Corazones en red

                  (Hágase en mí, según tu palabra)

Según va avanzando el Adviento, las lecturas nos van acercando más al gran misterio del Dios que se hace hombre, el nacimiento de Jesús. El evangelio que hemos leído y escuchado hoy, nos habla ya de la Encarnación. María acepta el plan de Dios. María dice SÍ a la propuesta de Dios, de ser la Madre de su Hijo.

Un acontecimiento tan extraordinario, único e irrepetible, aceptado con la mayor sencillez y humildad. Simplemente, Sí.  No pone condiciones a Dios. Si Dios lo quiere, ella lo quiere. Y sus palabras nos enseñan cómo debemos aceptar lo que Dios quiere; con agradecimiento y humildad. Lo que Él quiera, como Él quiera, y cuando Él quiera. ¿No obran así los esclavos con su amo y dueño? Y ella se define como “la esclava del Señor”.

Pero para poderle decir SÏ a Dios, tenemos que fiarnos de Él. Y en eso consiste la fe, en fiarnos de Dios, y en dejar que dirija nuestra vida. Para que un coche pueda circular bien, tiene que procurar no salirse de la carretera. Si se sale, se encontrará con mil obstáculos que no le dejarán avanzar. La carretera, generalmente está libre de obstáculos, tiene señalización de los peligros, nos indica cuándo se puede correr más y cuándo menos, indica las curvas pronunciadas, etc.

La carretera del cristiano es el evangelio. Siguiéndole, vamos seguros por el camino que Dios quiere. Podemos fiarnos de él, que no nos conducirá al abismo. Eso es fiarse de Dios. Pero fiarse en todo; en las cosas fáciles y agradables, y en aquellas otras que son más difíciles y menos agradables, las que nos hacen gozar y las que nos hacen sufrir.

María aceptó la petición de Dios. No empezó a calibrar los pros y los contras de esa aceptación. Se fió de Dios. Y en su vida habría ratos de gozo y no pocos ratos de sufrimiento.

En este camino que vamos recorriendo, del Adviento, la Iglesia nos invita a fortalecer nuestra fe, es decir, nuestra confianza en Dios. A fiarnos de Él, a pesar de que, muchas veces, las circunstancias y las apariencias nos lo ponen difícil, seremos capaces de desterrar de nuestra vida los muchos miedos que acumulamos: miedo a comprometernos, miedo a compartir y disminuir los que es nuestro, miedo a las enfermedades, miedo al sufrimiento… y miedo a la muerte.

Todos esos miedos, y otros muchos, aminoran nuestra capacidad de responder a Dios con generosidad, disminuyen nuestra felicidad, y debilitan nuestra fe.

Hoy coincide con la festividad de la Inmaculada. María se nos presenta a lo largo del Adviento, como alguien que desterró los miedos, confió en Dios y se comprometió. Pidámosla en su fiesta que nos eche una mano en nuestra buena, pero débil, voluntad, para que vivamos un continuo Adviento: el de la liturgia que desemboca en la Navidad, y el de toda nuestra vida que nos lleve a hacer en nosotros una constante “Navidad”.

Félix González

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