Corazones en red

Hoy día suele hablarse de dos clases de martirio. No porque uno sea de primera y otro de segunda categoría, no. Se llama martirio “rojo”, o de sangre, el sufrido por alguien por defender su fe, y al que precisamente por ser creyente, le quitan la vida violentamente. Cuando se habla de “mártires” se suele referir a éste. El martirio “blanco”, consiste en vivir la fe heroicamente durante la vida, sin que por ello haya derramamiento de sangre.

Uno y otro son admirables. Hoy me voy a fijar más detenidamente en el martirio blanco. Vivir, teniendo como criterio y guía de sus actos, el seguimiento de Jesucristo no es nada fácil, y sí muy meritorio. Supone y exige una fe madura y un decidido deseo de vivir conforme a la voluntad de Dios, plasmada en el Evangelio.

Muchas personas, que pasan desapercibidas para la mayoría, son personas que a través de toda su vida han sabido hacer coincidir su conducta con lo que Dios quiere y espera de ellas. Son personas santas en todo el amplio sentido de la palabra. Nunca estarán en los altares, nunca se les invocará. Lo más que se dirá de ellas es: ¡Qué buena gente era!

Y parece que no se ha dicho gran cosa. Pero recodemos que del gran San José, el evangelio lo único que dice de él es que era “un varón justo”. ¡Y vaya santazo! Su vida entra dentro de lo que ahora llamamos “martirio blanco”. Dispuesto siempre a hacer la voluntad de Dios. No murió en la cruz, ni le mataron por ser fiel a Dios; pero su vida fue ejemplar.

 ¡Cuántos padres y madres de familia, y cuántas personas, casadas, solteras, célibes, podríamos encontrar, cuya vida es santa! Santos con sus fallos (el santo peca siete veces al día, dice la Biblia, exagerando); pero amando mucho a Dios y a la gente.

Vivir la fe hasta el extremo de darla con su sangre, no deja de ser heroico; pero darla a través de los días y de toda una vida, indica una fidelidad a Dios, que también raya en lo heroico.

Y así como el martirio propiamente dicho está reservado a algunos, y en circunstancias muy especiales de violencia religiosa, la otra manera de demostrar la fe, día a día, es algo a lo que estamos llamados todos.

El dar la vida en un momento extraordinario, no cabe duda que supone una fe recia, y una gracia especial de Dios. El don de fortaleza. El entregarla a Dios y los demás, día tras día, requiere, no menos, una fe muy madura y personalizada, además de una fuerza de lo alto continuada. La santidad tiene muchos caminos; y todos coinciden en una gran fidelidad al designio de Dios para cada uno.

                                                                                                  Félix González

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