Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
La escena que nos describe Jesús, hoy, del rico Epulón y el pobre Lázaro, es la traducción exacta de lo que ocurre, también hoy, en nuestro mundo. Un mundo injusto que discrimina a unos en su pobreza, y privilegia a otros, con sus riquezas. Y que tiene como causa, la insensibilidad y el egoísmo de unos frente a la tragedia de otros. En tiempos de Jesús ya existía esta situación (tal vez es una constante desde que el mundo y los hombres existen).
No es verdad que haya pobres porque no existen bienes para todos. No. Hay pobres porque la codicia humana, la del más fuerte o poderoso, se apropia de lo que es para todos. Esa es la gran injusticia que Dios no puede ver con buenos ojos, y se pone del lado del más débil. Y de Jesús salen aquellas palabras: “Bienaventurados (dichosos) los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios”. Dios no es imparcial. Precisamente porque es justo, se inclina hacia el más necesitado. Decimos (y es verdad) que estamos escuchando la Palabra de Dios. Pero es palabra, sólo en la medida de que nos diga algo, nos hable. De lo contrario habrá sido palabra de Dios para otros, pero no para nosotros.
Dios, a través de su Palabra, nos habla, nos dice, nos comunica algo. ¿Qué nos dice, hoy, esa Palabra?
Hoy se habla mucho de fraternidad, de solidaridad, pero habría que aplicarnos el refrán:”dime de qué presumes y te diré quién eres”. Hoy decimos que el mundo es muy solidario. Mentira. El mundo sigue siendo muy egoísta.
Hay personas solidarias, ciertamente, no se puede meter a todos en el mismo saco. Pero el conjunto, no lo es. Y de ahí surge tanto sufrimiento inútil, tanta marginación.
La palabra de Dios, nos invita, hoy, a reflexionar sobre todo ello. Y que cada uno saque las conclusiones sobre él mismo. Tratemos de hacer un mundo mejor, más habitable, más agradable y fácil. El lema que tenía el “movimiento por un mundo mejor”, rezaba así: “Debemos convertir lo selvático en humano y lo humano en divino, según el corazón de Dios”. Pero el mundo sigue siendo una selva, con sus peligros, donde el grito que más se oye es el de:”sálvese quien pueda”. Y así es: el que puede se salva; y el que no, lucha para sobrevivir, con la indiferencia de la mayoría.
El profeta Amós, del que hemos leído una parte de su mensaje, truena contra los que viven opíparamente, sin tener en cuenta al necesitado. Y eso mismo es lo que nos dice Jesús en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, en el evangelio.
Félix González
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