino; la “I”, de Infinito; la “O”, de Omnipotente; y la “S”, de Santo.

Pero la letra más importante, que es invisible para los que no lo experimentan, es la “P”, de Padre.

Esto lo aprendí, pasada mi niñez y, tal vez, la adolescencia. En aquel tiempo, en mi mente prevalecían las primeras palabras: divino, infinito, omnipotente, santo. Tanto mi catequesis recibida, como mi educación religiosa en general, incidían con más fuerza estas palabras. Lo de Padre, vino más tarde; cuando descubrí la letra “P” en la palabra “DIOS”.

Desde entonces, siempre que digo Dios, digo Padre. Y esta palabra me aporta la idea de: perdón, misericordia, amor, comprensión…. Y, consecuentemente: fraternidad, como fruto de su paternidad universal.

No recuerdo nítidamente cómo fue el proceso de este cambio. Posiblemente, laborioso y no exento de dudas. Lo que se aprende en los primeros años de la vida, queda grabado a fuego en la conciencia. Y desmontarlo supone un esfuerzo añadido a la fe recibida, y más tarde personalizada.

Gracias a Dios, hoy día, a los niños y jóvenes se les habla, en las respectivas catequesis, de ese Dios-Padre. No así la liturgia, que sigue empecinada en resaltar la omnipotencia y la eternidad de Dios: ”Oh Dios, todopoderoso y eterno”…

De vez en cuando, excepcionalmente, te encuentras con la dificultad de que un niño encuentre gratificante el llamarle a Dios: Padre; porque lo asocian con su padre, que, a veces es una persona autoritaria, poco compresiva, dura, y, a veces, castigador y violento o maltratador.

Yo he tenido la suerte de tener un padre, cuya manera de ser con sus hijos, facilitó mucho la comprensión de un Dios: Padre bueno. Yo sé que Dios lo supera infinitamente, pero si no fuese así (que lo es), casi me contentaría con que fuese como él.

Ojalá que todos puedan descubrir la “P” en la palabra: “Dios”.

                                                                                                          Félix González

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