¡Con qué poco nos contentamos!
Con la llegada del Papa Francisco, parece que un aire fresco y regenerador ha entrado en la Iglesia. Juan XXIII dijo al comienzo de su pontificado:”Hay que abrir las ventanas de la Iglesia para que entre el aire”. Y se abrió el gran ventanal del Concilio Vaticano II. Después, otros, que tenían frío (en el corazón y en la inteligencia) volvieron a cerrarlas, y gran parte de esa esperanza quedó en “agua de borrajas” , es decir, se quedó, si no en nada, al menos en poco, de aquello que se esperaba mucho, con la consiguiente decepción de los que tenían puestas sus esperanzas en ello. Y la Iglesia volvió a congelarse.
No faltan los agoreros de desgracias, los pesimistas, los sin-esperanza, que con su actitud pueden retrasar lo que una gran parte de la humanidad está aguardando.
Se escribieron normas, leyes; se establecieron prohibiciones; se enjauló al Espíritu Santo; y la vieja Iglesia volvió a ser vieja, intemporal, extraña y egocentrista. Y el Evangelio quedó obsoleto.
Me vienen a la memoria los versos de Lope de Vega:
“Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvelada, y entre las olas, sola.
¿Adónde vas perdida? ¿Adónde, di, te engolfas? Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas. ¿Quién te engañó, barquilla? Vuelve, vuelve la proa”….
Francisco vuelve a abrir las ventanas: luz y taquígrafos, sencillez, nueva esperanza. Todavía no podemos decir que la Iglesia haya abierto todas las ventanas al mundo para irse oxigenando; pero lo poquito que se va haciendo, está llenando de esperanza a mucha gente (de dentro y de fuera).
Dios quiera que a esta esperanza, a este nuevo viento del Espíritu, no se le vuelvan a cerrar las ventanas.
Decía en el título, que “nos contentamos con poco”. Apenas unos gestos de sencillez, de humor, de sentido común, nos han llenado de esperanza. Pero, a veces, da la impresión de que queremos confiar todo a una sola persona, y aunque esa persona sea el Papa, no se le puede dejar con toda la carga y toda la responsabilidad. Sintámonos, de verdad, Iglesia. Arrimemos, todos, el hombro. Cada cual tiene su misión, su responsabilidad, y la posibilidad de rehacer la Iglesia de Jesús. Es cuestión de ir poniendo “evangelio” en nuestras vidas.
Jesús dijo:”He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué he de querer sino que arda? Echemos leña a ese fuego, removamos las cenizas, y la hoguera volverá a dar luz y calor.
Félix González
Tienes razón en cuánto dices, pero no hay que perder la esperanza…el Espíritu Santo pasa de puertas y ventanas. La Iglesia, aunque lenta por ser de pesada estructura, viene remodelándose hacia el primitivo Cristianismo desde hace tiempo.
Los agoreros sólo reflejan la desesperación en que yace el mundo. El Presente es malo y el Futuro no augura nada bueno, al menos desde el punto de vista Materialista. Todos quieren agarrarse a algo tangible y los únicos soportes: la Fe y el Amor, no lo son…y de estos procede la Esperanza de que carecen.
De otra parte es cierto que no se puede dejar al Papa cargar sólo con todo el peso de la reconstrucción de la Iglesia. Mas debemos recordar que Cristo dijo: “Destruid (este Templo) y yo lo levantaré en tres días”; y si la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, también va con ella dicha sentencia.
Puedo asegurarte de que Francisco no está solo. Miramos a la cumbre y perdemos de vista la montaña. Una montaña llena de piedras, pero que Cristo puede convertir y convierte en Hijos de Israel. Recuerda el episodio (creo que es de Daniel, pero no me hagas mucho caso) en el que una simple piedrecita cayó rodando de la montaña y golpeando unos dedos de la gigantesca estatua, representativa del poderío humano, se la cargó. Moraleja: no nos olvidemos de los insignificantes y pequeñitos, de los que hay muchos en torno al Papa.
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