¡Pobre Poncio Pilatos!
Uno de los personajes de la Semana Santa, que tuvieron un papel importante en la condena de Jesús, fue el prefecto romano de la región romana de Judea: Poncio Pilatos.
Desgraciadamente no está su importancia en haber sido un gran gobernante, sino más bien, por ser un hombre débil, miedoso, amarrado al poder, antes que su interés por la justicia.
El juicio sumarísimo efectuado a Jesús, será para siempre, en la historia, un pasaje vergonzoso. Algo de lo que nadie podrá gloriarse. La mayor injusticia de todos los siglos.
Pilatos era quien debía mandar a la cruz a Jesús, o defender su inocencia, liberándole de sus falsos acusadores. Tuvo la gran oportunidad de demostrar su rectitud.
Es claro que Pilatos estaba convencido de la inocencia de Jesús. O, al menos, no le constaba de ningún delito atribuido a él. Pero aquella chusma, sobre todo la influencia de los sacerdotes y los partidos religiosos, eran demasiado fuertes, demasiado intrigantes, demasiado peligrosos para sus intereses. Al fin y al cabo, nada le importaba aquel reo, judío, tal vez iluso y fantasioso, que se decía Hijo de Dios. Pudo más la debilidad, los propios intereses, el amor a su puesto, que el hecho de administrar justicia, que era su auténtico deber.
Y después de dos mil años, la historia se repite, con otros Pilatos… pero el mismo Jesús. Otros Pilatos en las personas de gobernantes que venden a su pueblo, de jueces que se dejan llevar de interese bastardos, en empresarios que crucifican a sus empleados con salarios injustos, de hombres religiosos que matan en nombre de Dios…
Pero el mismo Jesús; el que se identifica con mucha gente pacífica, inocente, solidaria con el débil…
¡Pobre Poncio Pilatos, prefecto romano, que se perdió la ocasión de obrar la justicia, en el juicio más trascendente de la historia del mundo! Y ¡pobres otros Pilatos de hoy, que siguen, desgraciadamente, los mismo pasos!
Félix González
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